lunes, 17 de julio de 2023

Micieces de Ojeda. LA CUEVA DEL LOBO. Historias de Micieces.

 



Desde la cueva del lobo.



LA CUEVA DEL LOBO


 De Micieces a Berzosa

a la mitad del camino,

 en el talud arcilloso

 con paciencia y a su ritmo

 un cárcavo ha horadado

 un arroyo de sequío

La cueva del lobo

 con solo pasar el agua

 de la lluvia como auxilio.

 Y el cárcavo es una cueva

 cual hecha para el abrigo

 y protección de animales

 o caminantes cansinos.


 El arroyo de Argañales, 

abajo cruza el camino, 

se reboza en barro rojo

se ensancha en un lagunillo, 

 y, si los días son claros, 

 espeja el cielo infinito,

 que nuestras piedras rompían

 sin acristalar su ruido. 

 Y casi siempre quedaba

 en la mano o en el bolsillo

 una por un por si acaso

 algún animal o bicho 

estaba oculto en la cueva

 durmiendo lo no dormido

 por su cazar en la noche 

 y sus largos recorridos. 


Era la Cueva del Lobo, 

aunque nunca allí lo vimos. 

En las noches invernales, 

al amor del fuego ido 

y del rescoldo en la hornacha

 bien sostenido con mimo,

 los mayores nos contaban 

historias y sucedidos,

 canciones y versos viejos

que para nosotros, niños, 

eran casos muy reales

 sucedidos ayer mismo.


La Loba Parda existía

 y cuidaba a sus lobitos;

 y el Lobo de la Majada…,

¿qué iba a hacer el pobrecito?;

 y aquel otro de la Moña…: 

y aquellos Cinco Lobitos 

que amamantaba la loba

 con infantil nana y ritmo; 

y Caperucita Roja,

 y también los Tres Cerditos… 

Y otros muchos lobos malos 

que no saben dar ladridos, 

los aprendices ingenuos,

 los hambrientos, vengativos,

 que cuando ven a una oveja, 

lobean entre los trigos

 esperando el buen momento 

del despiste o del descuido…

 Ni televisión, ni cine:

 por la mente de los niños

 desfilaban solitarios, 

o en manadas, los lobitos

 contando sus aventuras 

de animales perseguidos… 

Seguro que muchos de ellos

 en la cueva del camino

 de Micieces a Berzosa 

descansaron muy tranquilos. 


Y el padre que se recorre 

cada día ese camino 

cuenta a su hijo que nunca

 vio a ningún lobo metido

 en la cueva que horadó

 el arroyo de sequío. 

‒Cuando paso por allí,

 el lobo se habrá escondido,

 o está dando de comer

 a los lobeznos, sus hijos, 

en el monte más oculto 

y lejos de los caminos.


De Micieces a Berzosa

 tengo el camino muy visto

 y a la ida y a la vuelta,

 al pasar por ese sitio,

 recuerdo historias de lobos

 que me contaron de niño.

 Pero perdí la ilusión

 de ver un lobo escondido 

en esa Cueva del Lobo

 hecha en el talud rojizo.


 Entré yo un día al pasar

 muy valiente y decidido.

 Mi madre esperaba fuera 

y me dijo como aviso: 

‒Ten cuidado dónde pisas,

 que está todo muy cochino…

 Pero me hice el valiente,

 el corazón encogido, 

un palo como garrote 

y yo entero precavido… 

Poco rato estuve dentro: 

salí lanzando bufidos,

El camino de Berzosa.

 asqueado, fastidiado,

 apenado y abatido, 

con el calzado manchado

 y un hedor muy alusivo… 

‒¡Cómo va a venir el lobo

 si es un váter repulsivo…!

 Nunca más miré a la cueva,

 aunque hacía aquel camino 

en los días del buen tiempo 

y otros más que no los digo. 

Y nunca más rompí el espejo

 del cielo aquel infinito. 


Mas los lobos de mi infancia, 

 son recuerdos no perdidos,

y en mi almario me los guardo

 con nostalgia y con cariño…



 José Luis Rodríguez Ibáñez 



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