martes, 2 de mayo de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS. Las Ventas: el bandolero Peñarrondo.





         En los siglos XVIII y XIX es común el bandolerismo en España, sobre todo en Andalucía, Castilla la Nueva y Cataluña (bueno, ahora es más común en todas partes, pero los bandoleros ya no tienen el mismo "estilo"). Muchos bandoleros (y bandidos) se hicieron famosos y sus andanzas quedaron recogidas en los "pliegos de cordel" y en la memoria popular: El Tempranillo, Juan Palomo, El Vivillo, Luis Candelas, Los siete niños de Écija, Peñarrondo, El Cariñoso...
       En el norte de Palencia también hubo bandoleros y algunos pasaron por las Ventas de Micieces.






EL BANDOLERO PEÑARRONDO


U
na venta se levanta
de adobe, de cal y canto
en un cruce de caminos,
antes Reales llamados,
que perdieron su importancia
cuando llegaron los autos.
De Micieces es la tierra,
y limita a la de Payo,
Quintanatello está al norte
y Olmos al otro lado.
Suelen parar en la venta
los de caminos más largos:
aquí descansan sus vacas,
sus mulas y sus caballos,
y el caminante hace noche
cuando lo precisa el caso.

P
or el camino a la venta
un grupo se va acercando:
cabalgan tres yeguas pardas
y un cuarto viene en caballo.
La banda del Peñarrondo
la noche pasó en el llano:
fue buena la correría,
sin riesgo y poco trabajo,
y, con las bolsas ya llenas,
buscan almuerzo y descanso.
─No paremos en la venta
por si nos siguen los pasos,
vámonos a la montaña
que más seguros estamos…
─Hemos de parar aquí,
aunque solo sea un rato:
al posadero una deuda
le debo desde hace un año,
y Peñarrondo sus deudas

siempre paga sin engaño.
Y en argollas incrustadas
en una pared del patio
atan sus caballerías,
y ellos en la casa entraron.
Todos los que dentro estaban,
sorprendidos, se callaron.
Y el ventero, servicial,
se adelanta a saludarlos.
─Creí que libre no estabas,
que te habían atrapado…
Mas en voz baja le dice
el jefe de aquellos cuatro:
─Mejor no pronuncies nombres,
por si hubiera algún chivato.
Alguien se va hacia la puerta
con paso disimulado.
Peñarrondo hace una seña,
los suyos salen al paso:
lo devuelven a su sitio
y queda quieto y sentado.
Y el jefe de aquella banda
dice sereno y pausado:
─Veo que sabéis quién soy.
Las gentes me han apodado
Peñarrondo, el de la Peña,
que mi nombre no hace al caso:
Solo vengo de visita,
y no quiero haceros daño.
Una deuda a este ventero
le debo desde hace un año:
es deuda de la familia
a causa de los sembrados.
No producía la tierra
ni siquiera para pagos
y nos quitaban la casa
si el arriendo no pagábamos.
Pedí dinero al ventero
 y me lo dio sin pensarlo.
He tenido algún problema
porque va mal el trabajo.
Con esta bolsa, ventero,
la deuda aquella te pago.

¡Peñarrondo siempre paga   
sus deudas, tarde o temprano!
Y deja en el mostrador
la bolsa tintineando.
El ventero, sin tocarla,
le responde emocionado:
Tu deuda estaba saldada:
es tu presencia buen pago.
Sentaos y descansad
mientras os preparo algo,
que se anda mal el camino
si va el estómago plano.  

A
lza la voz Peñarrondo
y a los presentes ha hablado:
─Que de la venta no salga
nadie durante este rato:
no quiero que alguien se marche
y se convierta en chivato…
Después os iréis a casa,
cuando nosotros salgamos.
Y que sepa todo el mundo
que Peñarrondo es honrado,
que paga todas sus deudas
y que a gente no ha matado.
Dales de beber, ventero,
que esta ronda yo la pago.
Y desayunan y beben
los bandoleros, los cuatro.
Y al vino le hacen honores
todos aquellos paisanos.
Y se reaniman las charlas,
y el tiempo se va pasando.

E
l Peñarrondo les dice
cual ruego más que mandato:
─Dejad que marchemos antes
y concedednos un rato.
Cuando ya no nos veáis,
tranquilos podéis marcharos. 
Nosotros a la montaña
poquito a poco nos vamos.
Como amigos se despiden
del ventero y los paisanos.

C
abalgan tres yeguas pardas,
y Peñarrondo, un caballo.
La banda de aquellos cuatro
en la montaña encontraron
refugio, casa y hogar,
y protección y resguardo.


José Luis Rodríguez Ibáñez

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