domingo, 13 de diciembre de 2020

Micieces de Ojeda. NAVIDAD 2020

 



NAVIDAD 2020

Unos ángeles barrocos

están sentados en vigas

cantado con blancas voces

unas canciones divinas.

Otros años el belén

estaba lleno hasta arriba,

pero este año lo llenan

zonas y partes vacías.

 

Y pasado ya un buen rato,

a José dice María:

–Faltan muchos este año,

¿los ángeles nos fallarían?

–Está Belén confinado

por la pandemia maligna.

Si es que el demonio no duerme,

si ya me lo suponía…

 

Al belén suben algunos,

todos con su mascarilla

que les tapa media cara,

destapada lo de arriba.

San José está preocupado

y María muy tranquila,

–¡Que el Niño es grupo de riesgo,

poneos la mascarilla!

–es José el que grita serio

a algunos que la traían

 de barboquejo o bufanda 

o en el brazo colgadita.

.

Y como si fuera una orden

ángeles con alegría

echan un desinfectante

oloroso, de ambrosía,

a todo el belén completo

volando con maestría.

 

Los visitantes se marchan:

llega la hora prohibida.

José se asoma a la puerta

y lejos y cerca mira,

vuelve otra vez al misterio

y, triste, dice a María:

–Que no vienen al belén

los que otros años venían…,

solo unos cuantos pastores

porque en el campo vivían.

Y van y se marchan pronto:

hora de queda les dictan.

¡Y mantienen confinados

a todos los betlemitas!

¡Pues vaya Navidad esta

con un belén que es de risa!

No vale la pena estar

en el belén otro día.

–Pero, José, no te enfades,

que igual Navidad sería

aunque no hiciesen belén

ni viniesen ningún día:

bastan la vaca y la mula

y tú, José, y yo, María,

y el Niño con su sonrisa

y su presencia divina.

 

Y José mira a la vaca,

y luego a la mula mira,

mira al Niño en el pesebre,

y luego mira a María…

¡Quedan cinco en el belén,

más ángeles de compañía

que con tal de volar libres

a cualquier parte se irían!


Levanta brazos al cielo

y muestra triste sonrisa,

encoge los ambos hombros

y dice con voz dolida:

–Pero si estuvieran todos,

habría más alegría;

si todos participasen,

mejor Navidad sería…






Más sobre Micieces y la Navidad:


- EL TORO Y EL BELÉN.


viernes, 27 de noviembre de 2020

Micieces de Ojeda. HISTORIA DE LA MORA DE LA FUENTE, de Berzosa de los Hidalgos.










LA MORA DE LA FUENTE
(Berzosa de los Hidalgos)



                                                          Os voy a contar, señores,

una historia que ocurría

hace muchísimos años,

y hasta en los libros venía

y cantaban los juglares

cuando juglares había.

Mas si ellos la cantaban,

me falta a mí su osadía:

os la contaré sin canto,

aunque sí con melodía.


Pasó en antiguos tiempos en que la morería

por tierras va de España con gran algarabía

haciendo muchas razias, matando a quien quería,

robando las riquezas del reino que se hundía.

 

Del norte los cristianos tal yugo no lo aguantan,

rebeldes y valientes en guerra se levantan

y en esa vieja España reinos nuevos se plantan

Es uno el de Castilla, que muy pronto se ensancha.

 

En tiempos de los hechos que van a ser contados

Castilla ya se extiende por campos alejados,

la Ojeda tiene ya sus pueblos habitados

que el rey daba de premio a vasallos probados.

 

 El rey por sus servicios, cual don de regalía,

da el pueblo de Berzosa a hidalgo de valía

y al nombre de Berzosa, Hidalgos juntaría:

la historia desde entonces nombrarlo así debía.

 

Los moros que vivían en tierras castellanas

marcharse no quisieron a tierras africanas:

quedáronse en sus casas entre gentes cristianas,

los más con sus costumbres y fe mahometanas.

 

El monte Villavega los moros habitaban,

sus casas y sus cuevas morería formaban.

Mas moros y cristianos familias no mezclaban:

sus leyes y costumbres sus gentes respetaban.


Era otoño, y ya la escarcha

brillaba de amanecida,

los días eran más cortos,

las noches se engrandecían

y las plantas de los montes

frutos maduros tenían.

El hidalgo berzoseño

un hijo joven tenía

al que gustaba la caza

y salir de cacería.

Con sus galgos corredores

a cazar se fue un buen día.

Cuando ojea la brecera

que está cerca de la villa,

una liebre corredora

de su escondite salía.

Y los galgos cazadores

corriendo a por ella iban.

El hidalgo en su caballo

con entusiasmo corría

siguiendo a galgos y liebre

por mor de la cacería.

El caballo en su galope

bajo un roble se metía:

la cabeza del jinete

un gran golpe recibía

al chocar con gruesa rama

que de aquel árbol salía.

Y el caballero se cae

como bellota movida,

y su cuerpo queda inerte 

en el suelo, cual sin vida.


                       Había en el brezal esa mañana

una joven mora muy galana.

 

Plantas, hierbas y bayas rebuscaba:

con ellas medicinas fabricaba.

 

El oficio de médico ejercía

con sus gentes que son la morería.

 

De pronto oye de galgos los ladridos,

y teme a los cristianos mal nacidos.

 

Un moro solo en monte de cristianos,

¡qué peligro si llegas a sus manos!

 

Si es una mora joven y agraciada,

¡lo mejor es … en casa y bien cerrada! 

 

Entre matas agrestes se ocultaba,

esperando por ver lo que pasaba.

 

A una liebre dos galgos persiguiendo

pasan cerca de ella rüido haciendo.

 

Un jinete detrás de ellos galopa,

y la rama de un roble con él topa.

 

El golpe en la cabeza recibido

hace que caiga al suelo sin sentido.

 

Todo lo ve la joven escondida

y a ver qué pasa espera estremecida.

 

Y al darse cuenta de que nadie viene,

                                       al jinete se acerca a ver qué tiene.

Sale, pues, de su escondite

y al hidalgo se aproxima.

Un vistazo es suficiente

para ver lo que tenía

Le refresca con el agua,

             le coloca boca arriba

le venda la su cabeza,

le cura las sus heridas…

Coge después su caballo

que suelto está y que la mira,

sube al herido sobre él,

lo lleva a la morería,

lo acuesta en su propia casa

que hace de enfermería,

le da a beber un hervido

como mejor medicina…

Luego, sale y al caballo

le dice con voz tranquila:

¾Corre a tu casa, que sepan

que tu amo está con vida,

y que al cristiano una mora

le cuida en la morería.

Un papel con el mensaje

consigue atar a la silla.

Una palmada en la grupa

le da,  y así le encamina

 en galope solitario

hacia su cuadra en la villa.

 

Del hidalgo berzoseño

nada ninguno sabía.

Espera nervioso el padre,

ansiosa la madre mira

las sombras que hace la noche,

y a san Cristóbal suplica

que de las sombras oscuras

vuelva su hijo con vida.


Los criados y sirvientes antorchas prepararon,

las cogen los vecinos y al campo se marcharon.

La luna y las estrellas a brillar comenzaron.

El resto de la noche al hidalgo buscaron.

 

Las antorchas se apagan, están ya consumidas,

el alba por oriente anuncia amanecida,

la gente considera que es búsqueda perdida

y vuelven a sus casas con alma dolorida.

 

No han visto del hidalgo ni mínima señal:

seguro que ha tenido un destino fatal.

La madre llora al hijo, el padre llora igual,

la casa está muy triste pues falta el principal.


Cuando la noche ha pasado

y llega la amanecida,

los dos galgos corredores

tristes andando volvían,

y a la puerta de su cuadra

el fiel caballo relincha.

Alguien lo ve sudoroso,

rápido le desensilla

y encuentra un papel doblado

con unas letras escritas:

“está con vida el cristiano

cuidado en la morería,

no se le puede mover

mientras cura sus heridas”.

Y la madre, porque es madre,

saber más cosas querría;

pero el padre se conforma

con que el hijo esté con vida.

Lentos los días se pasan

en una espera intranquila

y a los ocho del suceso

un mensajero venía.

-Decidme, muchacho moro,

de mi hijo las noticias…

-Su hijo, señor hidalgo,

vivo está en la morería,

que mi ama lo encontró

en el monte ya hace días

más cercano de la muerte

de lo que estaba a la vida.

-Pues iré a por él, que debo

traerlo a casa  enseguida…

-No se le puede mover,

que entonces no curaría.

Mi señora sabe el arte

de curar cualquier herida.


Y después de varias lunas

el hijo a casa volvía.

Fiesta le hace su gente,

bailes, música, comida:

él parece agradecido,

pero su mente está ida.

-¿Será el golpe en la cabeza?

¿Será alguna medicina?

Sigue saliendo de caza

al monte todos los días

con sus galgos corredores,

mas vuelve sin cacería.

-¿Qué le pasa a nuestro hijo

que tiene la mente ida

y no presta ni atención

a las cosas que debía?,

el padre se preguntaba.

Y la madre respondía:

¾Es que tiene mal de amores

con mora de morería…

 

Por el pueblo los rumores

de boca en boca corrían:

¡el hidalgo enamorado

de mujer mora se había!

También los mismos rumores

llegan a la morería.

Y las gentes de ambos pueblos,

y mucho más sus familias,

no comprenden ese amor

que consentir no podrían.

Al cristiano le prohíben

entrar en la morería;

y a la mora la vigilan

por si con él se veía.

Solo en el monte ya pueden

encontrarse, y a escondidas.

-Si sigues con el cristiano,

te mataremos un día…

Los moros de aquel su pueblo

con este dicho le avisan.

-¿Un hidalgo y una mora?

¡Pues perderás la hidalguía…!,

con amenaza su padre

muy claro se lo advertía.

Pero el amor es así,

que si le impiden, se obstina.

Y los dos enamorados

siguen viéndose a escondidas

y hacen planes de futuro

donde estén juntas sus vidas.

 

           **********

El sol está tras el monte

y anuncia la anochecida.

Saben los enamorados

que es hora de despedida.

Bajan juntos a la fuente

que en el valle refulgía,

y beben juntos del agua

que mana tan clara y limpia.

Y después que ya han bebido,

un beso de despedida…

Mas el beso nunca llega

porque un traidor asesina

a la mora enamorada

cuando ya se despedían.

Un fanático y celoso

el encargo recibía

de los que siempre se adueñan

de las leyes y la vida:

es la venganza anunciada,

es la justicia islamita.

Días lleva vigilando

y espera ocasión propicia.

Y ahí la tiene esa tarde

cuando sueñan con la vida

esos dos enamorados

en contra de sus familias.

El lugar es una fuente

que en el valle refulgía;

es la hora la apropiada,

no es aún la anochecida.

El traidor, como serpiente,

busca distancia precisa.

Está la mora de espaldas

y abrazados ya se habían.

Una flecha volandera

dispara con puntería:

por la espalda se le clava,

por el pecho aparecía;

y el corazón, en el medio,

atravesado sería.

La joven daba un suspiro,

y hasta el suelo se escurría.

-¿Qué te sucede, mi mora,

qué te pasa, mora mía…?

Una rosa colorada

en su pecho le nacía,


y crece con rapidez

robando rauda su vida.

Tan duro y denso es el aire

que le duele si respira;

apenas le quedan fuerzas,

sus ojos casi no brillan…

Y el joven sobre la hierba

con amor la deposita…

¡Tantas cosas que decirse

les quedaban todavía…!

Solo se pueden decir

con cuánto amor se querían:

ella en silencio lo expresa

con su mirada y sonrisa;

él, con su mano en las suyas,

llora en silencio y la mira…

A borbotones de sangre

se le fue el alma y la vida.

          ********** 

                                            

Toda la noche el hidalgo

vela a su mora querida.

De la muerte de la joven

pronto corre la noticia

y entre moros y cristianos

pocos y escasos vendrían,

si no fuera porque vienen

algunos de sus familias.

 

Los moros quieren llevarla

a enterrar a morería.

Si la entierran los cristianos,

camposanto no tendría.

Y entonces el berzoseño

esto dice con hombría:

-Enterrarla en camposanto:

que no es digna me dirían;

mas los moros en el suyo,

tampoco la merecían.

Así que yo lo decido

según lo que ella quería:

una tumba en la brecera,

de frente a la fuente limpia,

de brezos acompañada

y del cierzo protegida,

sin robles que el sol le roben

y de cara al mediodía.

He dicho. Y así se hará

aunque me cueste la vida.

Los que están de acuerdo, callan;

los disconformes,  ni pían.

Y cavan profunda fosa

donde el joven se lo indica.

Y cuando el hoyo está hecho,

el hidalgo deposita

el cuerpo de la su amada

con suavidad infinita,

y con ternura le expresa

amorosa despedida.

Las lágrimas por su cara

corren libres y crecidas

mientras tapan aquel hoyo

con la tierra removida.

 

-Quiero brezos con raíces

para sembrar por encima…

El brezal le dará flores,

que  todos le negarían…

Solo unos cantos rodados,

en montón,  señalarían

la tumba donde la mora

por siempre descansaría.

Nunca dijeron su nombre

y nunca escrito sería:

solamente fue una mora,

mora de la morería,

de un cristiano enamorada

y que fue correspondida.

Mas la fuente de aquel valle

su nombre simple tendría,

pues el de “FUENTE LA MORA”

por siempre ya llevaría.


(José L. Rodríguez I.)





Himno a Micieces de Ojeda