En Micieces, en los tiempos del cultivo
intensivo de la patata, los tiempos de su boom patatero, ni había gran variedad
de patatas, ni tampoco la había en cuanto a la forma y los tiempos de su
siembra, cultivo, recolección y venta. No se cultivaban sino dos o tres
variedades, y todas eran externamente muy parecidas. El labrador de pueblo siempre fue, por
naturaleza, de carácter conservador y poco dado a experiencias innovadoras en
sus tierras, en sus sembrados, en sus animales… Así que ¿para qué probar
novedades si la variedad de patata de toda la vida daba buen resultado? No
obstante, algún labrador, por curiosidad o recomendación, intentó introducir
variedades nuevas. Y desde luego, esas variedades más o menos exóticas y
llamativas, como las rojas, y más aún, las moradas, no tuvieron éxito fuera de
la curiosidad popular o la culinaria. En un entonces más cercano, solo la
patata roja parece que llegó a sembrase en plan de producción para venta.
Pero
en el entonces más lejano, en el pueblo conocíamos las patatas tempranas y
las tardías; las de piel fina y casi
transparente y las de piel más consistente; las que apenas necesitaban mondarse
y aquellas de las que podían salir largas mondas −mondaduras−; las de pulpa blanca y las de amarilla; y, casi exclusivamente para poder decir que
aquí también conocíamos ese tipo de patatas, las de piel negra, las de roja y
las de pulpa morada –estas que se salían, digamos, del color normal de una patata, fueron solo algo testimonial, llamativo
y exótico−. Las de aquí siempre fueron de pulpa blanca o amarillenta. Y, por
supuesto, entre las clases de patata tenían mucha importancia las de secano y
las de regadío. En cuanto a las variedades de patata propiamente dichas, todas
eran… patatas: y habría dos o tres
variedades en todo el pueblo, y en la zona limítrofe, sin mayor diferenciación
entre unas y otras a la hora de sembrar, cultivar, recoger o vender.
Nosotros
−siendo niños, adolescentes o jóvenes− teníamos otro criterio para diferenciar
las patatas: eran buenas cuando sabían bien y se comían bien, o sea, tenían
buen sabor y se desmoronaban cuando las asábamos. De lo contrario, no eran
buenas.Y es que cuando íbamos al campo, sobre todo cuando se iba a cuidar las
vacas −esto era llevar las vacas a pastar, que solía ser a los prados−, o cuando
simplemente se nos ocurría, hacíamos una hoguera sin más y asábamos patatas. Y
las patatas procedían del patatal más cercano. Pues sabíamos, cosas de la experiencia
aprendida y trasmitida, que las patatas de piel granulosa, de textura externa
áspera y pecosa, asaban bien y estaban buenas. Y las de piel muy fina se podían
comer, sí, pero no era igual: daban un cierto sabor a aguachinadas, dulzonas,
no demasiado agradable… Aunque se comiesen todas… ¿Y la hoguera en el campo? ¿Y
el dueño del patatal? Los mayores que nos veían, a lo más que llegaban era a
decirnos:
Y
el dueño del patatal se enteraría… vete a saber cuándo, porque sacábamos las
patatas por debajo, respetando la mata, o volviéndola a plantar… Cuando sacase
las patatas el dueño, se daría cuenta de que algunos pies no tenían las que
deberían tener… Y ya era tarde para reclamar… ¿Y a quién?
Pero,
la verdad, no hacíamos tantas hogueras, ni asábamos tantas patatas… Es que eso era
muy pesado: lo nuestro era jugar, recorrer el campo, buscar nidos, hacer… de
todo, pero no estar parados. Y el hacer hoguera y asar patatas… llevaba mucho
tiempo.
(JLR)
Sobre "Micieces, pueblo patatero":
- LINARES Y PATATALES.
- LA PATATA EN MICIECES.
- UN POCO DE HISTORIA (sui generis) de la patata..
- OTRO POCO DE HISTORIA.
- LA TORTILLA Y EL PUCHERO.
- A CORTAR LAS PATATAS PARA LA SIEMBRA.
- ¡A SEMBRAR PATATAS...!
- ¡A REGAR LAS PATATAS...!
- EL ESCARABAJO DE LA PATATA.
- ¡A SULFATAR...!
- ¡A ATROPAR PATATAS...!
Y más sobre Micieces en:
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