EL MONUMENTO
Cuando en Micieces hablamos del
monumento, todos entendemos a qué
nos referimos: a un montaje por
piezas o paneles que se hacía en la
iglesia parroquial en la Semana Santa
para la adoración del Santísimo el
Jueves y el Viernes Santos. Y
siempre era “el” monumento. Si
había otros, incluyendo en este
“otros” también a las personas, esos
merecerían su propio determinante o
calificativo, pero este de la iglesia
era “EL” monumento.
Se montaba, o armaba, cada Semana
Santa. Solía hacerse el miércoles, en
la nave lateral derecha de la iglesia
parroquial. Había unas pértigas
largas, terminadas en una especie de
horcaja, con las que, sin necesidad de
escalera, se hacía encajar unos
paneles con otros. Que, además, iban
ya marcados y numerados para que
siempre tuviesen el mismo montaje,
no fuera que algún ingenioso o
despistado los cambiase de lugar: el "siempre se han puesto así", era ley.
Terminado su uso litúrgico, se desmontaba y se retiraban todos los paneles al fondo del
coro, contra la pared, que era donde menos estorbaban. Hubo un tiempo, cuando ya no se
utilizaba el monumento, en que perece que estorbaban allí y los trasladaron de lugar: fue a
parar encima de lo que hace de atrio de la puerta de entrada de la iglesia. Y allí estuvo
olvidado y casi perdido durante mucho tiempo… Hasta que hubo que arreglar la puerta, y
aquellos paneles del monumento recobraron su lugar primitivo: en el coro y apoyados
contra la pared del fondo. Seguro que ya sobraba coro para los fieles. Y por ahora allí
permanecen. Y quizá, por ahora, lo mejor para el monumento es lo que le está ocurriendo:
que pasa desapercibido y casi olvidado. Malo el día que alguien piense que es un estorbo,
porque entonces desaparecerá para siempre.
El monumento es un todo que representa un edificio o palacio de estilo clásico, alargado y
dividido en dos partes o estancias, una a continuación de la otra, y ambas se inician con
sus propios arcos típicos de portada palaciega. El conjunto imita, pues, un palacio de
estilo clásico grecorromano o renacentista. Quizá lo que pretendía era ser un mausoleo
más que palacio, y en Micieces ejercía simbólicamente esa función. Y los miciecenses así lo entendían: era el lugar donde descansaba Cristo muerto en la cruz y Cristo Eucaristía,
desde el oficio de Jueves Santo hasta el de la tarde del Viernes Santo. Algunos años, y
movidos por eso de la renovación litúrgica, también se le daba culto a Cristo en el
monumento el sábado Santo, hasta el oficio de la Pascua de Resurrección.
Hay que reconocer que las pinturas que representan los muros interiores no son ninguna
chapuza: artísticamente están muy bien logradas. El pintor copia, pinta e imita bastante bien el
estilo neoclásico, el del siglo XVIII, que, además, es el de la época en que se hizo la
puerta de entrada de la parroquia. Los arcos, tanto los que dan entrada a las dos estancias
como los pintados en las paredes del interior, son de tipo clásico, de medio punto,
imitando la piedra labrada, y sus efectos están muy bien conseguidos. Lo peor conseguido
y, quizá, de menor valor artístico en cuanto a calidad de la pintura son las figuras
humanas, sobre todo las figuras de Jesús, y entre estas, el Jesús con la cruz a cuestas y el
Jesús ya muerto y colocado en el sepulcro. Cabría pensar que, sobre un paisaje interior
pintado antes por alguien, otro pintó las figuras, y no con tan buen arte. Visto en conjunto,
se podría deducir que nuestro monumento se pintó en unas fechas próximas a la segunda
mitad del siglo XVIII o la primera del XIX.
El artista que pintó el monumento de Micieces seguramente era
uno de tantos pintores ambulantes que recorrían pueblos y ciudades con su
taller a cuestas buscando dónde poder ejercer su trabajo y su arte. Ni el óleo para la pintura ni los
lienzos eran problema, puesto que, desde siempre, se cultivó en la zona el lino
y con él se tejían lienzos y de él se sacaba la linaza y su óleo. Los colores ya se los agenciaría el
propio pintor traídos de otros lugares. Y este pintor parece que dominaba las técnicas de la pintura y conocía la corriente artística
del momento, así como la pintura flamenca de la capital y de otros pueblos, y no parecía desconocer el arte pictórico románico y
gótico. Los artistas ambulantes ─todo tipo: pintores, picapedreros,
arquitectos, herreros, campaneros, componedores, cantores, actores…─ solían
abundar por los pueblos de Castilla.
El estado de conservación del monumento es bastante deficiente. Tiene cantidad de
desconchados de pintura, rayados, manchones de varios tipos, clases y tamaños, algunos a
causa de la humedad o del agua que le ha caído; da la sensación que más de una vez se ha
limpiado simplemente barriendo los paneles sin cuidarse demasiado de la pintura, vamos,
como si se barriese el mismo suelo… Las maderas de los bastidores en los que están
montados los lienzos, tienen carcoma, y no poca, y algunos listones ya están rajados y
descuadrados.
Como consecuencia del Vaticano II (1962-65), hubo una renovación litúrgica muy
profunda. La mentalidad de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa evolucionó
hacia la celebración de la Resurrección como hecho principal. Y este cambio y evolución
llegó de pleno a los monumentos, a los oficios de tinieblas, a los tenebrarios, a las
matracas… ¡Si hasta hubo algunos que quisieron quitar las procesiones y los pasos de la
Semana Santa! Y los fieles sencillos de los pueblos fueron también asimilando las
novedades litúrgicas poco a poco. Y, en fin, que para Micieces se acabó lo del
monumento. Sus paneles fueron amontonados encima de lo que es el atrio de la puerta de
entrada de la iglesia… Y allí permanecieron hasta que, en cualquier día y en cualquier
época (pero no lejanos de la actualidad), arreglaron la puerta de entrada y, como todo
aquello que era el monumento estorbaba, fue a parar a su anterior sitio de descanso: al
coro y contra la pared del fondo.
Y en el coro lo encontramos y fotografiamos una tarde veraniega del 2017. Este escrito y las
fotografías quieren ser un recordatorio para todos los miciecenses que vivieron aquellas
Semanas Santas. La perspectiva y calidad de las fotos no son de profesional. Por eso los
paneles de los arcos no coinciden de forma perfecta. Pero al menos podemos conservar en
la memoria histórica de Micieces lo que fue el monumento y cómo fue. Y ojalá esto sirva
de memoria histórica y viva, porque me temo que, tanto esta historia como su memoria, se
perderán con el paso del tiempo. Y quizá sin que pasen muchos años, por desgracia.
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