jueves, 24 de noviembre de 2016

Micieces de Ojeda. Miciecerías: LOS PUENTES DEL ARROYO.






 LOS PUENTES DEL ARROYO
(José Luis Rodríguez Ibáñez)





Por aquellos tiempos pasados, tanto el arroyo del Ruyal como el del pueblo, siempre llevaban algo de agua, incluso en verano. Y en tiempos más lejanos, cuentan que llevaban más. El manantial que se recogió para fuente del pueblo, corría libremente hacia el río por nuestro arroyo. Se construyó un depósito de agua potable a los pies del Cucuruto que surtía a la fuente pública del centro del pueblo y echaba el agua sobrante a una arqueta, y de esta iba al arroyo: pero en verano y tiempos calurosos o secos, no sobraba nada.  La fuente del camino de Oteros, se guió hacia las adoberas y casi se perdía su agua entre sus tojos o pozos y las plantas que sembraron en la pradera.  Y la fuente de la Isilla fue casi abandonada y perdió su prestancia y categoría de manantial y quedó simplemente en zona húmeda o algo parecido. Así que llegó un tiempo en que el arroyo solo recogía el agua de las lluvias, y el resto del tiempo estaba triste y polvoriento, apenas con alguna lagrimilla que indicaba que fue un arroyo. Eso sí: cuando caía una tormenta por allá arriba, se le hinchan las narices y gritaba con fuerza, a veces con furia, el "aquí-estoy-yo”.
Y el tal arroyo dividía claramente a Micieces en dos partes, pero no enfrentadas y sin categoría de barrios independientes.
¿Y cómo se pasaba el arroyo? Tenía cuatro vados en lugares estratégicos, es decir, en cada bocacalle de su margen derecha, que es la que estaba junto a las paredes de las casas. El principal era el que había junto a la fuente y la ermita: era el más céntrico y daba paso a la iglesia, a la ermita, a las cantinas y, posteriormente, a la fuente. Había unas piedras para pasar sin mojarse cuando traía agua. Y si te resbalabas, pues… eso. En verano, o cuando venía escaso de agua, con un saltito teníamos suficiente. ¿Y las personas mayores? Pues pisaban en una piedra, luego en la otra y…
En la parte de arriba del arroyo, antes de unirse con el que venía del camino de Oteros, había otro vado de las mismas o similares características. Y si alguna casa tenía puerta al arroyo, hacía su propio paso o vado.
Solo tuvo un puente a la entrada del pueblo, cerca de la escuela de los niños, hoy teleclub, aunque yo no tengo recuerdo preciso de él. Era la última bocacalle de su recorrido, y, aunque su cauce no era muy profundo, era lo suficiente para no poder hacerse un vado natural y sí, sin demasiado esfuerzo técnico, un puente, que fue de madera, de maderos más bien, hasta que, allá por la segunda mitad de los años cuarenta (1940), cuando se hizo la escuela de niños, o quizá a la vez que se construyó el puente del río, se cambió por una alcantarilla de cemento. Era la única que había en el arroyo, y no tenía pretensiones ni de puente, ni mucho menos de artística o histórica.

El arroyo en sí era una cosa bonita, curiosa, folclórica, y en la que a los niños nos gustaba jugar. Su agua se empleaba para animales, plantas, patios…, nunca para beber. El problema era cuando había una gran tormenta y descargaba toda su furia y toda su agua en el Cucuruto y en los valles de la Isilla y del camino de Oteros. El desagüe natural de esos dos valles era el arroyo que pasaba por el centro del pueblo. Y entonces sí era problema: se saltaba a la calle, inundaba el pueblo y, quien estuviese al lado contrario de su casa, más le valía esperar a que escampase y bajase la crecida… Pero yo recuerdo que nos gustaba ver cómo corría el agua, siempre roja, la fuerza que traía, las cosas que arrastraba… Y al día siguiente teníamos que comprobar cómo había descarnado las orillas y, no pocas veces, la misma calle, y se tenía que volver a hacer las presas para poder recoger su agua.



Porque, como no solía bajar mucha agua, a lo largo del arroyo había tres o cuatro sitios donde se represaba el agua a base de cantos, piedras, tierra, algún césped…: allí se recogía agua para los animales, para regar las plantas del jardín o los tiestos, para lavar… La escuela de niños hacía la suya propia a la vera de su puerta y pasada la alcantarilla: en ella llenábamos las latas con las que regábamos nuestro jardín escolar. Las niñas también hacían su presa en el Ruyal, a la altura de donde comienza el camino de la iglesia. Y nuestro jardín escolar (el de los niños) daba unas rosas, unos pensamientos, unos geranios...muy bonitos. Pero las flores del jardín de las niñas siempre eran más bonitas. Lo reconozco ahora. ¿Por qué sería? La presa del Ruyal, en el cruce del camino de la iglesia, también era aprovechada por las mujeres de esa zona para lavar la ropa, sobre todo la más pequeña. Y la tendían en los ribazos cubiertos de hierba que tenía el Ruyal.
¿Y por qué no hicieron un puente, algo que facilitara el paso del arroyo? Micieces era, y siempre fue, un pueblo agrícola y ganadero. Y un puente o se hace bien, profundizando el cauce y con material resistente, o no vale la pena. Y se conoce que no valía la pena tanto gasto para poco servicio… Había de resistir el paso de carros cargados y de los animales sueltos o en rebaño… Y el cauce era muy llano. Así que era más sencillo y fácil, y menos trabajoso y costoso, utilizar el tipo de vado natural.

(Continuará)


domingo, 20 de noviembre de 2016

Micieces de Ojeda. Historias de Micieces. EL RAMO DE NOVIA.







Micieces, además de su Historia, tiene muchas historias. Algunas se cuentan en voz baja, en secreto, aunque todos las conocen. Otras son menos conocidas y se pueden contar en voz alta. Como esta, contada en forma de "cuento de la abuela":



EL RAMO DE NOVIA
(José Luis Rodríguez Ibáñez)


¾Cuéntame un cuento, abuelita.
¾Bueno, te lo contaré,
pero te exijo, nenita,
que has de estar muy calladita…
¾Empieza, ya me callé.
¾Pues, verás…

Érase en tiempos pasados
una novia joven, guapa,
trabajadora, hacendosa,
de su novio enamorada…
y aunque de pueblo pequeño,
hermosa y muy bien plantada,
con el cabello tan largo
que a la cintura llegaba,
Aquella tarde la joven
nerviosa cual novia estaba
porque se iba a casar
mañana por la mañana.

Cuando el sol ya se ha ocultado
por detrás de las montañas;
cuando la noche ya reina
en campos, calles y casas;
cuando las estrellas miran
desde arriba sosegadas;
cuando el reloj de los pueblos
señala silencio y calma,
es hora de que se cumplan
las costumbres veteranas
que son tradición del pueblo
cuando una novia se casa.

Y los mozos como pueden
le ponen una enramada;
y las manos femeninas
de las mozas la engalanan.

Y luego, según costumbre,
la enhorabuena le cantan.

Invita el novio a los mozos
como la tradición manda.
Y a los que allí están presentes
dulces y copas les pasan.
Y todo el pueblo se alegra
con los novios que se casan.

Ya la gente se ha marchado
cada cual para su casa…
La novia al novio pregunta
previendo que algo le falta:
¾¿Y el ramo, me lo has traído?
¾¿Pero de qué ramo me hablas?
¾¡Pues del ramo de la novia,
que el novio se lo regala!
Y el novio dice azorado:
¾Pues no sabía yo nada…
Todos quedan en silencio…
¡Qué despiste, qué ignorancia…!
¾¡Pues yo sin ramo no voy
a la iglesia en la mañana…,
que una novia sin el ramo,
ni lo parece, ni nada…!
─segura afirma la novia
con su decisión tomada.
Y la madre de la novia:
¾Hija, le dice angustiada,
buscaremos unas flores
y el ramo haremos mañana.
Y piensan en soluciones:
quizá la madrina traiga…,
quizá flores en el pueblo…
¾A nadie le importa nada,
ni serán las de mi ramo
flores que sean robadas…

Y la novia aquella noche
pasó noche toledana:
el ramo, si estaba en vela,
de su mente se adueñaba;
y en los ratos que dormía,
con el ramo aquel soñaba;
la duermevela traía
el ramo y se lo llevaba:
aquel su ramo de novia
vivo parece que estaba,
y si intentaba agarrarlo,
de entre sus dedos volaba…
¾Si yo solo quiero un ramo
de novia para mañana…,
decía medio despierta,
o en el sueño suspiraba…

Lenta se pasa la noche…
Sería ya la del alba
y una idea, sueño o imagen
de golpe la sobresalta:
¾¡Ya tengo la solución
para el ramo de mañana…!
¡Y era la mar de sencilla,
y estaba la mar de clara…!

              *********
Ya ha nacido el nuevo día,
ya da el sol en las ventanas,
ya la novia estaba en pie
hace rato y preparaba
las cosas que necesita
para que su ramo valga:
unos papeles de adorno
que sobre sí se enrollaran;
algunas cintas de tela
que las flores sujetaran;
unas ramitas de verde
para que le den prestancia…
¾Ya sé dónde están las flores,
ahora mismo iré a buscarlas:
nuestra Virgen tiene siempre
en su ermita flores guapas…
La madre va a añadir algo,
mas solo dice admirada:
¾¿Y… se las vas a quitar?
¾Se las tomaré prestadas.
¾¿Te vas a atrever a hacerlo?
¾La Virgen no me acobarda,
porque, cual Madre, comprende.
Solo cogeré unas cuantas…
Y a la ermita se dirige
con la toalla doblada.
¿Había gente en la calle?
Ni se da por enterada.
Ante el altar de la Virgen
reza un momento postrada.
Mira la novia a la Virgen,
y la Virgen su mirada
serena posa en la novia
para escuchar su plegaria:
¾Quiero cogerte unas flores,
pero no quiero robarlas:
no tengo ramo de novia
y me caso esta mañana.
¿Y a quién mejor acudir
sin que vergüenza me entrara?
Pues a ti, porque eres Madre
y comprendes lo que pasa.
Si en Caná hiciste que en vino
convirtiera tu Hijo el agua,
¿dejarías que sin ramo
esta novia se casara?
Te cojo, pues, unas flores,
pero son solo prestadas,
que cuando termine todo
y esté la boda acabada,
te las devuelvo a tu ermita.
¡Siempre te daré las gracias!

Y del florero coge unas
que le parecen más guapas.
La Virgen mira a la novia
y se sonríe al mirarla.
Se despide de la Virgen
y se va deprisa a casa.
Allí su ramo ella misma
con gusto y arte prepara.
La madre cuando lo ve
dice del todo encantada:
¾¡Qué bonito te ha quedado!
¡Parece de tienda cara!
Si alguien quizá te ha visto,
lo chismorrea mañana…
¾No, que me traje las flores
ocultas en la toalla…

     *********
En los pueblos cada boda
es una historia sonada
y toda la gente quiere
verla y, luego, comentarla…
¾Iba esta novia de calle,
sencilla pero muy guapa…
¾Como sencillo y bonito
era el ramo que llevaba…
Y nadie supo que el ramo
era de flores prestadas.

Los novios ya están casados,
la misa está terminada,
todos bajan de la iglesia
contentos hacia la casa.
Han de firmar los papeles
según las leyes lo mandan.
Y al pasar junto a la ermita
dice la recién casada:
¾Esperadme aquí un momento,
 que algo tengo de importancia…
Entra ella sola en la ermita                 
mientras los demás aguardan.
Se arrodilla ante la Virgen        
y de esta manera le habla:                  
¾Te devuelvo estas tus flores,
que antes te pedí prestadas.     
Me las diste como a novia,       
te las devuelvo casada.
Y siempre diré orgullosa
que fueron flores prestadas
las que lucía en mi ramo
el día que me casaba.
¡Y que me las dio la Virgen,
pues yo las necesitaba!

Miró a la cara a la Virgen:
le pareció que lloraba,
que lágrimas en sus ojos
tenía, y que le brillaban,
que sonriente y serena 
fijamente la miraba.
Y solo pudo decirle
de todo corazón:
           ¾¡Gracias…!

 A los ojos de la novia
 se le escapan unas lágrimas.
Y se marcha de la ermita
secándose ojos y cara.
Nunca supo aquella novia
si es que la Virgen lloraba
o si sus lágrimas propias
la imagen desfiguraban.
Y nunca olvidó a la Virgen
que unas flores le prestara
para su ramo de novia
el día que se casaba.

        o o o O o o o



Otras historias:

- EL CÁNTARO Y LA FUENTE.
- LA PRESA DEL PLEITO.
- EN LA TEJERA.
- DE PEDRISCOS Y LLUVIAS.
- PESCADORES FURTIVOS.
- UNA CASA EN CALDA.

Y el HIMNO A LA VIRGEN DE LA CALLE DE MICIECES:                                             
           https://www.youtube.com/watch?v=UB2xOqA3WSs.



jueves, 17 de noviembre de 2016

Micieces de Ojeda. Miciecerías: EL ARROYO DE MICIECES. Como el río Nilo.





















EL ARROYO DE MICIECES

En tiempos pasados lo más llamativo de las calles de Micieces quizá fuera el arroyo que corría a lo largo del pueblo, de sur a norte (irreverente imitador del río Nilo), desde el pie del Cucuruto y del camino de Oteros hasta desembocar en el río Micieces, a la altura del puente actual. Hoy está canalizado, es subterráneo y sirve de colector de las aguas residuales, negras y de lluvia, además de seguir siendo el desagüe natural de lluvias, tormentas, nevadas y deshielos de los valles de la Isilla y del camino de Oteros.
Parece que cuando se fundó el pueblo, o cuando se rehízo o reestructuró su actual ordenación urbanística, se tuvo una gran visión de futuro basada en la idea de que esto iba a ser una “ciudad” importante o, al menos, una villa o un burgo. No nació, pues, como pueblo medieval, de defensa contra enemigos, sino para ser habitado por gente pacífica y trabajadora del campo. Quizá se quiso imitar  el modelo de los grandes pueblos y ciudades: el centro debía ser un río,  que marcara la línea de la calle principal. Pero si se seguía lo que en aquel entonces tenía más categoría de río, había que ubicar el poblado en la parte más baja del valle, con el peligro constante de inundaciones y falta de salubridad. Así que pensaron, con gran lógica por cierto, que, como esto iba a ser en principio un pueblo pequeño, era suficiente un arroyo que lo cruzara de arriba a abajo y que señalara su calle principal.
 Y, efectivamente, un arroyo marcó hasta tiempos muy recientes la calle principal. Y como cualquier ciudad que es atravesada por un río ha de tener puentes, que a lo largo de los siglos se van modificando, haciendo monumentales y artísticos y adquiriendo su propia historia individual, Micieces también había de tener sus puentes, aunque fuera en pequeño… Lo que pasó es que… corrieron los tiempos y no llegaron a hacerse, sino uno solo y de madera en la parte donde el cauce del arroyo se profundizaba y no era fácil tener un vado natural y accesible.  
Cada uno de los arroyos, que son muchos, del término municipal de Micieces tiene un nombre que lo identifica, pero este del centro del pueblo no lo tuvo nunca: era simplemente “el arroyo”. Era suficiente para identificar a qué arroyo nos referíamos anteponer el artículo determinado al nombre de arroyo.
Tenía su origen en el inicio del valle de la Isilla, recogía las aguas de la fuente de ese mismo nombre, las de otra fuente que posteriormente se entubó para agua potable del pueblo y las de toda la cuenca de ese valle. A los pies del Cucuruto se convertía en arroyo urbano: era ya calle del pueblo.  Un poco más abajo se le unía otro arroyo: el que recogía las aguas de la fuente de las adoberas y de todo el valle del camino de Oteros. A este, al inicio de las casas, se le había hecho un desvío y, por el arroyo del Ruyal, por fuera del pueblo, rozando las casas del sur y atravesando las Harrenes ─herrenesy los prados, se le dirigían sus aguas a desembocar en el río,  unos cincuenta metros más abajo de donde se hacía la presa para regar la Vega de Abajo.

(Continuará)


José Luis Rodríguez Ibáñez.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Micieces de Ojeda. EL RELOJ DE MICIECES.






EL RELOJ DE MICIECES


Micieces nunca tuvo reloj en la torre de la iglesia ni en ninguna otra pared o torre. Nunca tuvo reloj público. En tiempos muy antiguos, solo había algunos relojes de bolsillo. Luego aparecieron los primeros relojes de pulsera. Y, para algunas casas, antes que los relojes portátiles y llevaderos, los de pared de diferentes estilos, tipos y marcas. Pero lo que se dice reloj público, Micieces nunca lo tuvo. Ni siquiera uno de sol, a no ser el sol mismo. Muchos miciecenses, gente del campo al fin y al cabo, sabían la hora mirando la altura del astro rey sobre la línea del horizonte.




Cuando se hizo el nuevo edificio del ayuntamiento, se pensó, con muy buen criterio, ponerle un reloj que señalase, marcase y tocase las horas al pueblo entero. Y no de esos de carrillones, de sonidos de varias o múltiples campanas, estábamos ya en la época muy acá del tiempo, sino electrónico; y no de cuerda, sino eléctrico; no de campanas, sino de toque electrónico.

A todo el mundo le pareció bien el sonido del reloj. Los que llevaban reloj, al oír su toque, inconscientemente miraban el suyo para comprobar si iba bien ─¿cuál: el suyo o el del pueblo?─. Al principio, alguno, sobre todo los vecinos al edificio del ayuntamiento, se quejaba de tantos toques del reloj:
─Tanto toque, tanto toque… ¿y para qué? ¿No es suficiente el de las horas, que tiene que tocar también las medias horas y los cuartos? Si es que ni se calla por la noche y no deja ni dormir…
 
Pero todo eso se pasó pronto y la gente se acostumbró al toque de su reloj… Porque, con el tiempo, pasó a ser nuestro reloj, el reloj del pueblo.

Llegó un año cualquiera en que había que cambiar la hora, o ponerlo en hora, o revisarlo por dentro… Y se hizo lo que tenía que hacerse. Pero, ─¡oh, los hados, o el dios del tiempo!─, algo le pasó al reloj por dentro, en sus tripas, es decir, en su maquinaria: ¡se rebeló del todo todo! Seguía tocando los cuartos, las medias y las horas, pero las que él quería; seguía marcando la hora y los minutos, pero los que quería; seguía marcando el tiempo, pero el suyo propio, no el de los miciecenses… ¡El reloj del ayuntamiento se había rebelado y hacía lo que le daba la gana! Aunque siempre había algún miciecense que adivinaba la hora, porque, al fin y al cabo, el reloj es una máquina y se equivoca con una lógica determinada y aplastante, siempre la misma.


Así que cuando algunas autonomías quieren modificar la hora y separarse de la oficial nacional y española,  Micieces está ya de vuelta: su reloj público, el del ayuntamiento, marca la hora propia de este pueblo. ¿O será la propia del reloj que ya se ha independizado? Vete tú a saber… Pero no necesita cambiar de hora ni en otoño ni en primavera: ¡y eso sí es una ventaja! Y, a pesar de todo, sigue siendo agradable oír sus campanadas, marque la hora que marque, que eso tampoco tiene demasiada importancia en el día de hoy…

José Luis Rodríguez Ibáñez.


Puedes ver también:









Himno a Micieces de Ojeda