LOS MOLINOS OCULTOS
(JRL)
Actualmente en Micieces existen tres molinos. Ninguno
se utiliza, pero los tres pudieran moler ya mismo. Hubo un cuarto, certificado
en el Catastro del Marqués de la Ensenada: el de la Serna. Todos los cuatro
estaban sobre lo que llamamos río Micieces y eran de conocimiento público, aunque alguno fuera
de propiedad privada. Y había otros, al menos dos, ocultos, cuya existencia
solo los miciecenses sabían y, por lo que parece, eran de propiedad privada, un
negocio particular.
Su existencia se desprende de la
toponimia (Palahierro, Gorrón...) de la trasmisión oral y de las leyendas que generaron. Estaban
situados en arroyos de monte, alejados del pueblo, en terrenos que entonces
eran bastante fragosos, ásperos, intrincados y,
además, ocultos en el monte y disimulados entre la vegetación de robles y
encinas.
Esos arroyos, cuyas aguas aprovechaban como fuerza
motriz, eran bastante más caudalosos que hoy y ambos molinos estaban
construidos en lugares muy apropiados en los que se beneficiaban de todas las
aguas de torrentes, fuentes y arroyos de la cuenca de ese valle. Por el caudal
de agua, no les era fácil moler en
verano, pero lo aprovechaban al máximo. Para poder moler, se hacía una presa en
el cauce del arroyo, se retenía el agua y se regulaba su salida: con esto se conseguía
más presión en la caída al rodezno y se duraba más el tiempo útil de molienda.
En realidad, cualquier molino era una auténtica obra
de ingeniería, pero estos molinos ocultos lo eran mucho más: tenían calculada
la fuerza que el agua del arroyo podía conseguir, la caída que era necesaria
para obtener la fuerza que pudiera mover al rodezno y la muela, el tipo más
adecuado de rodezno que aprovechase al máximo la fuerza del agua, el tamaño de
las muelas… Todo estaba calculado y todo funcionaba a la perfección.
¿Y por qué hacer molinos en lo más escondido y
recóndito del monte?
En la cultura mediterránea, desde tiempo inmemorial, el
pan y la harina eran imprescindibles en la alimentación de personas y ganados.
Pues en los primeros tiempos de los pueblos castellanos, y a lo largo de muchos
siglos, fueron importantísimos los molinos harineros, siempre estuvieron
protegidos por la ley y casi siempre fueron propiedad de los señores, de los
monasterios, de los beneficiados reales…: ¡eran elementos productores de riqueza
para sus dueños!
Los molinos de
carácter público, cuando se permitían, tenían todos los permisos y pagaban sus
impuestos o aranceles, pero no abundaban en el antiguo régimen para que no
hiciesen la competencia a los de concesión real, monacal o nobiliaria. Así que
no eran infrecuentes los molinos en arroyos recónditos y escondidos y en
construcciones más o menos disimuladas para evitar inspecciones, requisas e
impuestos… El estraperlo no se había inventado
todavía, pero la evasión de impuestos y el ocultamiento de riquezas para no
pagarlos vienen de muy lejos…, de tan lejos como el mismo fisco.
En Micieces parece que hubo dos molinos de este tipo: uno en el arroyo de Gorrón y otro en el de Palahierro. Algunos recuerdan haber oído a su padre o a su abuelo algún comentario sobre la existencia de esos molinos.
¿Cuándo desaparecieron aquellos dos
molinos? Lógicamente no podía ni debía aparecer a la luz pública, y menos en
documentos escritos. Ni siquiera en documentos de herencias: sería lo mismo que
denunciarse sus dueños a sí mismos. Lo
más probable es que desapareciesen rondando ya el siglo XVIII.
Micieces era uno de los pueblos que
dependía de los monasterios de Santa Eufemia y, luego, del de San Andrés. Más
tarde pasó a ser beneficio del duque de Frías. Posiblemente en esta época se perdieron los molinos. ¿Por
qué? A las monjas seguro que era más fácil engañarlas, pero el duque impondría
un mayor control, una mayor vigilancia... Quizá la verdad histórica no se pueda
comprobar, y la tradición oral ─la Micipedia─ ignora esa verdad, si la hubo, y
hace referencia a otra.
Las piedras se cortaban y se traían hasta los molinos desde la montaña palentina. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario