martes, 13 de diciembre de 2016

Micieces de Ojeda. Historias de Micieces. EL TORO Y EL BELÉN.













RECUERDOS DE NAVIDAD

A lo largo de mi vida he hechos muchos belenes. Incluso en el sentido coloquial y metafórico.
Quizá los primeros recuerdos sobre belenes se remonten a mi infancia. En la iglesia del pueblo montaban uno. Eran las mozas las que lo hacían. Los mozos solían ayudar, o al menos estaban por allí mosconeando. Y los niños de la escuela solíamos traer yedra, ramos, musgo… Y quedaba montado el belén, que, ciertamente, parecía una feria: todo llano, todo lleno de figuras, con un portal comprado, corcho que no sabíamos de dónde venía, pues nunca habíamos visto un alcornoque… Todos estos recuerdos infantiles, como en un puzle de muchas piezas, se han ido encajando y comprendiendo a lo largo de la vida. Como les habrá pasado a todos…
Recuerdo que una vez casi quemamos todo el belén y, qué sé yo, algo más. La iglesia no tenía luz eléctrica todavía. Y al anochecer subimos otro y yo, dos monaguillos, a vete tú a saber para qué. Entramos en la iglesia, estaba oscura, cogimos lo que teníamos que coger y, de paso, nos entretuvimos viendo el belén. Y cogiendo sus figuras y moviéndolas. Pero no se veían bien. Como monaguillos, sabíamos dónde estaban las cerillas de prender las velas. Y prendimos una vela. Y fuimos acercando la vela por todo el contorno del belén para verlo bien.  Pero había un toro de plástico, casi translúcido, ensabanado-jabonero… ¡Mal bicho! Yo creo que uno de nosotros tenía la vela y el otro cogía las figuras para verlas bien… Y no se le ocurrió otra cosa al toro aquel que acercarse a la llama de la vela… Y, ¡zas…! ¡Que se convirtió en toro de fuego! Comenzó a arder. Y ardiendo como estaba, fue a parar al medio del belén…y casi lo recorre entero. ¡Qué susto!

No sé cómo, pero conseguimos detener al animal y apagar el fuego… Arreglamos el estropicio, colocamos de nuevo las figuras movidas, disimulamos alguna rota y… adiós. Alguien al otro día preguntó por aquel toro. Nadie sabía nada del bicho aquel ensabanado y jabonero. Y no íbamos a ser nosotros los que diríamos lo que había pasado… Se habría ido a pastar, o vete tú a saber adónde o a qué… ¡O a lo mejor se había enamorado de la luna y se había ido tras ella…!


José Luis Rodríguez Ibáñez.










Otras historias:

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