Unos ángeles barrocos
están sentados en vigas
cantado con blancas voces
unas canciones divinas.
Otros años el belén
estaba lleno hasta arriba,
pero este año lo llenan
zonas y partes vacías.
Y pasado ya un buen rato,
a José dice María:
–Faltan muchos este año,
¿los ángeles nos fallarían?
–Está Belén confinado
por la pandemia maligna.
Si es que el demonio no duerme,
si ya me lo suponía…
Al belén suben algunos,
todos con su mascarilla
que les tapa media cara,
destapada lo de arriba.
San José está preocupado
y María muy tranquila,
–¡Que el Niño es grupo de riesgo,
poneos la mascarilla!
–es José el que grita serio
a algunos que la traían
de barboquejo o bufanda
o en el brazo colgadita.
Y como si fuera una orden
ángeles con alegría
echan un desinfectante
oloroso, de ambrosía,
a todo el belén completo
volando con maestría.
Los visitantes se marchan:
llega la hora prohibida.
José se asoma a la puerta
y lejos y cerca mira,
vuelve otra vez al misterio
y, triste, dice a María:
–Que no vienen al belén
los que otros años venían…,
solo unos cuantos pastores
porque en el campo vivían.
Y van y se marchan pronto:
hora de queda les dictan.
¡Y mantienen confinados
a todos los betlemitas!
¡Pues vaya Navidad esta
con un belén que es de risa!
No vale la pena estar
en el belén otro día.
–Pero, José, no te enfades,
que igual Navidad sería
aunque no hiciesen belén
ni viniesen ningún día:
bastan la vaca y la mula
y tú, José, y yo, María,
y el Niño con su sonrisa
y su presencia divina.
Y José mira a la vaca,
y luego a la mula mira,
mira al Niño en el pesebre,
y luego mira a María…
¡Quedan cinco en el belén,
más ángeles de compañía
que con tal de volar libres
a cualquier parte se irían!
Levanta brazos al cielo
y muestra triste sonrisa,
encoge los ambos hombros
y dice con voz dolida:
–Pero si estuvieran todos,
habría más alegría;
si todos participasen,
mejor Navidad sería…
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