“Érase una vez…”
No, no. Esto no es un cuento. Es una
historia real. Y sucedió hace mucho tiempo (antes de Rodríguez de la Fuente).
Yo conocí a los personajes : el pastor
era de Micieces, el cazador es de Berzosa, la “Moña” era también de Micieces y
el “Vedijas”… tenía doble nacionalidad.
Los hechos ocurrieron en "el Alto de las Loberas", subiendo al valle de la fuente de la Mora, en territorio de Berzosa, cerca del límite con
Micieces. Y que conste: la Mora de la Fuente, que también tiene que ver con la
fuente de la Mora, no tiene relación con
esta historia.
Esto del “Vedijas” y la “Moña” lo
escuché contar muchas veces. Ahora Pepe nos lo cuenta en romance… y me gusta.
ARI
HISTORIA DEL LOBO "VEDIJAS" Y LA PERRA "MOÑA"
I.- EL
LOBO “VEDIJAS” ERA
nieto
de la loba parda,
o
quizá tataranieto,
y,
seguro, de su saga…
La
loba parda era aquella
la
que allá en las Corralejas
hizo
semejante hazaña,
la
misma que a sus lobeznos
en
los Cotorrillos criaba,
y
los montes de Micieces
y
de toda la comarca
incansable
recorría
buscando
alimento y caza,
y
alguna oveja golosa
que
del rebaño se aislaba
se
convertía en comida
suya
y de la su lobada.
Pues
el tal lobo Vedijas
venía
de aquella saga,
y
la astucia de su abuela
en
el instinto llevaba.
Lucía
en su lomo y cuello,
más
que pelos, unas lanas
lobunas
en el color
y
en la forma ensortijadas,
que
le hacían diferente
al
resto de la lobada.
Por
eso un pastor le puso
Vedijas, y así pasaba
e
historias que de él contaban.
Era
el Vedijas astuto
y
cauteloso en la caza,
pero
valiente y taimado,
y
sagaz cuando acechaba.
Y
sabía el mejor sitio
para
tender la celada
o
esperar bien escondido
y
lanzar una emboscada.
Lobeaba
suavemente
sin
mover hierba ni paja,
y
con paciencia y tesón,
el
justo instante esperaba:
tan
veloz como eficaz
sin
ruidos, sin sobresaltos,
sin
que nadie se enterara…
Era
un lobo solitario
y
siempre solo cazaba,
los
montes, valles y brañas,
y
seguía solitario
cuando
al rebaño acechaba.
Era
valiente el Vedijas,
con
inteligencia clara:
no
rehuía las peleas,
mas
prefería evitarlas.
El
pastor aquel sabía
de
sus trucos y sus mañas.
Y
su perra desde lejos
su
lobuno olor notaba.
II.- ERA LA “MOÑA” UNA PERRA
que
al pastor acompañaba
y
cuidaba del rebaño
De
familia callejera,
no
era pastora de raza,
mas
suplía aquellos genes
que
no tenía de casta
con
su fácil aprender
y
su inteligencia nata.
El
pastor se hizo con ella
casi
recién destetada,
y
la educó con cariño
y
le dio sus enseñanzas
para
que fuera pastora
como
si fuera de raza.
De
pequeña parecía
un
peluchito de lana,
de
color amarronado
y
pelambre ensortijada.
Parecía
una muñeca,
o
la moña de nuestra habla.
¡Y
con el nombre de Moña
la
perrita se quedaba!
Y
les dijo a los sus hijos
cuando
la trajo a la casa:
─Con
cariño y con cuidado
pero
no será un juguete
porque
tengo que enseñarla
a
cuidar de las ovejas
y
a obedecer a quien manda.
Y
poco a poco aprendía
las
cosas que le enseñaba.
Y
pronto fue demostrando
que
el trabajo le gustaba:
cuando
el pastor se las daba;
vigilaba
los sembrados
y
al rebaño acompañaba;
y
si alguna oveja había
solitaria
o despistada,
la
hacía volver al grupo
con
ladridos y amenazas.
Buena
pastora la Moña
se
fue haciendo con la práctica.
Su
tamaño no era grande
por
el cruce de sus razas,
pero
tenía su fuerza,
su
nervio, su genio y garra,
y
hacía frente a cualquiera
que
al rebaño se acercara.
Varias
veces se enfrentó
a
raposos que husmeaban
por
si acaso algún cordero
aislado
y solo quedaba.
Pero
por instinto y sangre
era
al lobo a quien odiaba.
Con
viento a favor o en contra,
desde
lejos lo olfateaba,
y
al pastor con sus gruñidos
y
ladridos le avisaba.
Algunas
veces el lobo,
al
ser visto, se marchaba.
Hubo
veces que la Moña
ella
sola se enfrentaba
al
lobo, y luego volvía
con
alguna dentellada.
¡Y
hasta volvió alguna vez
con
una herida muy mala!
III.- ERA EL PASTOR DE MICIECES,
de
Berzosa la manada,
y
en los campos berzoseños
cada
día pastoreaba.
Hiciese
calor o frío,
hiciese
niebla o solana,
cayese
lo que cayese,
rocío,
lluvia o escarcha,
a
su rebaño de ovejas
de
la corte lo sacaba,
o
beberá al menos agua.
Todos
esos literatos
que
dulces novelas narran
de
la vida pastoril
y
hacen versos y tonadas
que
suenan bien al oído
y
tienen bellas palabras,
de
la vida del pastor
no
saben nada de nada,
ni
qué es el frío del campo,
ni
qué el calor que lo abrasa,
ni
el olor a mar del cierzo,
ni
el rocío ni la escarcha,
ni
la nieve que te hiela,
ni
el hielo que el cuerpo pasma…
¡La
vida del campo es bella…,
si
en la ciudad te la pasas!
IV.- EL CAZADOR BERZOSEÑO
solía
salir de caza
y
recorría los campos
con
tranquilidad y calma.
No
daba gran importancia
a
las piezas que cobraba,
pues
el salir por el campo
Con
hambre, sed y cansancio
solía
volver a casa,
que
son los tres compañeros
del
cazador que no caza.
Muchas
veces en el monte,
en
el brezal o en la braña
paraba
junto al rebaño
y
con el pastor charlaba.
(El
cazador era dueño
de
parte de la manada).
Y
encendían su cigarro
y
de sus cosas hablaban,
del
rebaño y las ovejas,
y
de lobos que atacaban
con
una cierta frecuencia,
mayor
que la deseada.
─Hay
muchos por esta zona,
criarán
en la montaña…
Y
la historia de Vedijas
el
pastor le cuenta y narra…
─Si
no viene cada día,
me
sale cada semana,
mas
si se ve descubierto
no
nos ataca y se marcha.
─A
ver si un día de estos
en
que venga yo de caza
aparece
el tal Vedijas
y
le tiro una descarga…
V.- SUCEDIERON ESTOS HECHOS
en
unas fechas lejanas,
en
las que matar un lobo
o
quitarle la camada
era
mérito en los pueblos:
¡el
lobo era fiera mala!
y
sus famosos programas
llegaron
años más tarde.
¡Casi
en mantillas estaba
entonces
la ecología,
o
casi casi olvidada!
Un
día de aquel entonces
el
Vedijas acechaba
al
rebaño del pastor
entre
los brezos y ramas.
Era
por fuente la Mora,
entre
el brezal y las matas
de
unos robles que crecieron
como
cepudas aisladas.
con
el sol de unas seis varas.
La
Moña, con buen instinto,
el
aire frío venteaba,
gruñía
inquieta y nerviosa
y
quejumbrosa ladraba.
El
pastor aquellos signos
sin
dudar interpretaba,
y
recoge su rebaño
y
lo lleva a descampada.
Llega
en esto el cazador
con
su escopeta terciada.
El
pastor le dice en gestos
señalando
hacia las ramas:
─Está
Vedijas, el lobo,
acechando
entre esas matas.
Lo
comprende el cazador
y
la escopeta prepara.
Gruñe
en silencio la Moña
y
el pastor la coge y calma.
Lobea
Vedijas lento
y
no mueve casi nada.
Apunta
bien la escopeta,
sin
seguro y preparada,
y,
puesto de pie, le grita
Sin
disimulo el Vedijas
sale
hacia la descampada
mostrando
orgullo en su porte,
y
en sus dientes la amenaza.
Mas
el cazador muy quieto
la
su escopeta dispara:
ruido
mortífero suena
por
la brecera y la braña;
las
ovejas con el susto
corren
muy desorientadas;
da
Vedijas en el aire
un
salto como de danza
y
cae tendido en el suelo
de
una forma muy rara…
Se
pone el pastor en pie;
la
Moña corriendo escapa:
va
junto al lobo y le muerde
mientras
ladra que te ladra.
El
pastor, por ver si ha muerto,
le
toca con la cachava.
El
cazador con el pie
también
su muerte constata.
─Era
un hermoso ejemplar…
Su
piel es hermosa y guapa:
la
conservaré en mi casa.
Y
en su casa la conserva.
Y
si alguno la señala
y
le pregunta qué es eso,
el
dueño la historia narra
─si
le dejan que la cuente
y
si quieren escucharla─
de
Vedijas, lobo hermoso,
y
de una perra sin raza
pero
que fue gran pastora
y
que Moña se llamaba.
(José Luis Rodríguez I.)
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