martes, 2 de junio de 2020

Micieces de Ojeda. EL TRONCO DE CIRUELO Y SAN PEDRO (Completo).



Esto sucedió en... bueno, pudo suceder en cualquier pueblo de Castilla.
Historias como esta eran comunes en los pueblos: estaban en los "pliegos de cordel". Esta del "ciruelo y san Pedro" equivale a dos pliegos de cordel (y así se vendía).
En la historia, la palabra "tio" no lleva acento, pues en los pueblos el uso de "tío" (con acento y adjetivo posesivo "tu", "mi") se reserva para el que es familia. Y "tio" (sin tilde, con el artículo "el", "la" y pronunciado "el tió") se refiere, en tono de confianza, a cualquier hombre del pueblo. 




 EL TRONCO DE CIRUELO Y SAN PEDRO


In illo tempore antiguo       
sucedió en antiguo pueblo,
castellano de raigambre,
labrador y ganadero,
asentado en la meseta
entre sus valles y oteros,
una cosa muy curiosa
que, sin llegar a suceso,
ha pasado a ser historia
que cantaron los juglares
en sus versos romanceros.

Pues hete aquí que en la iglesia
de aquel castellano pueblo
había un santo muy viejo,
carcomido, desconchado,
estropeado y maltrecho.
Podría ser cualquier santo
de los que pueblan el cielo,
mas la gente aseguraba
que su santo era san Pedro.
Incluso llaves postizas
en sus manos le pusieron.
Y aunque fuera él pescador
y fueran de secano ellos,
celebraban muy devotos
la fiesta de su san Pedro
y sacaban a su santo
en procesión por el pueblo.

Mas aquel año no pudo
salir el santo a paseo.
Cuando al pobre santo estaban
en las andas ya poniendo,
alguien falló en su trabajo
y se les fue el santo al suelo.
Una nube polvorienta
entre toses va subiendo
con los gritos de la gente
a la bóveda del templo…
Cuando la nube se esfuma,
miran todos boquiabiertos
lo que en el suelo ha quedado
de la imagen del san Pedro:
madera en astillas finas,
algunos trozos externos,
y un puñado de serrín
tal como el polvo de denso.
¡La carcoma hizo el trabajo
de comerse lo de dentro!
Y el santo se fue volando
pasando cúpula y techo,
subido en nube de polvo,
volatizado y contento.
Y los presentes juraron
que era verdad que lo vieron.
¡Pero se dejó las llaves!
Dicen que como recuerdo…
O quizá fue porque aquellas
fue donativo del pueblo,
o simplemente porque eran
muy pesadas y de hierro…
¡O quizá porque cambiaron
la cerradura del cielo…!
¡Vete tú a saber ahora
por qué las dejó san Pedro!

Pasaron meses y años,
pasó no sé cuánto tiempo,
y las gentes se acordaban
del santo aquel, su san Pedro:
se perdió la procesión
y se perdían los rezos…
Y todo el mundo sabía
que san Pedro es muy san Pedro,
que con llaves o sin ellas
abre las puertas del cielo…

Así que un día cualquiera
de cualquier año del tiempo,
pero en un siglo pasado,
hace de eso mucho tiempo,
se convoca a los vecinos,
por grave causa, a un concejo.
Bajo la olma reunidos
según tradición del pueblo,
practican la democracia
hablando todos a un tiempo.
Hasta que el merino, harto,
manda que guarden silencio,
que así no se arregla nada
si seguimos discutiendo,
y que el señor cura diga
con sermón breve y concreto
lo que tenemos que hacer
y lo daremos por hecho.

Carraspeó el señor cura
y habló así al pueblo atento:
-El san Pedro se marchó
hace tiempo hacia su cielo:
o nos quedamos sin santo,
o compramos uno nuevo.
Desde el fondo del gentío
una voz levanta el vuelo:
-No queremos otro santo,
que queremos a san Pedro.
Un silencio sorpresivo
se apodera del congreso.
Después, un leve murmullo
que se convierte en voceo…
-¡Queremos un santo nuevo,
y que el santo sea san Pedro…!
La multitud entusiasta
grita con el alma y cuerpo
(el pueblo entero está allí,
no llegan a ciento y medio):
-¡Que sea un Pedro san Pedro…!
¡Que san Pedro sea un Pedro…!
Y lo repiten cual mantra
para que llegue hasta el cielo.
Las autoridades dudan
con semejante revuelo;
el merino mira al cura,
el cura mira hacia el cielo;
el pueblo sigue gritando
y pidiendo su san Pedro…
Y el merino, puesto en pie,
manda que guarden silencio:
-¡Que os calléis de una vez…!
¡Que me escuchéis en silencio…!
Y les explica que ya
tiene aprobado el decreto
para comprar otro santo
guapo, milagroso y bueno...
-Y ese será –añade el cura-
por siempre el san Pedro nuestro…!
Y toda la gente grita
con alegría y contento:
-San Pedro el nuestro, san Pedro;
san Pedro, san Pedro el nuestro, …!

In illo tempore antiguo
para ganar el sustento
los artistas y artesanos
se recorrían los pueblos
-se les llamaba ambulantes-,
y había picapedreros,
labradores y albañiles,
constructores y canteros,
escultores, doradores,
y también imagineros…

Llegó  un ambulante un día,
no pasado mucho tiempo,
ofreciendo hacer su arte
de escultor imaginero.
El merino con el cura
lo contratan al momento.
Buscan madera curada
que sirva para el evento.
-El tio Pedro tiene mucha
recogida en su leñero…

Mirando mira el artista
un gran tronco de ciruelo.
-Este podría servir:
de aquí sale un santo bueno.
El tio Pedro se adelanta
generoso y satisfecho:
-El tronco yo lo regalo
si es para hacer un san Pedro,
porque si lleva mi nombre,
seguro que me abre el cielo.
Y al imaginero explica:
-De mi huerto era el ciruelo.
Cuando el hacha le metí,
en menguante estaba el cielo,
el mes tenía dos erres
y era muy frío el invierno.
Un año lleva curándose
bajo teja en mi leñero.
Con el ciruelo quería
hacer dos buenos maderos.
Mira, remira y estudia
el escultor al madero
y dice, al final, convencido:
-Buena madera el ciruelo.
Un buen santo les haré
de este tronco. Me lo quedo.
-No verás maravedí,
si no está el pueblo satisfecho,
dice el merino al artista.
Y el cura por no ser menos:
-Recuerda y tenlo bien claro:
el santo ha de ser san Pedro…
Y el tio Pedro lo remacha:
-Aunque lo copies del cielo,
tiene que ser mi tocayo
lo que hagas del ciruelo…
-Que yo soy un buen artista
escultor imaginero,
que  tengo ya muchas obras
y a todos he satisfecho,
y el estilo castellano
lo domino por completo…
Cuando pasen los tres meses
aquí tendréis el san Pedro.

Y pasados los tres meses
les llegó el nuevo san Pedro.
Todo el pueblo a recibirlo
sale curioso por verlo.
Y reunidos en la iglesia,
se desembala lo envuelto.
¡Bien embalado venía
y protegido por dentro!
Le quitan el embalaje
y lo que le tiene envuelto…
¡Y de pronto apareció
reluciente el buen san Pedro!
Un silencio sorpresivo
le acoge en su nuevo pueblo.
Boquiabierta  y ojiplática
se queda la gente viendo.
Y del silencio, un murmullo
de admiración y respeto
se levanta progresivo
y se convierte en voceo:
es aprobación y encanto,
extrañeza y embeleso,
porque el san Pedro parece
recién bajado del cielo,
brillante, recién pintado,
portentoso…  y un portento,
natural y muy humano,
pero celeste y etéreo…
¡Un san Pedro castellano,
no del mar y sí campero!
Alguien comenta bajines:
-Es la copia del tio Pedro.
El cura dice a la gente:
-Bendecirle  es lo primero…
-Pos qu’él nos bendiga a nos,
que pa’eso baja del cielo…
Su mujer le da un codazo:
-Cállate y reza, so ateo…
Y bendice el cura al santo
por ser en su iglesia nuevo.
Y luego, cual procesión,
 todos se acercan por verlo,
por tocarlo, y comprobar
que era verdad lo que vieron.
Le miran y le remiran
y le rezan en silencio,
alguno se hace la cruz
con trazos de analfabeto,
otros se besan la mano
y le lanzan cortés beso.
Todos admiran la imagen
y se marchan tan contentos…

El último de la fila
es el llamado tio Pedro.
La gorra gira en sus manos,
llega nervioso y muy tenso,
con chaqueta de domingo,
pantalón de pana nuevo,
mirada escudriñadora
por ver si era su ciruelo:
bajo estofado y pintura
él reconoce el madero.
Una mano se le posa
en su hombro con afecto:
la del artista ambulante,
escultor e imaginero:
-¡Lo que se puede sacar
de un tosco y rudo madero…!
El tronco que tú me diste
es este nuevo san Pedro.


Mira el tio Pedro al artista
y mira y remira lo hecho.
No sabe qué contestar
y guarda cauto silencio.
El tio Pedro queda solo
mirando fijo al san Pedro.
Y luego dice con sorna
tocándole el pie derecho:
-¡Ay, san Pedro, mi san Pedro:
 yo te conocí ciruelo.
Los milagros que tú hagas,
que me los cuelguen al cuello…
Con cachaza pueblerina,
salió de la iglesia recto,
se caló su boina negra…
¡y a la cantina contento!




 José Luis Rodríguez Ibáñez









Himno a Micieces de Ojeda