EL RELOJ DE MICIECES
Cuando
se hizo el nuevo edificio del ayuntamiento, se pensó, con muy buen criterio,
ponerle un reloj que señalase, marcase y tocase las horas al pueblo entero. Y
no de esos de carrillones, de sonidos de varias o múltiples campanas, estábamos
ya en la época muy acá del tiempo, sino electrónico; y no de cuerda, sino
eléctrico; no de campanas, sino de toque electrónico.
A
todo el mundo le pareció bien el sonido del reloj. Los que llevaban reloj, al
oír su toque, inconscientemente miraban el suyo para comprobar si iba bien ─¿cuál:
el suyo o el del pueblo?─. Al principio, alguno, sobre todo los vecinos al
edificio del ayuntamiento, se quejaba de tantos toques del reloj:
─Tanto toque, tanto toque… ¿y para qué?
¿No es suficiente el de las horas, que tiene que tocar también las medias horas
y los cuartos? Si es que ni se calla por la noche y no deja ni dormir…
Pero
todo eso se pasó pronto y la gente se acostumbró al toque de su reloj… Porque,
con el tiempo, pasó a ser nuestro reloj, el reloj del pueblo.
Llegó
un año cualquiera en que había que cambiar la hora, o ponerlo en hora, o
revisarlo por dentro… Y se hizo lo que tenía que hacerse. Pero, ─¡oh, los hados,
o el dios del tiempo!─, algo le pasó al reloj por dentro, en sus tripas, es
decir, en su maquinaria: ¡se rebeló del todo todo! Seguía tocando los cuartos,
las medias y las horas, pero las que él quería; seguía marcando la hora y los
minutos, pero los que quería; seguía marcando el tiempo, pero el suyo propio,
no el de los miciecenses… ¡El reloj del ayuntamiento se había rebelado y hacía lo
que le daba la gana! Aunque siempre había algún miciecense que adivinaba la
hora, porque, al fin y al cabo, el reloj es una máquina y se equivoca con una
lógica determinada y aplastante, siempre la misma.
Así
que cuando algunas autonomías quieren modificar la hora y separarse de la
oficial nacional y española, Micieces
está ya de vuelta: su reloj público, el del ayuntamiento, marca la hora propia
de este pueblo. ¿O será la propia del reloj que ya se ha independizado? Vete tú
a saber… Pero no necesita cambiar de hora ni en otoño ni en primavera: ¡y eso
sí es una ventaja! Y, a pesar de todo, sigue siendo agradable oír sus
campanadas, marque la hora que marque, que eso tampoco tiene demasiada
importancia en el día de hoy…
José Luis Rodríguez Ibáñez.
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