viernes, 23 de marzo de 2018

Micieces de Ojeda. EL MONUMENTO DE SEMANA SANTA (I)




EL MONUMENTO

    Cuando en Micieces hablamos del monumento, todos entendemos a qué nos referimos: a un montaje por piezas o paneles que se hacía en la iglesia parroquial en la Semana Santa para la adoración del Santísimo el Jueves y el Viernes Santos. Y siempre era “el” monumento. Si había otros, incluyendo en este “otros” también a las personas, esos merecerían su propio determinante o calificativo, pero este de la iglesia era “EL” monumento.

     Se montaba, o armaba, cada Semana Santa. Solía hacerse el miércoles, en la nave lateral derecha de la iglesia parroquial. Había unas pértigas largas, terminadas en una especie de horcaja, con las que, sin necesidad de escalera, se hacía encajar unos paneles con otros. Que, además, iban ya marcados y numerados para que siempre tuviesen el mismo montaje, no fuera que algún ingenioso o despistado los cambiase de lugar: el "siempre se han puesto así", era ley.

      Terminado su uso litúrgico, se desmontaba y se retiraban todos los paneles al fondo del coro, contra la pared, que era donde menos estorbaban. Hubo un tiempo, cuando ya no se utilizaba el monumento, en que perece que estorbaban allí y los trasladaron de lugar: fue a parar encima de lo que hace de atrio de la puerta de entrada de la iglesia. Y allí estuvo olvidado y casi perdido durante mucho tiempo… Hasta que hubo que arreglar la puerta, y aquellos paneles del monumento recobraron su lugar primitivo: en el coro y apoyados contra la pared del fondo. Seguro que ya sobraba coro para los fieles. Y por ahora allí permanecen. Y quizá, por ahora, lo mejor para el monumento es lo que le está ocurriendo: que pasa desapercibido y casi olvidado. Malo el día que alguien piense que es un estorbo, porque entonces desaparecerá para siempre.

      El monumento es un todo que representa un edificio o palacio de estilo clásico, alargado y dividido en dos partes o estancias, una a continuación de la otra, y ambas se inician con sus propios arcos típicos de portada palaciega. El conjunto imita, pues, un palacio de estilo clásico grecorromano o renacentista. Quizá lo que pretendía era ser un mausoleo más que palacio, y en Micieces ejercía simbólicamente esa función. Y los miciecenses así lo entendían: era el lugar donde descansaba Cristo muerto en la cruz y Cristo Eucaristía, desde el oficio de Jueves Santo hasta el de la tarde del Viernes Santo. Algunos años, y movidos por eso de la renovación litúrgica, también se le daba culto a Cristo en el monumento el sábado Santo, hasta el oficio de la Pascua de Resurrección.

       Hay que reconocer que las pinturas que representan los muros interiores no son ninguna chapuza: artísticamente están muy bien logradas. El pintor copia, pinta e imita bastante bien el estilo neoclásico, el del siglo XVIII, que, además, es el de la época en que se hizo la puerta de entrada de la parroquia. Los arcos, tanto los que dan entrada a las dos estancias como los pintados en las paredes del interior, son de tipo clásico, de medio punto, imitando la piedra labrada, y sus efectos están muy bien conseguidos. Lo peor conseguido y, quizá, de menor valor artístico en cuanto a calidad de la pintura son las figuras humanas, sobre todo las figuras de Jesús, y entre estas, el Jesús con la cruz a cuestas y el Jesús ya muerto y colocado en el sepulcro. Cabría pensar que, sobre un paisaje interior pintado antes por alguien, otro pintó las figuras, y no con tan buen arte. Visto en conjunto, se podría deducir que nuestro monumento se pintó en unas fechas próximas a la segunda mitad del siglo XVIII o la primera del XIX.


El artista que pintó el monumento de Micieces seguramente era uno de tantos pintores ambulantes que recorrían pueblos y ciudades con su taller a cuestas buscando dónde poder ejercer su trabajo y su arte. Ni el óleo para la pintura ni los lienzos eran problema, puesto que, desde siempre, se cultivó en la zona el lino y con él se tejían lienzos y de él se sacaba la linaza y su óleo. Los colores ya se los agenciaría el propio pintor traídos de otros lugares. Y este pintor parece que dominaba las técnicas de la pintura y conocía la corriente artística del momento, así como la pintura flamenca de la capital y de otros pueblos, y no parecía desconocer el arte pictórico románico y gótico. Los artistas ambulantes ─todo tipo: pintores, picapedreros, arquitectos, herreros, campaneros, componedores, cantores, actores…─ solían abundar por los pueblos de Castilla.


      El estado de conservación del monumento es bastante deficiente. Tiene cantidad de desconchados de pintura, rayados, manchones de varios tipos, clases y tamaños, algunos a causa de la humedad o del agua que le ha caído; da la sensación que más de una vez se ha limpiado simplemente barriendo los paneles sin cuidarse demasiado de la pintura, vamos, como si se barriese el mismo suelo… Las maderas de los bastidores en los que están montados los lienzos, tienen carcoma, y no poca, y algunos listones ya están rajados y descuadrados.

     Como consecuencia del Vaticano II (1962-65), hubo una renovación litúrgica muy profunda. La mentalidad de las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa evolucionó hacia la celebración de la Resurrección como hecho principal. Y este cambio y evolución llegó de pleno a los monumentos, a los oficios de tinieblas, a los tenebrarios, a las matracas… ¡Si hasta hubo algunos que quisieron quitar las procesiones y los pasos de la Semana Santa! Y los fieles sencillos de los pueblos fueron también asimilando las novedades litúrgicas poco a poco. Y, en fin, que para Micieces se acabó lo del monumento. Sus paneles fueron amontonados encima de lo que es el atrio de la puerta de entrada de la iglesia… Y allí permanecieron hasta que, en cualquier día y en cualquier época (pero no lejanos de la actualidad), arreglaron la puerta de entrada y, como todo aquello que era el monumento estorbaba, fue a parar a su anterior sitio de descanso: al coro y contra la pared del fondo.
     
     Y en el coro lo encontramos y fotografiamos una tarde veraniega del 2017. Este escrito y las fotografías quieren ser un recordatorio para todos los miciecenses que vivieron aquellas Semanas Santas. La perspectiva y calidad de las fotos no son de profesional. Por eso los paneles de los arcos no coinciden de forma perfecta. Pero al menos podemos conservar en la memoria histórica de Micieces lo que fue el monumento y cómo fue. Y ojalá esto sirva de memoria histórica y viva, porque me temo que, tanto esta historia como su memoria, se perderán con el paso del tiempo. Y quizá sin que pasen muchos años, por desgracia.






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