LOS PLIEGOS DE CORDEL
(JLR)
En cierta ocasión, no hace muchos
años, alguien de Micieces hizo limpieza de cosas antiguas ─viejas, decía─, que le habían aparecido por allá, en el desván, o
en el pajar, o en algún otro sitio intocable u olvidado de la casa… Y me enseñó
algunas: una serie de papeles impresos, en hojas sueltas, de diversos colores.
Vi enseguida que eran versos de carácter popular y que estaban editados en
fechas diferentes, pero todos hacia la primera mitad del siglo XIX. Algún bisabuelo, o tatarabuelo, o… de la
familia había tenido el gusto de coleccionar esas hojas, las había guardado y
ahí estaban ahora. Eran, desde luego, poesías muy simples en general, recitables
o cantables: lo que se ha llamado coplas o romances de ciego, romances de
cordel o pliegos de cordel.
El
nombre de coplas y el de romances le viene por el sistema de
versificación en el que suelen estar hechos estos poemas. Y lo de ciego,
porque los privados de vista, los ciegos con su lazarillo, solían ser los que
se dedicaban a recorrer los pueblos declamando, cantando, mostrando y
vendiendo los dichos poemas. El oficio
de coplero era generalmente ejercido por estas personas y otras que se hacía
pasar por ciegos o tenían algún tipo de minusvalía. Pero en muchos casos el oficio
del ciego, real o fingido, no solo era de propagador, sino que era también
autor, compositor, recitador y vendedor ambulante. Y entre las cosas que
propagaban y vendían, reservadas en exclusiva a ellos por ley en 1789, estaban la composición y venta
de romances, almanaques, calendarios, tablas de jubileos y otros muchos papeles
sueltos. Por eso hubo muchos que, fingiendo ceguera, se aprovecharon
de este comercio que, aunque prohibido en época de Carlos III por poco útil y
nada beneficioso, no desaparece del todo y resurge de nuevo con fuerza a
finales del siglo XVIII. No obstante, era una forma de difundir la literatura popular, las noticias,
la cultura… ¡Era heredera de los antiguos juglares!
Y el nombre de pliego de cordel es
porque, quien los vendía, proclamaba, declamaba o cantaba, los exponía a la
vista del público colgados de una cuerda o cordel que tendía de clavo a clavo
de una pared, en el puesto de su tenderete en la plaza pública o donde
buenamente podía. La gente los veía y compraba el pliego con la canción o
canciones que le gustaban…
La impresión ─de imprenta─ se hacía en
pliegos
sueltos, que se doblaban sobre sí mismos, una o dos veces, y quedaba
cada uno como cuadernillo de libro. Se pasaba un hilo, cuerda o cordel por el doblez
central, sin necesidad de ningún tipo de cosido, y se ataban sus extremos a los
de una caña o palo de largura apropiada. Así se iban juntando los que el dueño tuviese
a bien y aparecía una estructura similar a un libro. Con esto se conseguía no
perder las hojas y tenerlas todas unidas, aunque separables si así se quería.
¿De qué solían tratar estos
pliegos de cordel o poemas de ciego? Los había de temas exclusivamente
religiosos: historia sagrada, vidas de santos y similares, sin faltar nunca los
relacionados con la Virgen María y sus milagros. Abundaban también las epopeyas
medievales, los temas de libros de caballerías, las hazañas de bandidos… Pero
los más abundantes, los que más se vendían y los que parece que gustaban de
verdad, eran los que contaban historias de actualidad, sucesos y acaecidos, y
mucho mejor si se trataba de amores pasionales, de crímenes truculentos, de venganzas
horribles, de ajusticiados o de arrepentimientos de empedernidos pecadores… Cuanto más impactantes, sórdidos y
criminales fuesen los protagonistas, más gustaba a la gente de pueblo, mejor lo
aceptaba y más se vendían. Quizá el mundo de la televisión haya avanzado mucho
en lo técnico, pero parece que el fondo sigue siendo, más o menos, el mismo.
Solían empezar con una invocación
religiosa que, con mucha frecuencia, hacía referencia al santo, Virgen o Cristo
de devoción del pueblo donde el hecho había sucedido. Y terminaba, si no
pidiendo el vaso de bon vino como
hacían los juglares, sí pidiendo perdón por los fallos y recurriendo a la comprensión,
buena voluntad y generosidad de los espectadores, que debían demostrar echando
algún dinero en la gorra que solía pasar entre los espectadores.
Allá por los años cuarenta y después
─1940─ todavía venían por los pueblos personas con algún tipo de minusvalía,
algún ciego y su lazarillo, u otro tipo de persona con capacidad para cantar,
recitar versos, mostrar cartelones con dibujos y entretener a las gentes contando
historias, cuentos, leyendas, sucedidos… Siempre llevaban un paquete de hojas
que solían colgar en una cuerda extendida de clavo a clavo en cualquier pared. O
iban por las casas a venderlos. La gente solía comprar el que más le gustaba. Una
diferencia había entre los antiguos pliegos de cordel y estos más
modernos: aquellos se hacían en el auténtico y clásico pliego de imprenta y en
estos se ahorraba papel porque se editaban en papel más pequeño: pliego de
doble folio, en folio, en cuartilla o en octavilla. Y solía ser en papel de
color. ¡Es que había que conseguir el máximo beneficio con el mínimo gasto! Pero
siempre seguía siendo una muestra de literatura popular y una crónica de
sucedidos, históricos la más de las veces, aunque adornados por la imaginación
del autor. Si en casa tienes alguno de estos pliegos de cordel, no los
tires: tienen su valor histórico.
Bueno, pues entre aquellos pliegos
de cordel que me mostraron, había algunos que directamente se referían
a Micieces, y otros que, por el contexto, se colige que se referían a zonas
cercanas. Todos ellos contaban historias interesantes, o al menos curiosas, que
habían pasado hace… no sé cuánto tiempo. Por deferencia me callo el nombre de
quien me los entregó. Y solo transcribiré, por ahora, los referidos a dos
molinos desaparecidos, porque sus historias están tan alejadas en el tiempo,
que ya nadie puede darse por aludido.
Próximas entradas:
- LOS MOLINOS OCULTOS DE MICIECES.
- PALAHIERRO Y GORRÓN.
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- PALAHIERRO Y GORRÓN.
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