martes, 23 de mayo de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. Romance de "El Cariñoso".





Y es que algunos bandoleros que pudieron pasar por las Ventas de Micieces, también tenían su corazoncito... Y se enamoraban... Y prometían... Y alguien les esperaba. 
A veces, la historia tenía un final feliz. Otras,  terminaba en "tragedia romántica". 
Este es el romance de "El Cariñoso":

ROMANCE DE "EL CARIÑOSO"

E
l Cariñoso a caballo
vendrá desde su montaña
y a la venta llegará
en la tarde o en la mañana,
o quizá venga de noche
porque así no lo delatan.

Mira que mira la niña
asomada a la ventana…
El famoso bandolero,
es mozo de buena planta,
agraciado, entretenido,
hermoso de cuerpo y cara.
Las muchachas se le rinden
en el llano y la montaña,
y las mujeres maduras
suspiran dentro del alma.
A todas dice lo mismo
y nunca promete nada,
sino el amor semieterno…
mientras otra no llegara.
¡Que por algo El Cariñoso
con mucho acierto le llaman.

Cuando le vio el primer día
se quedó como pasmada:
chiribitas en su ojos
de continuo le brillaban.
Todos los días le espera
asomada a la ventana.
Cualquier sonido le altera,
y el ruido le sobresalta,
y hasta el rumor de la brisa
que en el árbol se acompasa
es galopar anhelado
de los caballos en marcha.
─Conmigo te llevaré
cuando seas ya muchacha…
─Mi niña, olvídate de ese,
que no es vida pa’casada…
La niña espera que espera
mirando por la ventana…

E
l tiempo se fue pasando
con visitas espaciadas
del Cariñoso a la venta
que en lo alto se levanta.
Mira que mira la moza
asomada a la ventana…
Y el horizonte en redondo
otea mientras soñaba:
─Si viene desde Micieces,
del sur vendrá, tierra llana;
pero si viene del este,
eso es Olmos y comarca;
y si de Quintanatello,
viene desde su montaña;
mas si de Payo viniera,
es porque en el oeste estaba.
¿Por dónde llegará el jinete?
─se pregunta ensimismada
mirando a los cuatro puntos
desde la alta ventana.
Y recuerda la promesa
que le hizo, ya muchacha:
─Cuando sea luna llena,
la luna llena de Pascua,
a por ti vendré una noche
y huiremos a la montaña.
Seremos allí felices,
y esta mi vida arrastrada
la dejaré para siempre
y viviré vida honrada…

El Cariñoso no vino
aquella noche de pascua.
Luna llena hubo en el cielo
y la noche fue muy larga…
Ni volvió en día ni en noche
de aquella luna de pascua…
Ni volvieron a la venta
El Cariñoso y su banda…

P
or el valle del Burejo
bajan voces asustadas,
y se extienden por la Ojeda,
el Boedo y la Valdavia.
Las noticias han nacido
allá arriba en la montaña,
pero llegan muy de prisa
también a las tierras llanas.

Hace un recodo el camino
que viene de la montaña.
Se oye trote de caballos
en esa noche alunada.
─¡Alerta, carabineros,
en esta noche de pascua!
Las capas de verde oliva
van ceñidas a la espalda,
los tricornios charolados
entera la frente tapan,
y las armas en la mano
dispuestas y preparadas…
Los guardias, bien escondidos,
les tienden una celada:
en ella caen, inocentes,
El Cariñoso y su banda.
¡Ni defenderse pudieron,
ni escaparse los dejaban!
No pudieron apresarlos
en ocasiones pasadas,
pero estaba enamorado
y olvidó la vigilancia,
y por eso lo apresaron
cual a urogallo que canta
su canto de enamorado
sin darse cuenta de nada.

Los carabineros llevan
al Cariñoso y su banda
aherrojados ante el juez,
que de inmediato aplicaba
la justicia más severa:
a muerte los condenaba
sin que pudieran tener
de perdón una esperanza.

L
a moza se hizo mujer,
y una mujer bien plantada:
mas sigue mira que mira
asomada a la ventana,
y sigue espera que espera
a la luna de la pascua
soñando siempre en caminos
que llevan a la montaña…
¡Tantas veces esperó…,
y otras tantas esperara…!
La espera se le hace dura,
más cada día que pasa,
que, de tanto que ha llorado,
se le han secado las lágrimas…
─Mi niña, vente a comer…
Pero la niña ya no habla…
─Mi niña, vente a cenar…  
La niña ya no hace nada,
sino mirar a lo lejos  
asomada a la ventana,
vigilando por si viene
aquel en quien sueña y ama…

L
a luna, luna redonda,
se asoma por la ventana.
La mujer la mira mira
con ojos de enamorada.
La luna se cuela dentro
y en su regazo descansa.
Y la mujer la acaricia
y besa rayos de plata.
Por los tejados ulula
una lechuza muy blanca:
guarda silencio de pronto
y se posa en la ventana…
Ulula otra  vez, y emprende
el vuelo hacia la montaña
mezclándose con los rayos
de aquella luna de pascua.

Cuando ya se hizo de día
y fueron a despertarla,
solo encontraron su cuerpo
mirando por la ventana:
frío estaba cual rocío
caído aquella mañana.
─¡Mi niña se me voló…!
¡En paz, mi niña, descansa…!



D
esde entonces corre el dicho
de que en la venta un fantasma
de mujer oculto vive
y asoma por la ventana
las noches de luna llena
y alguna noche estrellada.
Dicen que mira a lo lejos,
y siempre hacia la montaña.
Dicen que solo la ven
cuando la luna es de pascua.  
Dicen que a veces cabalga
en un caballo de plata.
Dicen que no pocas veces
un jinete la acompaña…
Dicen que dicen y dicen…

José Luis Rodríguez Ibáñez

miércoles, 10 de mayo de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. De bandoleros y bandidos (de los de antes).





DE BANDOLEROS Y BANDIDOS
(de los de antes)


En cuanto a las palabras bandido y bandolero, el DRA las considera básicamente sinónimas:
Malhechor, delincuente. / Persona sin escrúpulos, que engaña o estafa. / Persona que roba en los despoblados, salteador de caminos.  /  Fugitivo de la justicia proclamado por un bando.

Pero en el habla popular hay matices que marcan una gran diferencia. Popularmente el bandolero suele formar parte de un grupo de salteadores de caminos, de ladrones rurales, que pueden estar o no reclamados por la justicia en un bando, mientras que cuando se habla de bandidos siempre se refiere a delincuentes peligrosos y reclamados por la justicia por crímenes más o menos horribles y que pueden realizar sus fechorías en solitario o agrupados.
También Castilla, y el norte de Palencia, tuvieron su tradición de bandolerismo. Algunas partidas de guerrilleros de la guerra de la Independencia, terminada esta, se echaron al monte y se convirtieron en bandoleros. Y también las guerras carlistas ─en la zona de Palencia sucedió sobre todo en la primera de esas guerras─, produjeron cantidad de bandas que se transformaron en auténticos bandoleros, incluso en bandidos. Y seguro que algunos de ellos pasaron por Las Ventas y se hospedaron allí en no pocas ocasiones.


         En las largas veladas invernales, al amor de la hornacha, se solían contar las hazañas de bandoleros diversos. Desde luego las que poetas famosos habían escrito en sus romances, pero también otras de canciones de ciegos, de las de pliegos de cordel, y otras más cercanas, contadas como sucesos reales de hace… unos días. Estas historias se referían a bandoleros, más o menos buenos, que se escondían en la montaña y hacían sus fechorías en pueblos, ciudades, mercados, caminos…, incluso en pleno llano, lejos de sus montañas.

Los recuerdos de la infancia me traen a la memoria nombres de bandoleros que la tradición popular ha conservado, algunos de los cuales he visto posteriormente en letra de imprenta en listados de bandoleros famosos: el Caballero, el Cariñoso, el Cuevillas, el Farolero, el Felipón, Pasos Largos, el Gallardo, el Gregorión, el Pasiego, el Trabuco, el Peñarrondo, el Peñoso, el Santiaguillo…
El pueblo les anteponía siempre el artículo “el”, tan propio del habla de esta zona. Todos tendrían su nombre propio, pero lo importante era el apodo, que hacía casi siempre referencia al pueblo o región de donde se decía que procedía, o a alguna cualidad de su carácter o comportamiento. Parece que entre ellos los había malos y muy malos y, seguramente, algunos entrarían de lleno en el apartado popular de bandidos, pero cuando nos contaban sus hazañas, no nos parecían tan malos, sino que nos los imaginábamos con un halo de héroes atractivos, no simples ladrones, asesinos o malhechores, porque todos tenían un fondo de humanidad y de compasión con los más pobres y necesitados. O sea, al estilo del televisivo Curro Jiménez o de Luis de Vargas, el que a los pobres socorre y a los ricos avasalla, según el romance de Fernando de Villalón.


Y a los niños, cuando nos contaban las hazañas de estos tipos, o nos cantaban algún romance referido a ellos, se nos abrían los ojos como platos y se nos iba el sueño. Y el canto siempre iba con la melodía clásica, una de tantas, de romance castellano. Terminado el canto o el relato, no era raro que, con un cierto miedo, preguntásemos:
─Padre (o madre), ¿y si viene y nos roba a nosotros?
─Ya cerramos bien la puerta, hijo. Además, estos solo van a robar donde saben que hay dinero,  no a nosotros que no lo tenemos…
Y, ya más tranquilos, nos íbamos a dormir… Quizá soñando en aventuras…
(JLR)

martes, 2 de mayo de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. Las Ventas: el bandolero Peñarrondo.





         En los siglos XVIII y XIX es común el bandolerismo en España, sobre todo en Andalucía, Castilla la Nueva y Cataluña (bueno, ahora es más común en todas partes, pero los bandoleros ya no tienen el mismo "estilo"). Muchos bandoleros (y bandidos) se hicieron famosos y sus andanzas quedaron recogidas en los "pliegos de cordel" y en la memoria popular: El Tempranillo, Juan Palomo, El Vivillo, Luis Candelas, Los siete niños de Écija, Peñarrondo, El Cariñoso...
       En el norte de Palencia también hubo bandoleros y algunos pasaron por las Ventas de Micieces.






EL BANDOLERO PEÑARRONDO


U
na venta se levanta
de adobe, de cal y canto
en un cruce de caminos,
antes Reales llamados,
que perdieron su importancia
cuando llegaron los autos.
De Micieces es la tierra,
y limita a la de Payo,
Quintanatello está al norte
y Olmos al otro lado.
Suelen parar en la venta
los de caminos más largos:
aquí descansan sus vacas,
sus mulas y sus caballos,
y el caminante hace noche
cuando lo precisa el caso.

P
or el camino a la venta
un grupo se va acercando:
cabalgan tres yeguas pardas
y un cuarto viene en caballo.
La banda del Peñarrondo
la noche pasó en el llano:
fue buena la correría,
sin riesgo y poco trabajo,
y, con las bolsas ya llenas,
buscan almuerzo y descanso.
─No paremos en la venta
por si nos siguen los pasos,
vámonos a la montaña
que más seguros estamos…
─Hemos de parar aquí,
aunque solo sea un rato:
al posadero una deuda
le debo desde hace un año,
y Peñarrondo sus deudas

siempre paga sin engaño.
Y en argollas incrustadas
en una pared del patio
atan sus caballerías,
y ellos en la casa entraron.
Todos los que dentro estaban,
sorprendidos, se callaron.
Y el ventero, servicial,
se adelanta a saludarlos.
─Creí que libre no estabas,
que te habían atrapado…
Mas en voz baja le dice
el jefe de aquellos cuatro:
─Mejor no pronuncies nombres,
por si hubiera algún chivato.
Alguien se va hacia la puerta
con paso disimulado.
Peñarrondo hace una seña,
los suyos salen al paso:
lo devuelven a su sitio
y queda quieto y sentado.
Y el jefe de aquella banda
dice sereno y pausado:
─Veo que sabéis quién soy.
Las gentes me han apodado
Peñarrondo, el de la Peña,
que mi nombre no hace al caso:
Solo vengo de visita,
y no quiero haceros daño.
Una deuda a este ventero
le debo desde hace un año:
es deuda de la familia
a causa de los sembrados.
No producía la tierra
ni siquiera para pagos
y nos quitaban la casa
si el arriendo no pagábamos.
Pedí dinero al ventero
 y me lo dio sin pensarlo.
He tenido algún problema
porque va mal el trabajo.
Con esta bolsa, ventero,
la deuda aquella te pago.

¡Peñarrondo siempre paga   
sus deudas, tarde o temprano!
Y deja en el mostrador
la bolsa tintineando.
El ventero, sin tocarla,
le responde emocionado:
Tu deuda estaba saldada:
es tu presencia buen pago.
Sentaos y descansad
mientras os preparo algo,
que se anda mal el camino
si va el estómago plano.  

A
lza la voz Peñarrondo
y a los presentes ha hablado:
─Que de la venta no salga
nadie durante este rato:
no quiero que alguien se marche
y se convierta en chivato…
Después os iréis a casa,
cuando nosotros salgamos.
Y que sepa todo el mundo
que Peñarrondo es honrado,
que paga todas sus deudas
y que a gente no ha matado.
Dales de beber, ventero,
que esta ronda yo la pago.
Y desayunan y beben
los bandoleros, los cuatro.
Y al vino le hacen honores
todos aquellos paisanos.
Y se reaniman las charlas,
y el tiempo se va pasando.

E
l Peñarrondo les dice
cual ruego más que mandato:
─Dejad que marchemos antes
y concedednos un rato.
Cuando ya no nos veáis,
tranquilos podéis marcharos. 
Nosotros a la montaña
poquito a poco nos vamos.
Como amigos se despiden
del ventero y los paisanos.

C
abalgan tres yeguas pardas,
y Peñarrondo, un caballo.
La banda de aquellos cuatro
en la montaña encontraron
refugio, casa y hogar,
y protección y resguardo.


José Luis Rodríguez Ibáñez

Himno a Micieces de Ojeda