jueves, 28 de enero de 2016

Micieces de Ojeda. LAS COMIDAS (III). Más tradiciones y ritos.


















LAS COMIDAS

MÁS TRADICIONES Y RITOS
(JLR)

(Para ver la entrada anterior, click en: TRADICIONES Y RITOS)


11.   Si no estabas enfermo, vamos, pero enfermo de algo que no fuera cuentitis o “no-me-gusta”, tenías que comer de todo, al menos algo. Eso que dice el refrán “estas son lentejas, si las quieres las comes, y si no, las dejas”, se cumplía hasta cierto punto: si las dejabas ─lentejas, garbanzos, berza… o lo que fuera─ ya sabías que no había más, y que el plato, que tenía más paciencia y constancia que tú, te esperaba para la merienda, o para la cena, o para… Así que uno aprendía que era mejor comer lo que te pusieran sin rechistar, pero reciente,  a tener que comerlo ya dieldo y pasado. Y no había posibilidades de abrir la nevera y escoger otra cosa… ¡Las neveras llegaron  después, cuando ya se podía comprar cosas para llenarlas!




12.    El pan era básico en cualquier comida. Pero eso lo era en toda la cultura mediterránea. En las culturas de raíces cristianas, como la nuestra, tenía un cierto sentido de sagrado: no en vano recordaba la Eucaristía y se pedía a Dios “el pan nuestro de cada día” ─muchas veces, consciente o inconscientemente, le pedíamos pan con algo, y ese algo que fuera bueno─. Por tradición cristiana, que arranca de la cultura bíblica judía y que pasaba de padres a hijos, el pan siempre lo partía y repartía el padre. Y si no estaba el padre, lo hacía la madre. Al pan, incluidas las sobras, se lo trataba con respeto: siempre se lo colocaba cara arriba, nunca al revés, y, si se caía de la mesa, se recogía y se besaba –decía el dicho o refrán: “el pan se besa, si se cae de la mesa”─. Cada familia hacía su propio pan hasta que, rondando el comienzo de la década del 1950, se fueron anulando los hornos caseros y se acudió al panadero, que primero fue el de Payo y, más tarde, bastante más tarde, otros que vinieron a hacerle la competencia.
















13.   La comida del mediodía era la fuerte del día. En la casa siempre era de cuchara, y en el campo, siempre que se podía. Igualmente la cena solía ser también de cuchara.

14.   En lo relacionado a los alimentos básicos, el pueblo se autoabastecía. E igualmente las familias. De lo que se sembraba y se cosechaba, y de los animales que se criaban, se comía.



Lo que más se sembraba y, por tanto, se consumía en Micieces era:
·     Patata: con guiso de todos los tipos y maneras.
·     Legumbres: estas, por orden de cantidad en producción, más o menos: fréjoles: marrones y pintos, eran los más abundantes, casi los únicos; garbanzos; alubias, blancas y pintas; titos y muelas, pero pocos; lentejas; altramuces (aquí llamados “chochos”), no se sembraban muchos.
·     Productos del huerto: verduras y fruta.



















En cuanto a la carne:
·     Cerdo: era lo básico. Cada familia criaba su o sus cerdos,      hacía su propia matanza y conserva: morcillas, chorizos, jamones, lomo, costilla, carne, tocino… Todo se hacía en casa.












·     Quien criaba ganado ─ganado lanar, ovejas─ aprovechaba de vez en cuando alguna que no era necesaria para el rebaño ni se podía vender.
·     Animales de corral: conejos, pollos y gallinas. En casos muy contados, algún ganso, pavo, oca o pato.
·     Huevos: los de las propias gallinas. Y si sobraban, se vendían a otros vecinos o a quien fuera.


























Y no hay que olvidarse de los productos que el campo ofrecía por sí mismo: caza, setas (los níscalos son más modernos en Micieces), cangrejos, peces, caracoles…




15.      Por aquella época los platos más socorridos y abundantes en las     mesas miciecenses  eran las patatas y el cocido.
·     Las patatas se podían presentar de todas las formas, pero la esencial era la de “patatas cocidas”, simplemente. (De esto hablaremos más adelante).
·     El cocido era, y sigue siendo, el cocido de garbanzos, llamado genéricamente “el puchero”. Tanta fama que han cogido algunos “cocidos” con nombre de regiones determinadas y el cocido de Micieces, el puchero, ha sido comida de la zona desde siempre. Lleva, desde luego, garbanzos ─raramente se hacía con titos, y con fréjoles o alubias era otra cosa, no el cocido─ y se le ilustra y adorna con… todo lo que la buena cocinera quiera. Pero nunca faltarán los productos de la matanza del cerdo: morcilla, chorizo y tocino. Y carne del cerdo o de otra procedencia. ¡Y el relleno!: la miga de pan, esmigada, revuelta con huevo y frita en pequeñas porciones, al estilo de tortilla, que, además y luego, admitía una hervorada con el resto del puchero. Una vez hecho el cocido y terminada la hervorada del relleno, se ponían aparte los garbanzos, la carne y el caldo. Y al caldo se le añadía un poco de pasta como estrellitas, fideos… y quedaba una sopa… ¡deliciosa! Aquí, por lo general, los garbanzos eran de la cosecha propia. Siempre había alguna cosecha que, por el clima, la tierra o el agua, daba garbanzos de cocción más fácil que otras, pero se ablandaban echándoles a remojo (arremojo) la noche anterior con una o más cucharadas de bicarbonato.



















16.          Los dulces. En todas las casas se hacían dulces para las fiestas. Y en no pocas ocasiones se aprovecha la cocción del pan en el horno para hacer a la vez una bandejada de dulces. Ahora, la facilidad de conseguir en el mercado dulces variadísimos y muy buenos se ha llevado  el tenerlos que hacer en casa, aunque todavía hay quien, de vez en cuando, haga algunos. Los más usuales y tradicionales  eran:
·         Las galletas, de diferentes formas, texturas, sabores y contenidos;
·         los bizcochos;
·         las orejuelas, típicas y propias del Carnaval;
·         el brazo de gitano;
          y el flan.

lunes, 25 de enero de 2016

Micieces de Ojeda- LAS COMIDAS (II). Tradiciones y ritos.






Habrá muchos que tengan recuerdos muy parecidos a estos y sus vivencias seguro que no serán muy diferentes. Los tiempos han cambiado tanto, que algunos de los jóvenes actuales pueden creer, o suponer, o pensar, que el mundo siempre ha sido como ellos lo están viviendo o, a lo más, solo algo diferente al actual. Pues la forma de vivir fue bastante diferente, y, gracias a cómo vivieron nuestros bisabuelos, pudieron seguir mejorando nuestros abuelos. Y gracias a ellos, nuestros padres. Y gracias a nuestros padres, nosotros. Y gracias a nosotros, los que venís detrás de nosotros. Y gracias a vosotros, los que… ¡Ojalá sí!


















1.      Los de la generación de la posguerra, los de la cartilla del racionamiento, sí, nosotros, no desayunábamos: almorzábamos. No sé si se usaba la palabra desayuno en el habla del pueblo: quizá sí, porque Micieces siempre fue pueblo de acogida. Pero eso de desayunar era muy finolis.



2.      ¿Y qué se almorzaba? ¡Sopas de ajo! O patatas, o… Hombre, siempre había familias que, incluso en el almuerzo, se podían permitir el lujo de adornar la mesa mejor y con más cosas. ¡Y torrezno torresno! ¡Que no faltase el torrezno! Pero no lo que hoy se llama panceta o beicon. El torrezno era tocino de la matanza del cerdo y había de ser tocino-tocino y no muy magro. Se le freía ─no al estilo de los típicos de Soria, quedaba blando─, se untaba el pan y se comían ambos a dos carrillos… ¡Y era, y sigue siendo, delicioso!

3.      La sopa de ajo, sopa castellana la dicen hoy, es simplemente sopa de pan y agua, con los condimentos mínimos necesarios. He comido muchas veces a lo largo de mi vida sopa castellana. Pero, la verdad, estas sopas no eran las de mis recuerdos: ¡ni parecidas a aquellas que comí de niño en el pueblo, aunque estas estuvieran más ilustradas, más adornadas y fuesen más caras! Las sopas buenas-buenas eran las que se hacían en cazuela de barro, cada uno la suya: la madre les echaba un aceite resquemado, o lo que salía de freír los torreznos, se les daba tiempo, se las ponía al fuego de la hornacha, de la lumbre del hogar, hervían algo, se pegaban otro algo a la pared de la cazuela y… sabían a gloria. ¡Sabores de esos que se te quedan en el paladar para toda la vida!

4.    ─¿Qué has desayunado hoy?
─Pues un café con leche, galletas…   
(Y el de pueblo piensa: “Con eso no resistes hasta media mañana, hasta las diez, y menos hasta la hora de comer, a no ser que no hagas nada”).         
El café era demasiado lujo en aquellos tiempos: solo asequible a los ricos o como un lujo extra, propio de día de fiesta gorda. En la mayoría de los hogares a lo más que se podía aspirar era a la achicoria, que muchas veces se disfrazaba de cebada tostada. Y el café, o su sucedáneo, era de puchero, naturalmente. El soluble, el que siempre llamamos nescafé, no había llegado a nuestros pueblos, si es que ya se había inventado. Y aquellos otros componentes que alteraban color y sabor de la leche, o del agua ─colacao, por ejemplo─, o eran demasiado lujo, o no habían aparecido en el mercado todavía.







5.      ¿Y leche? En nuestro pueblo solía haberla de cabra, hasta que las prohibieron, más o menos hacia el inicio de la década de 1950. O de vaca, la más común. Aquí siempre se labró con ganado vacuno y solía haber casi siempre alguna vaca parida cuya leche se vendía y compraba. Pero algunos compañeros que he tenido a lo largo de la vida me contaban que en sus pueblos respectivos no se tomaba leche y apenas queso. No había ganado vacuno, se labraba con ganado mular, no había tampoco cabras y a las ovejas no se las ordeñaba. Y aquella leche americana en polvo y el queso en lata no habían llegado aún.
























6.     Para el almuerzo no era “obligatorio” reunirse toda la familia, dependía de los madrugones, de los quehaceres y obligaciones, de las edades. Y, lógico, de las costumbres de cada familia.

7.      La comida era principalísima, tanto en lo relacionado con la alimentación, como en lo relativo a la vida familiar y social. Era el momento que dividía el día en dos mitades: la mañana y la tarde. Se decía: es hora de comer, ¿has comido?, llevo la comida a…, y todo el mundo sabía a qué se refería: la comida principal, la de mediodía. Ahora los horarios europeos, las modas y costumbres que importamos, la dispersión laboral de la familia, los horarios laborales… han alterado estos puntos de referencia y ya no es la comida principal del día, ni la comida familiar, ni marca la mitad del día, ni… ¡Tiempos aquellos…! Pero ahora son estos y son así.


8.    Lo más normal en los pueblos de Castilla ─y, en general, en todos los pueblos de raíces e influencia cristiana, católica o protestante, y desde luego en Micieces─ era que el padre de familia presidiese la mesa. La madre solía atender a la cocina, servir los platos, atender a la mesa y sentarse en su lugar a comer con todos: lógico lo veíamos.

9.    En la mesa, en cualquier comida, había que comportarse. No habría mucho para elegir, no tendría la familia mucha cultura y educación universitaria o de estudios, pero en la mesa había que comportarse con educación y cumplir las normas que comúnmente se llamaban de urbanidad.

10.   Y lo primero que se hacía en cualquier comida, después de sentarse a la mesa, cada cual en su sitio, no en otro, era “bendecir la mesa”, o sea, un rezo que podía ser una de las oraciones que sabe cualquier cristiano u otra oración que sirviese para dar gracias a Dios por la comida o que la bendijese. Y la podía dirigir o hacer en público cualquiera de los comensales, dependiendo de la costumbre familiar. Y hasta que no se haya bendecido la mesa, no se empezaba a comer, aunque el plato estuviera ya servido y tuvieras mucha prisa o hambre. ¡O témpora, o mores! ─que solo es una exclamación latina con una cierta connotación de añoranza o de pena por el tiempo pasado, y que significa “oh tiempos, oh costumbres”, no otra cosa─.

JLR

Continuación de esta entrada en (click): MÁS TRADICIONES Y RITOS.

miércoles, 20 de enero de 2016

Micieces de Ojeda, LAS COMIDAS (I). Las horas y los nombres de las comidas.




LAS COMIDAS
Las horas y los nombres de las comidas.

(JLR)


Sopa de ajo.

Antes ─situemos ese antes en el tiempo: antes de la década de los sesenta del siglo pasado, 1960─, en los pueblos castellanos, como en otros muchísimos sitios, el nombre de las comidas del día eran: almuerzo, comida y cena. Y como el día era tan largo, sobre todo cuando se trabajaba el campo, había que hacer unos suplementos de comida y descanso a media mañana y a media tarde: echar las diez y merienda. Esto siempre contando con que la época no era de crisis colectiva o familiar y con que en la despensa familiar había qué poder comer. De manera que el orden de las comidas era:

-        Almuerzo: al levantarse.
-        Las diez (echar las diez): a media mañana.
-        Comida: al mediodía.
-        Merienda: a media tarde.
Patatas.
-        Cena: en la noche.


Pero el progreso económico y cultural y la influencia de culturas ajenas, sobre todo la anglosajona, han conseguido uniformar no solo el contenido en las comidas, sino hasta el mismo nombre con el que siempre se nombraron las del día. ¡La globalización se nos ha metido hasta en la sopa!, ─sea dicho esto sin ánimo de ofender a la sopa, pero sí en el doble sentido de lo real y de lo metafórico─.

Hoy a estas comidas del día, que detienen la actividad laboral de la gente, se las suele denominar: desayuno (lo que antes era el almuerzo), almuerzo (lo que era “echar las diez”), comida, merienda y cena.


1.  DESAYUNO (ALMUERZO)


Es la  primera comida del día, generalmente ligera. El nombre deriva del hecho de que se rompe el ayuno de la noche con lo que se come a primera hora de la mañana, o sea, se “des-ayuna”, se anula el ayuno.


          Para los miciecenses, y para los habitantes de las zonas cercanas, el concepto de desayuno conlleva la idea de poca cosa: un café, una taza de leche, es decir, algo que no sirve para ir a un trabajo duro. Desayuno lo podían decir y hacer los de capital, los que no tenían un trabajo de mucho ejercicio físico que gastase muchas energías, o sea, los de vida sedentaria… Quien tenía que trabajar en el campo, almorzaba, y bien. Por eso aquí no se desayunaba: se almorzaba. Algunos empezaron a desayunar cuando los miciecenses que habían emigrado del pueblo, volvieron cambiados por la economía, con hechuras de ciudad y sin necesidad de trabajar en el campo. O cuando la edad obligaba a hacer restricciones alimentarias por motivos de salud, o la jubilación permitía el lujo de acumular grasas sin la necesidad de un trabajo que las gastase.

          La palabra desayuno, aunque no fuese desconocida, era inusual y fue metiéndose en el vocabulario del pueblo poco a poco, junto con el concepto y la realidad que encerraba. Porque en Micieces, y en su entorno, en aquel antes que decía arriba, no se desayunaba, se almorzaba.


2. ALMUERZO – (ECHAR LAS DIEZ)

La palabra almuerzo, con su concepto y contenido, sí que ha evolucionado:
·       El DRAE admite los significados de comida que se hace a media mañana, entre el desayuno y el mediodía, y el de comida que se hace al mediodía. Su etimología proviene de la palabra latina relacionada con morder.
·       En no pocos sitios se llamaba así a la comida que se toma por la mañana entre el desayuno y la comida de mediodía, generalmente entre las 9 y las 11 de la mañana. En Micieces a esta comida de media mañana se le llamaba “echar las diez”, por considerar la hora de las diez como la que marca el medio de la jornada matinal laboral.
·       En otras zonas ─cada día en más sitios, por mor de la globalización del idioma, de las costumbres y de la influencia anglosajona─ se llama almuerzo a la comida del mediodía. Es decir, lo que nosotros siempre hemos conocido por “la comida”, sin más. Pero este concepto chirría a los que siempre hemos llamado almuerzo a otra cosa.
·       Para nosotros, miciecenses y habitantes de nuestra zona geográfica y nacidos ya hace…años, almuerzo fue siempre la primera comida del día. Con frecuencia era comida de cuchara, a la que podían sumarse otras cosas de alegre y nutritiva compañía.


ECHAR LAS DIEZ


Esta comida solía ser más que un “tentempié” hacia media mañana, en la mitad, más o menos, de la jornada laboral de la mañana. No solía ser comida de cuchara, pero sí energética y, para mayores, regada con vino. Se paraba el trabajo, se buscaba el remanso o la sombra, o un lugar adecuado, se comía, se descansaba, se charlaba, se…echaba el cigarro ─seguro que habría que decir se sacaba la petaca, se liaba el cigarro o pitillo…─. Y luego, ya casi descansados, al trabajo de nuevo, mirando de reojo al sol, o al cielo, a ver cuándo llegaba la hora de comer… ¡Tiempos aquellos…!


Los niños de escuela, cuando nos daban recreo, que no siempre, echábamos una carrera a casa a por un bocadillo de pan con algo ─el bocata, el sándwich y parecidos, nacieron después─. Y si no había nadie en casa, pues eso, a aguantarse… Y, ya en la escuela, mirar sin ver, escuchar sin oír, soñar sin atender, hasta la hora de salir corriendo… ¡Tiempos aquellos tan lejanos…!

En el mundo de la ciudad y del trabajo de oficina, a esta parada laboral de media mañana, se le suele llamar “el café”, “la hora del café”, que, por supuesto, suele ser café y algo más, pero no llega nunca a la hora de descanso y hasta está regulado su tiempo por ley en algunos convenios laborales. 


 


3.  LA  COMIDA
         
Es la del mediodía. Con toda la razón y con toda propiedad era “LA comida”. Y era la línea que marcaba la separación de la mañana y de la tarde. “Buenos días”, se decía antes de comer, aunque la comida fuese tarde ─sin exagerar, claro─. “Buenas tardes”, era el saludo que se daba después de comer. No éramos tanto del reloj, como lo son otros de otras culturas, cuanto de los hechos que marcaban la división del día.

          La comida, siempre que fuerza mayor no lo impidiese, se hacía en familia. En nuestra cultura, el comer, sobre todo LA comida, no solo era una cuestión de alimentación, sino también de convivencia y de relación familiar y social. Y esto era muy importante. Por eso se cumplían unos ritos, o tradiciones, de los que hablaremos después.


4.  MERIENDA

La hora de la merienda era pasada ya la media tarde. ¡Y qué largas eran las tardes del verano! El contenido de la merienda dependía de cada casa, del trabajo que se estaba haciendo y, desde luego, de la edad de los merendantes. Casi siempre se recurría a la matanza ─conservas de la matanza del lechón─, a las conservas en lata, a los frutos del huerto y dependían del ingenio y habilidades del ama de casa, que normalmente era siempre la madre de familia.



5.  CENA

Era tarde. Y, visto aquello desde mi perspectiva de una vida regida por
 el reloj, me sigue pareciendo demasiado tarde. Y más en el verano. Pero la vida era como era. Había que recoger la era, terminar algunas labores, cuidar a todos los animales de la casa ─niños aparte─, es decir, dejar clausurado y en orden el día que terminaba. La cena no es que fuera tan ritual como la comida del mediodía, pero también lo era: la familia se reunía y cenaba. En el invierno siempre se adelantaba la hora y, luego, se solía prolongar la tertulia al amor de la lumbre del hogar.




Himno a Micieces de Ojeda