lunes, 19 de diciembre de 2016

Micieces de Ojeda. Navidad, 2016.







Con nuestros mejores deseos para todos los miciecenses. Porque Mi-cieces también es tu-cieces y nuestro-cieces...


NANAS DE MARÍA 
AL NIÑO JESÚS 
PARA QUE NO SE DUERMA

1.- No cierres los ojos, Niño,
que no quiero que te duermas,
no sea que, mientras duermes,
el mundo desaparezca.
No te me duermas, mi Niño,
aunque niño humano seas:
mira amoroso a este mundo,
y quédate siempre en vela,
que cada vez que Dios duerme
nos viene alguna miseria.

2.- Quiero mirarte a los ojos,
mi Niño, y que tú me veas.
Quiero cantarte una nana
y quiero que tú me atiendas,
que sonrías si te gusta
o que llores si es de pena,
que te estés muy quietecito
o que sin parar te muevas.
Pero no cierres los ojos,
que me da miedo que duermas.

3.- Te voy a contar un cuento
de horrores, dolor y guerras
para quitarte ese sueño
que en tus ojitos acecha.
O quizá te cuente historias
y leyendas verdaderas
de desgracias y de miedos
que a los humanos aquejan.
Pero mantén, Niño mío,
tus ventanitas abiertas.

4.- Porque si Tú te nos duermes,
por breve instante que sea,
el mal correrá por libre
y el mundo será su presa,
y estará la humanidad
de su poder prisionera.
No dejes que triunfe el mal,
y no permitas que venza.
Tengo miedo por el mundo:
mi Niño Dios, no te duermas.

5.- Eres un niño, mi Niño,
y yo no quiero que crezcas,
que temo que llegue el día
de tu martirio y entrega.
No quiero dejarte solo
no sea que te me duermas
y vengan los hombres malos
a cumplir con los profetas.
Mírate en mis ojos, Niño,
juega con ellos, no duermas.

6.- Si duermes, estás precioso,
y lo mismo si despiertas:
brilla en tu cara la gracia
del mismo Dios que eres y eras.
Pero te quiero despierto
y que nunca te me duermas,
que el mundo sepa que estás
atento al mundo, y te sienta,
porque si te cree dormido,
le entrará el miedo y la pena.

7.- Yo sé, mi Niño, que en ti
Dios ha bajado a la tierra
para salvar a los hombres
de su pecado y miseria
Y sé que llegará el día
en el que tu vida entera
entregarás generoso.
Pero hasta ver esa fecha,
no te me quedes dormido,
que es como si te murieras.

8.- Se te cierran los ojitos:
no consigo que no duermas.
Duérmete, pues, Niño mío,
que mis brazos cuna sean,
que yo velaré tu sueño
por si acaso te despiertas,
pero prefiero que estés
siempre despierto y en vela,
que verte dormido es triste,
que tu muerte me recuerda.

                                    José Luis Rodríguez Ibáñez
                                          ─Navidad 2016─









martes, 13 de diciembre de 2016

Micieces de Ojeda. Historias de Micieces. EL TORO Y EL BELÉN.













RECUERDOS DE NAVIDAD

A lo largo de mi vida he hechos muchos belenes. Incluso en el sentido coloquial y metafórico.
Quizá los primeros recuerdos sobre belenes se remonten a mi infancia. En la iglesia del pueblo montaban uno. Eran las mozas las que lo hacían. Los mozos solían ayudar, o al menos estaban por allí mosconeando. Y los niños de la escuela solíamos traer yedra, ramos, musgo… Y quedaba montado el belén, que, ciertamente, parecía una feria: todo llano, todo lleno de figuras, con un portal comprado, corcho que no sabíamos de dónde venía, pues nunca habíamos visto un alcornoque… Todos estos recuerdos infantiles, como en un puzle de muchas piezas, se han ido encajando y comprendiendo a lo largo de la vida. Como les habrá pasado a todos…
Recuerdo que una vez casi quemamos todo el belén y, qué sé yo, algo más. La iglesia no tenía luz eléctrica todavía. Y al anochecer subimos otro y yo, dos monaguillos, a vete tú a saber para qué. Entramos en la iglesia, estaba oscura, cogimos lo que teníamos que coger y, de paso, nos entretuvimos viendo el belén. Y cogiendo sus figuras y moviéndolas. Pero no se veían bien. Como monaguillos, sabíamos dónde estaban las cerillas de prender las velas. Y prendimos una vela. Y fuimos acercando la vela por todo el contorno del belén para verlo bien.  Pero había un toro de plástico, casi translúcido, ensabanado-jabonero… ¡Mal bicho! Yo creo que uno de nosotros tenía la vela y el otro cogía las figuras para verlas bien… Y no se le ocurrió otra cosa al toro aquel que acercarse a la llama de la vela… Y, ¡zas…! ¡Que se convirtió en toro de fuego! Comenzó a arder. Y ardiendo como estaba, fue a parar al medio del belén…y casi lo recorre entero. ¡Qué susto!

No sé cómo, pero conseguimos detener al animal y apagar el fuego… Arreglamos el estropicio, colocamos de nuevo las figuras movidas, disimulamos alguna rota y… adiós. Alguien al otro día preguntó por aquel toro. Nadie sabía nada del bicho aquel ensabanado y jabonero. Y no íbamos a ser nosotros los que diríamos lo que había pasado… Se habría ido a pastar, o vete tú a saber adónde o a qué… ¡O a lo mejor se había enamorado de la luna y se había ido tras ella…!


José Luis Rodríguez Ibáñez.










Otras historias:

- EL CÁNTARO Y LA FUENTE.

- EN LA TEJERA.

- LA PRESA DEL PLEITO.

- EL RAMO DE NOVIA.

- TU-CIECES, MI-CIECES.

- LOS CANGREJOS DE MICIECES.


jueves, 1 de diciembre de 2016

Micieces de Ojeda. Miciecerías: LA FUENTE Y EL COLECTOR.




EL COLECTOR Y LA FUENTE

En el año 1930 se recogieron y unieron dos manantiales ─uno de la ladera del monte Cucuruto, la que da al este, y otro del centro del valle del camino de Oteros─ y se llevaron sus aguas a un depósito que se construyó a los pies del mismo Cucuruto. De ahí llegaba el agua, mediante una tubería enterrada en el fondo del cauce del arroyo, hasta la fuente pública que se ubicó en el centro del pueblo. El agua sobrante del depósito rebosaba y caía en una arqueta e iba a parar al arroyo. Igualmente el sobrante de la fuente caía al arroyo que pasaba a sus pies.


Aquel arroyo céntrico y señor del pueblo se terminó cuando, tiempo acá ya, la cultura de saneamiento e higiene se fue extendiendo a los ámbitos pueblerinos y Micieces consiguió beneficiarse de algo del presupuesto del estado. Se soterró, desapareció de la vista, se convirtió en más higiénico, ya no fueron necesarios los puentes ni los vados, y… los niños dejaron de jugar en él y con sus aguas.

Esto sucedió allá por los años de la segunda mitad de la década de los cincuenta (1950). El arroyo ya no se llamaría nunca más “arroyo”, sino “colector”. Y así se sigue llamando.

Y el tal colector sería de cemento. Y para ello había de tener un lecho apropiado y de anchura y profundidad suficientes para recoger el agua de las crecidas que vendría de arriba. Pues se hizo a pico y pala. Y lo hicieron los vecinos del pueblo. A cada vecino le correspondía tantos metros, más o menos lo más cercano y perpendicular a su casa. Se supone que había algún perito para señalar la anchura y profundidad.  En algunos trozos salía cascajo; en otros arcilla o tierra, roja casi siempre; y en los más, arena dura, muy dura. Lógicamente todo el terreno donde está asentado el pueblo es terreno de aluvión, y no iba a salir otra cosa. Y algunas piedras bastante grandes, pero de las del tipo de piedras rodadas. Y en muchos trozos del hueco, en las paredes, se notaban capas diferentes: luego supimos que eso se llamaba estratos.
Los niños lo inspeccionábamos todo, todo lo mirábamos, en casi todo nos metíamos… Pero yo no recuerdo que los mayores se enfadasen con nosotros. Eso sí: avisarnos del peligro, el tened cuidado, el a ver si os vais a caer al hoyo… Pero eso era lo más común y todos, ellos y nosotros, lo teníamos asumido.
Y, después de haber hecho el hoyo, venían los técnicos, ponían tablas ─el encofrado─ y echaban el hormigón. Y cuando fraguaban las paredes, ponían unas bovedillas de madera y echaban el hormigón para el techo. No recuerdo si ponía barras de hierro o tela metálica ─hormigón armado─, pero sí que la capa que ponían era muy gruesa. Con ojos de niño, así lo veíamos y así nos parecía. Y cuando preguntábamos si se podría hundir, porque es que un carro cargado pesa mucho ─esa era nuestra unidad de peso para mucho peso─ siempre nos decían que no, que era imposible, que la curva de la bóveda… Y quedábamos tan seguros, convencidos y tranquilos… Y parece que nos decían la verdad, porque todavía resiste y no se ha hundido en ninguna parte. 
Y como estábamos seguros de que no se iba a hundir, pues lo convertimos en lugar de juego. Era emocionante recorrer todo el trayecto gritando y escuchando el eco. Entrábamos por la salida, junto al río, y llegábamos hasta la boca inicial, al pie del Cucuruto, donde estaba la reja que impedía el paso de las cosas que podían cegar el colector cuando había riadas. A veces, salíamos por uno de los respiraderos, hasta que sellaron las rejillas. Recién hecho, o al poco de inaugurarse, estaba bastante limpio y ni nos mojábamos en el reguerito de agua que bajaba. Las personas mayores siempre nos amenazaban con los posibles peligros que podíamos encontrar dentro de aquel túnel, pero no es que nos diese miedo. Quizá el hecho de que había algún peligro indefinido nos lo hacía más atractivo. La oscuridad, el silencio, el eco… eran algo atrayente para nosotros los niños.
Se terminó nuestro juego cuando el ayuntamiento decidió poner, y puso, una reja provisional en la salida. No volvimos a entrar en el colector. 



Por el piso del colector venía una tubería desde el depósito del Cucuruto hasta la fuente pública del centro del pueblo. Cuando se hizo el colector, se cambió el monolito ─un bloque alto de hormigón─ y se colocó otro de diferente diseño, no tan alto, y se acercó un poco más a la pared, más o menos en la vertical del colector: de esa forma dejaba más espacio para tractores, coches y otras máquinas que ya empezaban a abundar en el pueblo.
Muy posteriormente, y ya con maquinaria y adelantos modernos, se hizo el otro trozo del colector, el que recoge las aguas del camino de Oteros.

Cuando se metió el agua potable en las casas, fue necesario que cada una tuviese su desagüe, y toda la red de aguas negras se dirigió al colector, que ejerce ahora de “cloaca máxima” a todos los efectos.
Pero al meter el agua potable a las casas, "se les olvidó" conectar una tubería para la fuente del pueblo. Y la pobre fuente siguió recibiendo, cuando la recibía, el agua del Cucuruto, con un letrero humillante de "agua no potable". Hasta que, en tiempo muy reciente, el ayuntamiento decidió cambiar la fuente y conectarla a la red del depósito que recibe el agua de Valdelacalle y san Lorenzo.
José Luis Rodríguez Ibáñez.



Himno a Micieces de Ojeda