jueves, 27 de julio de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. La vida en la calle. (Las calles de Micieces - VI)







LA VIDA EN LA CALLE

Micieces no ha sido nunca uno de esos pueblos de novela que vivían en la calle, que prácticamente hacían su vida en la calle pública. Para cualquier miciecense la calle sigue siendo calle, pero tiene, sobre todo la más cercana a su casa, una connotación muy familiar, como si fuese algo muy propio, aun siendo de todos y siendo pública. Un poco como si fuera prolongación de la propia casa. Pero siempre teniendo muy claro que casa es casa y calle es calle.


A cualquier urbanita de ciudad le llama la atención el hecho de que uno podía marcharse de su casa sin trancar la puerta, ─cerrar la puerta, sí, no fuera que un perro o un gato extraño…─ o dejándola trancada y con la llave puesta en la cerradura o guardada en la ventana u otro sitio, que no tenía nada de  escondite porque todo el mundo sabía dónde dejaba la llave cada vecino. ¿Robar en la casa de un vecino? No era concebible. Si se sabía que en el pueblo había trashumantes o vagabundos, o gente desconocida, se tenía más cuidado. Entre los vecinos no hacía falta tener cuidado: todo el mundo se fiaba de todo el mundo. ¡Cómo ha cambiado la vida en este aspecto!




En el pueblo había unos sitios clásicos y ya tradicionales donde se reunían las gentes, sobre todos las vecinas de la zona, sin por eso ser exclusivistas ni  excluyentes. Eran las solanas: lugares al sol de la tarde y resguardados del frío cierzo. Solía haber algún madero para sentarse, o unas piedras. O cada quien se traía su silla o su tajo. Estas reuniones de vecinas, más que de vecinos, hacían de radio –habría en el pueblo no más de cuatro, y eran de esos de pared o armario, no transistores─, de periódico ─alguna vez llegaba alguno al pueblo, y no lo iba a leer todo el mundo…─, de televisión –no existía todavía─. Pero siempre había noticias del pueblo o de fuera que contar y que comentar. Y siempre había una tela para cortar traje hasta al más pintado. Y aprovechaban para coser, hacer ganchillo, punto, bordados…, o nada.
─¡Cosas de mujeres! ─decían los hombres.
Los hombres solían tener otro sitio de reunión y tertulia: las cantinas. Sí, las cantinas, porque en aquel entonces había tres en el pueblo. Y parece que las tres tenían clientela.
¿Y los niños? Todo el pueblo era nuestro. Incluidos los prados, las tierras, los corrales o cortes, las cuadras y los montes… ¡En algún sitio estaríamos! De vez en cuando aparecía alguno en la solana de las mujeres: 
─¡Tengo hambre, madre! ─Mamá no lo decíamos: ¡no éramos señoritos de ciudad! Y la madre solía decir:
─Vete a casa y coge… ─No iba a ir ella y perderse lo que contaban las demás, que siempre sucedía que contaban lo más interesante cuando alguna faltaba…
Y terminaban su tertulia cuando el sol ya se ponía y empezaba a anochecer, porque había que hacer la cena. O cuando al cierzo se le hinchaban las narices y soplaba más de lo debido o daba más frío de lo necesario, que solía suceder con frecuencia.



¡Aquellas tardes soleadas de finales de verano o del otoño, cuando era benigno el clima…! ¡O aquellos anocheceres al fresco del verano, sentados a la puerta de la casa de un vecino, con el olor a cena, o quizá ya cenados…!  ¡Atardeceres y anocheceres grabados en la mente infantil, la mayoría unidos a un olor agradable de cocina, de comida, de campo, de felicidad…! ¡Y a las historietas, leyendas y cuentos que nos contaron! Porque los mayores comentaban sus cosas: los más viejos, sus batallitas; las mujeres, ¿de qué hablaban las mujeres? Solo cuando fuimos un poco mayores empezamos a entender algo. Y los niños, escuchando, si era interesante o, las más de las veces, corriendo por todo el pueblo, porque todo el pueblo era nuestro, y jugando a los juegos propios de los niños…





Con alguna variante forzada por los tiempos, esto ha seguido haciéndose en los veranos actuales con los llamados veraneantes. A nosotros nos llamaban a gritos para cenar o ir a la cama. Últimamente había un dispositivo que disminuía la luz de las farolas del pueblo, y esa era la señal de retirarse a sus casas. Por aquel antiguo entonces no se podía disminuir más la luz, a no ser que nos quedáramos a oscuras. Pero nos arreglábamos y sabíamos jugar a cosas que no eran maquinitas digitales…


(JLR)






Puedes ver también:

LAS CALLES DE MICIECES:
     - Trazado urbanístico.
     - Las calles de antes.
     - Las aceras.
     - ...con hielo, nieve, lluvia... y riadas.
     - Cosas de la calle.

Y más en :

Ver: CONTENIDOS

lunes, 17 de julio de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. Cosas de la calle. (Las calles de Micieces - V).






COSAS DE LA CALLE

Por aquel entonces, Micieces era un pueblo agrícola y no era raro ver en la calle aperos de labranza, arados, carros u otras herramientas o máquinas. Aunque echando una mirada a los recuerdos de mi pasado más antiguo, tampoco es que hubiera problemas de aparcamientos en las calles. Es que la calle era un poco la prolongación exterior de la casa. Y si alguien venía tarde,  ya en la anochecida, de arar o de acarrear, por ejemplo, no era cuestión de guardar arados o carros cuando mañana de madrugada lo iba a utilizar otra vez. Así que se quedaba en la calle, que nadie se lo iba a llevar. Sé que, posteriormente, cuando ya empezaron los coches y tractores, y las calles habían perdido la apariencia de pueblo labrador o antiguo y se asemejaban en algo a las de ciudad, la autoridad competente mandó liberar las calles de todo tipo de aperos de labranza que estorbaban, afeaban o entorpecían el tránsito. Y quedaron libres de los arados y otros aperos de labranza, que se fueron hacia zonas fuera del perímetro urbano, pero comenzaron a aparcarse en las calles los tractores, los remolques y los coches. ¿Y por qué no?

También era un pueblo ganadero. Y los animales se guardaban y cuidaban en sus cortes y cuadras, pero dentro de lo que es el pueblo. Parece que en tiempos muy pasados hubo alguna majada en el campo: yo solo conocí los restos de una y su leyenda. Así que las calles eran el paso obligado de rebaños de ovejas, del güicero, de animales vacuno o caballar suelto, de parejas de ganado vacuno o caballar preparadas para la labor agrícola, uncidas a carros o  llevando aperos de labranza. ¿Por dónde iban a ir si no era por las calles?

         







Esto conllevaba el que las calles recibían las deposiciones de los animales. Cuando eran de tierra parece que no se notaba mucho, pero, cuando el suelo era ya de cemento, se veía y se notaba demasiado. Cada cual procuraba que su parte de la calle estuviese más o menos adecentada, y todos tan contentos. Eso del barrendero vino después, muy modernamente.

          ¿Y los bancos? Me refiero a los de sentarse. ¡Ni uno! Lo más que había era algún madero asentado sobre unas piedras, o quizá sobre unos ladrillos, que algún vecino había colocado en la solana de su casa o al remanso del cierzo y servía para observar a los que pasaban, tomar el sol, hacer la tertulia… En otras solanas y remansos había piedras estratégicamente colocadas y ablandadas, algunas veces, por un cojín casero que el interesado o la interesada traía consigo. Otras personas traían y llevaban su silla, o su banqueta o tajo.  Muy acá en el tiempo, pero muy acá, se consiguieron de algún organismo oficial cuatro o cinco bancos que resintieron hasta que la intemperie se los comió. Luego, en un luego de muy después y cercano al tiempo actual, se renovaron por otros, siempre escasos.
(JLR)








También puedes ver:

- TRAZADO URBANÍSTICO (Las calles de Micieces-I).
- LAS CALLES DE ANTES (Las calles de Micieces, II).
- CON NIEVE, CON HIELO, CON LLUVIA Y... CON RIADAS (Las calles de Micieces, III).
- LAS ACERAS (Las calles de Micieces, IV). 

Y además, todo sobre Micieces en:


martes, 4 de julio de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. Las aceras. (Las calles de Micieces - IV).





LAS ACERAS DE MICIECES

En las calles de Micieces no había aceras, quiero decir las clásicas aceras de cemento junto a las paredes de las casas. Había algunas que tenían algo parecido y hacían de protección y separación entre calle y pared de las casas: eran de tierra, cascajo y algo de arena, todo mezclado, y con el bode exterior de cantos rodados o lajas de arenisca. Eran pocas las casas que tenían una acera de cemento, y estas digamos que eran de construcción moderna.
─¡Niño, vete por la orilla, que te va a atropellar una vaca…!

¡Cuántas veces nos lo habrán dicho, más aún, nos lo habrán gritado! Y es que la calle era de quien iba por ella. Porque por la calle se iba… por la calle. Sin más. Y quienes tenían preferencia de paso eran los carros, cargados o no, el güicero, los rebaños y las vacas y caballerías, porque a ver quién era el majo que no les cedía el paso… Así que, como no había aceras, lo más seguro era la “orilla”. Si había acera, o algo similar, pues qué bien…
¡Y ten cuidado, no te mojes…! ¡Y no te embarres las alpargatas…! ¡Como llegues a casa mojado…! ─Había gritos y frases de la madre que ya sabías que te lo iba a decir cuando salías a la calle: era su obligación. Y la de los niños era la de callar o decir a media voz:
─¡Que no me mojo…, que no me meto en el barro…, que ya tengo cuidado…, que…!
Cuando leo en alguna novela eso de que los niños van descalzos por la calle, me sigue llamando la atención y extrañando hasta cierto punto: los niños en Micieces nunca fuimos descalzos. Con alpargatas de las baratas, sí; con albarcas ─de madera, ¿de qué iban a ser? En Micieces no se usaron de las otras─, también; con unos  zapatos de goma, no botas, cuando había barro y agua; con aquellas famosas katiuskas, quien y cuando podía; con zapatos de vestir, en la primera comunión ─y los íbamos haciendo durar para las fiestas señaladas hasta que los pies ya no entraban en ellos─. Y, desde luego, rompíamos el calzado más de lo que deseaban nuestros padres… 


Pues el caso es que, y se solía repetir, cuando llegabas a casa después de haber estado jugando en cualquier sitio del pueblo, venía la regañina, porque, si había agua o barro, lógicamente venías mojado, embarrado, o peor… Pero era la ley de la vida, al menos de nuestras vidas, y no nos creaba ningún trauma, porque sabíamos cuál era el papel de la madre, el del padre y el del niño, que éramos nosotros, y lo habíamos aceptado y asumido.
        A principios de los años cincuenta (1950) se hicieron las primeras aceras oficiales en el pueblo, solo en las calles principales. Yo creo que algunos del pueblo trabajaron en ellas, pero los albañiles y jefes eran de fuera. Los niños veíamos cómo iban haciéndolas. Si usted ─cualquier usted de cualquier pueblo o ciudad─ deja a la intemperie un montón de arena, sepa que los niños se lo van a pisar y a esparcir y extender: es ley de vida, o ley de niños, o… Bueno, que siempre sucede. Y aquí, en Micieces, sucedía con la arena de las aceras. ¡Pues no era poco bonito jugar en ella y con ella! Y al atardecer, o al anochecer, ya no había escuela ni estaban los obreros de las aceras. Todavía alguno se acuerda de que el día de su primera comunión fue con la cara raspada porque, jugando en uno de aquellos montones de arena, se cayó y no tuvo mejor ocurrencia que parar el golpe con la cara.


Nos llamaban la atención muchas cosas de la obra que se estaba haciendo. Por ejemplo: por qué metían unas tablas puestas en vertical cada trozo de acera, por qué, después de afinar la superficie, pasaban un rodillo con unos dibujos, por qué metían también piedras… Y siempre había alguien que nos explicaba el porqué: que si la dilatación, que si así no resbala, que si se hacía más dura y resistente…

        Pero aquel trabajo falló en algo: la capa superior, la fina, y algo de más abajo, parece que no fraguó bien: se desmoronaba nada más tocarlo. La explicación que tengo grabada en mi memoria es que cayó una helada por aquel entonces y el cemento no fraguó bien y se estropeó. Pero en algunos corros de personas mayores se decía que era porque no habían echado suficiente cemento. El caso es que el ayuntamiento consiguió que se rehiciesen otra vez las aceras estropeadas. Y esta vez sí, parece que quedó bien. ¡Ya tenía Micieces aceras en sus calles! Bueno, en todas no, pero se fueron añadiendo.
De otra tacada, se encementaron las calles principales. Y se hicieron más aceras. Y, luego, poco a poco, se fueron encementando todas las calles y callejas del pueblo. Y donde había suficiente espacio, se hicieron aceras; y donde no, quedó todo el espacio como calzada. ¡Y ya no hay barro en las calles de Micieces!  De estas últimas obras no tengo más recuerdo que la realidad de verlo terminado, porque yo estaba ya fuera del pueblo. Y cada vez que volvía y veía cosas nuevas, me daban una gran alegría.


(JLR)





Anteriores (LAS CALLES DE MICIECES):

- TRAZADO URBANÍSTICO.
- LAS CALLES DE ANTES.
- CON HIELO, CON NIEVE, CON LLUVIA...Y CON RIADAS.

Y más en :

https://www.miciecesmipueblo.es        (CONTENIDOS)



Himno a Micieces de Ojeda