viernes, 30 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. LOS SAYONES. Monumento de Semana Santa (III).




LOS SAYONES


En el conjunto del imaginario del monumento de Micieces, las figuras de los sayones eran las que más nos impresionaban, sobre todo a los niños. Muchos de los que solo llegaron a verlo en su edad infantil o adolescente, el recuerdo que tienen del monumento se relaciona precisamente con las figuras de los sayones. El Jesús del ecce homo, el de la cruz a cuestas o el ya muerto eran señal de dolor, de pena, de sufrimiento…

Pero es que los dos sayones, bigotudos, serios y con su lanza afilada, haciendo guardia continua a la entrada…, nos daban una sensación de que eso era serio, y de que de ahí no se debía pasar… Además, del resto de las figuras no se podía decir nada malo, ni siquiera un insulto o palabrota, por si fuera una blasfemia, pero de los sayones se podía decir lo que se quisiera porque ellos habían sido, y eran, muy malos. 

El sayón aparece en el Medievo como soldado que sirve a un señor prácticamente sin diferenciar mucho el tipo de servicios que pudiera hacerle. El diccionario de la RAE lo define como: 
Verdugo que ejecutaba las penas a que eran condenados los reos.  /  Cofrade que va en las procesiones de Semana Santa vestido con una túnica larga.  /  En la Edad Media, oficial subalterno de la Administración de Justicia.  /  Coloquial: hombre de aspecto feroz.

La etimología popular hace que su nombre derive del hecho de que vestía saya, es decir, una falda, normalmente corta a imitación de los legionarios romanos. Pero los sayones no eran legionarios de Roma, eran otro tipo de soldados. Y debían de ser muy malos, pues en las oraciones del viacrucis y en los cánticos de la Semana Santa siempre eran los que azotaban, maltrataban y crucificaban el Señor. Así que en la imaginaria infantil, y no tan infantil, los sayones eran de temer, porque ellos no temían a nada y te podían hacer todo el mal del mundo. Había otra cosa muy curiosa en estos sayones: se parecían muchísimo a ciertos soldados de los tercios españoles que habíamos visto dibujados en la enciclopedia que estudiábamos en la escuela o en otros libros, y todos sabíamos que aquellos soldados no temían a nada, eran valientes y fueron capaces de conquistar naciones enteras… Así que, ¡ojo con los sayones que vigilaban día y noche nuestro monumento!

Estos dos sayones del arco de la entrada al monumento eran tan similares entre sí que parecían el mismo, o uno solo que se miraba al espejo, pues tenían el mismo uniforme (calzado, calzas, falda, loriga y gorro frigio, más que casco). Y una larga, fina y puntiaguda lanza en su mano izquierda, dejando su derecha libre para lo que hubiere menester. Y similar era su mirada fija en la posible gente que les miraba a ellos, y muy similar bigote de tipo vikingo. Todo y en todo tan similares también a las fotos de sayones que se publican de los pasos de Semana Santa de algunas ciudades castellanas.


Son sencillos en su estructura y técnica pictóricas, pero de un gran efecto visual. En otros tiempos tuvieron colores vivos y brillantes, incluso atractivos, pero el mismo tiempo, la suciedad, la mala conservación y el descuido han ido deteriorando y amortiguando esos efectos.

¿Y por qué dos sayones vigilando la entrada al monumento? Porque la tumba de Jesús estuvo vigilada por soldados. Y no iban a poner a vigilar a dos soldados que fueran buenos legionarios, o legionarios buenos: tenían que ser del grupo de los malos, de los que hicieron sufrir al Señor… Es decir, dos sayones que en el sentir popular eran de los malos malos.











martes, 27 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. CÓMO ERA EL MONUMENTO DE SEMANA SANTA (II).






ELEMENTOS DEL MONUMENTO

          Este monumento de Micieces es una estructura a base de paneles de lienzos pintados al óleo y montados en bastidores de madera que, cuando se montaba en la iglesia, encajaban perfectamente, se apoyaban unos en otros y se sostenían firmemente unos con otros. Consta de 15 paneles, distribuidos de esta forma:
4    paneles: que son medios arcos y, formando parejas, son las
      entradas a cada una de las dos estancias en que se divide el
                                                monumento;
4    paneles: que forman las cuatro paredes laterales;
2   paneles: que, en horizontal, formaban el fondo del monumento
      sobre el altar de la pared de la iglesia;
2        paneles: que son el techo de cada una de las dos estancias;
1       panel: como ático, terminado en frontón triangular, y que va sobre el primer arco.
2        paneles pequeños, simétricos, remates laterales del ático, avolutados y de adorno.


          Tiene dos partes consecutivas y unidas la una a la otra, que podríamos llamar, al estilo clásico, estancias. Y se cierra al fondo con la pared de la iglesia, con un altar, el sagrario y dos paneles horizontales.

ESTANCIA 1.



Consta de 8 piezas o paneles y están relacionados con la primera parte de la Pasión: Cristo está todavía vivo, aunque sufriente y abandonado por los suyos.



La fachada del monumento, su entrada, se asemeja a la de un palacio clásico. Y es muy similar en su estructura arquitectónica al retablo mayor de la parroquia, teniendo en cuenta que la calle central equivale al vacío del arco. El barroco copió del estilo clásico, y el neoclasicismo eliminó todo exceso de adornos y exuberancias. Pues la entrada de nuestro monumento se asemeja a muchos retablos y fachadas de iglesias del estilo neoclásico. 
























ESTANCIA 2.


La segunda estancia consta de 7 paneles: como todos los demás son lienzos pintados al óleo y montados en bastidor de madera. Cristo está ya muerto y solo figuran los símbolos de su pasión y muerte.























El monumento terminaba al final de la segunda estancia, en la pared que le hacía de fondo y era la lateral sur de la iglesia. Había allí un altar, y en él se colocaba un sagrario para guardar la Eucaristía. Y, por encima de él y sostenidos en la pared, se colocaban los dos paneles finales.






El sagrario del Monumento.


Puedes ver también:


Y más sobre Micieces en:



viernes, 23 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. EL MONUMENTO DE SEMANA SANTA (I)




EL MONUMENTO

    Cuando en Micieces hablamos del monumento, todos entendemos a qué nos referimos: a un montaje por piezas o paneles que se hacía en la iglesia parroquial en la Semana Santa para la adoración del Santísimo el Jueves y el Viernes Santos. Y siempre era “el” monumento. Si había otros, incluyendo en este “otros” también a las personas, esos merecerían su propio determinante o calificativo, pero este de la iglesia era “EL” monumento.

     Se montaba, o armaba, cada Semana Santa. Solía hacerse el miércoles, en la nave lateral derecha de la iglesia parroquial. Había unas pértigas largas, terminadas en una especie de horcaja, con las que, sin necesidad de escalera, se hacía encajar unos paneles con otros. Que, además, iban ya marcados y numerados para que siempre tuviesen el mismo montaje, no fuera que algún ingenioso o despistado los cambiase de lugar: el "siempre se han puesto así", era ley.

      Terminado su uso litúrgico, se desmontaba y se retiraban todos los paneles al fondo del coro, contra la pared, que era donde menos estorbaban. Hubo un tiempo, cuando ya no se utilizaba el monumento, en que perece que estorbaban allí y los trasladaron de lugar: fue a parar encima de lo que hace de atrio de la puerta de entrada de la iglesia. Y allí estuvo olvidado y casi perdido durante mucho tiempo… Hasta que hubo que arreglar la puerta, y aquellos paneles del monumento recobraron su lugar primitivo: en el coro y apoyados contra la pared del fondo. Seguro que ya sobraba coro para los fieles. Y por ahora allí permanecen. Y quizá, por ahora, lo mejor para el monumento es lo que le está ocurriendo: que pasa desapercibido y casi olvidado. Malo el día que alguien piense que es un estorbo, porque entonces desaparecerá para siempre.

      El monumento es un todo que representa un edificio o palacio de estilo clásico, alargado y dividido en dos partes o estancias, una a continuación de la otra, y ambas se inician con sus propios arcos típicos de portada palaciega. El conjunto imita, pues, un palacio de estilo clásico grecorromano o renacentista. Quizá lo que pretendía era ser un mausoleo más que palacio, y en Micieces ejercía simbólicamente esa función. Y los miciecenses así lo entendían: era el lugar donde descansaba Cristo muerto en la cruz y Cristo Eucaristía, desde el oficio de Jueves Santo hasta el de la tarde del Viernes Santo. Algunos años, y movidos por eso de la renovación litúrgica, también se le daba culto a Cristo en el monumento el sábado Santo, hasta el oficio de la Pascua de Resurrección.

       Hay que reconocer que las pinturas que representan los muros interiores no son ninguna chapuza: artísticamente están muy bien logradas. El pintor copia, pinta e imita bastante bien el estilo neoclásico, el del siglo XVIII, que, además, es el de la época en que se hizo la puerta de entrada de la parroquia. Los arcos, tanto los que dan entrada a las dos estancias como los pintados en las paredes del interior, son de tipo clásico, de medio punto, imitando la piedra labrada, y sus efectos están muy bien conseguidos. Lo peor conseguido y, quizá, de menor valor artístico en cuanto a calidad de la pintura son las figuras humanas, sobre todo las figuras de Jesús, y entre estas, el Jesús con la cruz a cuestas y el Jesús ya muerto y colocado en el sepulcro. Cabría pensar que, sobre un paisaje interior pintado antes por alguien, otro pintó las figuras, y no con tan buen arte. Visto en conjunto, se podría deducir que nuestro monumento se pintó en unas fechas próximas a la segunda mitad del siglo XVIII o la primera del XIX.


El artista que pintó el monumento de Micieces seguramente era uno de tantos pintores ambulantes que recorrían pueblos y ciudades con su taller a cuestas buscando dónde poder ejercer su trabajo y su arte. Ni el óleo para la pintura ni los lienzos eran problema, puesto que, desde siempre, se cultivó en la zona el lino y con él se tejían lienzos y de él se sacaba la linaza y su óleo. Los colores ya se los agenciaría el propio pintor traídos de otros lugares. Y este pintor parece que dominaba las técnicas de la pintura y conocía la corriente artística del momento, así como la pintura flamenca de la capital y de otros pueblos, y no parecía desconocer el arte pictórico románico y gótico. Los artistas ambulantes ─todo tipo: pintores, picapedreros, arquitectos, herreros, campaneros, componedores, cantores, actores…─ solían abundar por los pueblos de Castilla.


      El estado de conservación del monumento es bastante deficiente. Tiene cantidad de desconchados de pintura, rayados, manchones de varios tipos, clases y tamaños, algunos a causa de la humedad o del agua que le ha caído; da la sensación que más de una vez se ha limpiado simplemente barriendo los paneles sin cuidarse demasiado de la pintura, vamos, como si se barriese el mismo suelo… Las maderas de los bastidores en los que están montados los lienzos, tienen carcoma, y no poca, y algunos listones ya están rajados y descuadrados.

     Como consecuencia del Vaticano II (1962-65), hubo una renovación litúrgica muy profunda. La mentalidad de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa evolucionó hacia la celebración de la Resurrección como hecho principal. Y este cambio y evolución llegó de pleno a los monumentos, a los oficios de tinieblas, a los tenebrarios, a las matracas… ¡Si hasta hubo algunos que quisieron quitar las procesiones y los pasos de la Semana Santa! Y los fieles sencillos de los pueblos fueron también asimilando las novedades litúrgicas poco a poco. Y, en fin, que para Micieces se acabó lo del monumento. Sus paneles fueron amontonados encima de lo que es el atrio de la puerta de entrada de la iglesia… Y allí permanecieron hasta que, en cualquier día y en cualquier época (pero no lejanos de la actualidad), arreglaron la puerta de entrada y, como todo aquello que era el monumento estorbaba, fue a parar a su anterior sitio de descanso: al coro y contra la pared del fondo.
     
     Y en el coro lo encontramos y fotografiamos una tarde veraniega del 2017. Este escrito y las fotografías quieren ser un recordatorio para todos los miciecenses que vivieron aquellas Semanas Santas. La perspectiva y calidad de las fotos no son de profesional. Por eso los paneles de los arcos no coinciden de forma perfecta. Pero al menos podemos conservar en la memoria histórica de Micieces lo que fue el monumento y cómo fue. Y ojalá esto sirva de memoria histórica y viva, porque me temo que, tanto esta historia como su memoria, se perderán con el paso del tiempo. Y quizá sin que pasen muchos años, por desgracia.






Más sobre Micieces en:


martes, 13 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. TOQUE DE PROCESIÓN. (Las campanas de Micieces, X).









               TOQUE DE PROCESIÓN

Antiguamente había muchas procesiones en el pueblo, la de cada santo que tenía imagen
en la iglesia y las otras más oficiales u oficializadas en la liturgia. Se han ido reduciendo al ritmo que la liturgia ha ido evolucionando y al ritmo que ha ido cambiando y disminuyendo el sentido religioso de las gentes, no solo de este pueblo. Pero todavía hay procesiones religiosas y se siguen tocando las campanas en las que se hacen, cuando hay quien las toque.
            El toque de procesión, o en la procesión, es un toque alegre. Se solía hacer volteando las campanas, las dos grandes. En casos especiales, fiesta grande y campaneros suficientes, se  llegaban a tocar los campanillos también. El toque era por volteo en el que, para que sonase bien y fuese como debía de ser, campanas y campanillos habían de ir acompasadas entre sí. Se tocaba durante toda la procesión, desde que empezaba hasta que el cura, que la cerraba, entraba en la iglesia. Y todo seguido, sin parar, menos cuando los campaneros se paraban a descansar, pero, desde luego, sin ningún control de tiempos ni de reloj. Algunas veces y debido a la impericia, falta de fuerza u otra cualquier razón, en vez de tocar por volteo, se tocaba por repique imitando la forma del toque de volteo. Pero no era lo mismo y los fieles que iban en la procesión se daban cuenta de la forma del toque y lo disimulaban con una sonrisa.
            El toque de procesión, o durante la procesión, era un toque de alegría que acompañaba al santo, o al motivo religiosos que fuese, y a los fieles. En las procesiones solo había banda de música, o quizá solo dulzaina y tamboril −dejémoslo simplemente en música en directo− el día de la fiesta mayor, en la procesión del Sagrado Corazón, que se suprimió con el tiempo, y en alguna otra ocasión aislada, esporádica y rara. Por eso el toque de campanas sonaba a solemne y daba a la procesión más consistencia que los tradicionales cánticos del pueblo. Además, dejaba a la gente más libertad para hacer los comentarios que siempre se suelen hacer en estos casos.
            Ya son pocas las procesiones que se hacen y no en todas, ni durante toda la procesión, se pueden repicar o voltear las campanas. Entre otras cosas porque no hay gente joven que lo haga. 


(JLR)

(Foto: Rosa M. Luis. V.)

martes, 6 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. ¡A REGAR LAS PATATAS...! Micieces, pueblo patatero. (VIII).







¡A REGAR LAS PATATAS...!

Pequeño es el río de Micieces ─más bien, río Micieces─, pero qué bien se aprovechaba para el riego. Desde antiguo se cultivaba lino en lo que eran tierras de regadío, que por eso precisamente se llamaron desde siempre linares. Cuando el lino fue desapareciendo, la patata parece que ocupó su lugar en esas tierras de vega, de regadío, que siguieron llamándose linares. Y siguieron manteniendo el derecho legal, o al menos consuetudinario, al riego. A la vega de Arriba llegaba el agua por el calce que arrancaba en el límite con la raya de Payo, en la llamada presa del Pleito. A la vega de Abajo subía el agua desde el cauce profundo del río mediante una presa que cortaba totalmente su cauce. 



      El año que había abundancia de agua, no había ningún tipo de problema a la hora de regar. Pero casi siempre, sobre todo para evitar problemas entre los vecinos, el riego se echaba en vez. Es decir, había que guardar un orden para regar, y este orden lo marcaba la  situación de la tierra, siempre de arriba hacia abajo. ¿Y si no podías regar cuando te tocaba? ¿Y si perdías la vez? Pues eso: que perdías la vez y te quedabas sin regar hasta que te volviese a tocar, o buscabas una de esas horas nocturnas o intempestivas en las que nadie utilizaba el agua…



      ¿Y los huertos y los sembrados en otro tipo de tierras no linares, por ejemplo en las llamadas frejoleras? ¿O las alfalfas y parecidos…? Los huertos solían entrar en vez. Y el resto de tierras, a buscar esos tiempos de riego fuera de vez y, casi siempre, a deshora. Las alfalfas se regaban a manta, y se les dejaba el agua dirigida y repartida en varias entradas, porque podían resistir toda la noche recibiendo agua sin que les perjudicase.



      Siempre se contaban algunas peleas, enfados, riñas y otras cosas más graves que habían sido motivados por el riego. Cuando se llegaba a escenas de mayor violencia, solía deberse a los protagonistas, a los orgullos personales o a otros motivos, más que a la necesidad imperiosa de regar. La verdad, nuestro río daba más de sí de lo que cualquier extraño pudiera imaginar. ¿Y si llovía? Pues se esperaba a que hubiese necesidad de riego otra vez. Aunque había un refrán muy sabio que se solía aplicar, pero siempre con mucho sentido común: agua del cielo, no quita riego.


 
      ¿Y cómo se regaba? Surco por surco. El agua corría por lo hondo del surco, de cada surco. Había una medida genérica, general y generalizada para saber si había suficiente agua para regar: un surco de patatas. Y era más cantidad de agua que un surco de fréjoles. ¿Y cuánto era eso? Pues… se veía correr el agua y se sabía, sin más medida. La realidad es que el agua debiera llenar lo que era el surco de patatas, no solo correr por el fondo. Y cuando iba llegando al final del surco, se cambiaba el agua al siguiente. Si tenías ayudante ─un niño, por ejemplo─, vigilaba el fin del surco y avisaba cuando llegaba el agua a un cierto punto antes del final. ¿Y si el niño se quedaba dormido en el fondo del surco, al calor de la tierra, al remanso de las patatas o al frescor de las plantas? Pues… el agua, al llegar a él, lo despertaba y de un brinco, se levantaba gritando aquello de “¡Que ya llega!” y sacudiéndose, en lo posible, el agua de encima. Si no había quién avisase,  se adivinaba a ojo cuándo llegaba ─la práctica enseñaba y casi siempre se acertaba─, o se daban continuos paseos para ver adónde llegaba en cada momento. Y así sucesivamente hasta que se acabase de regar la tierra.



      Eso de regar por aspersión no se utilizó hasta que llegaron los tractores con su bomba de riego. Y no se utilizó mucho para la patata. Tenía su explicación: si se regaba por aspersión, el sulfato que se había echado para matar los escarabajos, desaparecía, quedaban lavadas las plantas y se tendría que volver a sulfatar de nuevo. 

      ¿Era pesado eso de regar? Ahora se mira con una cierta nostalgia, pero lo que realmente cansaba era el tener que esperar vez y, en no escasas ocasiones, estar esperando y que se te secase el calce. ¿Por qué? Alguien te había quitado el agua allá arriba… Y tenías que ir a reclamarlo… Y lo peor de todo era el “yaque”: ya que he empezado…, ya que estoy regando…, ya que no me falta apenas nada… O se les ocurría a todos los de Payo ponerse a regar a la vez y dejaban el río seco…



      Hubo gente que tenía alguna tierra orillada al río, o cerca, y aprovechaba esta circunstancia para regar a motor, y podía hacerlo por surco o por aspersión.  Al principio querían salirse de la norma de la vez porque no regaban por el calce, mas creo que no convencía a nadie: el gasto de agua era el mismo de la misma agua y por tanto debía someterse a las normas de riego del pueblo. Cuando llegaron los tractores, muy pronto se les acopló un mecanismo que hacía de motor de absorción y regaba por aspersión, a veces también por surco, hasta fincas relativamente muy  apartadas de la orilla del río. Pero seguían sometidas a las normas y reglas de riego del pueblo.



            Aquellos riegos antiguos tenían su atractivo, vistos desde la lejanía del hoy… Las tardes entre el frescor de las patatas floridas, pasado ya el calor veraniego de estepa castellana; el meter los pies en el calce y dejar que te cosquillearan las arenas y piedrecitas…; el encontrar, siempre y a cualquier hora, gente en el campo; el llegar a casa helado por el cierzo de la anochecida y notar el calor del hogar… De todos modos, los clásicos que escribieron de la vida en el campo y de cosas de estas, escribían muy bien, pero no tenían ni idea de lo dura que era aquella vida…



En Micieces también se sembraba patata en secano. La parte más feraz y húmeda de algunas tierras, o algunas tierras en su totalidad que de por sí eran húmedas y de buena calidad, se aprovechaban para la siembra de patata. No necesitaban riego: la humedad propia de la tierra y alguna lluvia del cielo eran suficientes para una cosecha bastante buena. Recuerdo que en los primeros años de cultivo de los quiñones ─roturos del monte comunal que se repartían entre los vecinos─ se solían sembrar de patatas y, creo, no daban malas cosechas. Lo lógico era que produjesen menos que en tierra de riego, pero eran, decían, mejores y se conservaban más tiempo. Y seguro que eran de infinita mejor calidad que algunas patatas que nos ha tocado comer a lo largo del mundo y de la vida fuera de los dominios miciecenses, mejores que esas patatas que siempre hemos llamado aguachinadas, sin sabor a patata, dulzonas y criadas en poco tiempo a base de agua y abonos artificiales



Patatas de la Ojeda, /  buenas hasta la holleja;



















Himno a Micieces de Ojeda