Por aquellos tiempos pasados, tanto el arroyo del Ruyal como el del pueblo, siempre llevaban algo de agua, incluso en verano. Y en tiempos más lejanos, cuentan que llevaban más. El manantial que se recogió para fuente del pueblo, corría libremente hacia el río por nuestro arroyo. Se construyó un depósito de agua potable a los pies del Cucuruto que surtía a la fuente pública del centro del pueblo y echaba el agua sobrante a una arqueta, y de esta iba al arroyo: pero en verano y tiempos calurosos o secos, no sobraba nada. La fuente del camino de Oteros, se guió hacia las adoberas y casi se perdía su agua entre sus tojos o pozos y las plantas que sembraron en la pradera. Y la fuente de la Isilla fue casi abandonada y perdió su prestancia y categoría de manantial y quedó simplemente en zona húmeda o algo parecido. Así que llegó un tiempo en que el arroyo solo recogía el agua de las lluvias, y el resto del tiempo estaba triste y polvoriento, apenas con alguna lagrimilla que indicaba que fue un arroyo. Eso sí: cuando caía una tormenta por allá arriba, se le hinchan las narices y gritaba con fuerza, a veces con furia, el "aquí-estoy-yo”.
Y el tal
arroyo dividía claramente a Micieces en dos partes, pero no enfrentadas y sin
categoría de barrios independientes.

En la parte de
arriba del arroyo, antes de unirse con el que venía del camino de Oteros, había
otro vado de las mismas o similares características. Y si alguna casa tenía
puerta al arroyo, hacía su propio paso o vado.
El arroyo en sí era una cosa bonita, curiosa, folclórica, y en la que a los niños nos gustaba jugar. Su agua se empleaba para animales, plantas, patios…, nunca para beber. El problema era cuando había una gran tormenta y descargaba toda su furia y toda su agua en el Cucuruto y en los valles de la Isilla y del camino de Oteros. El desagüe natural de esos dos valles era el arroyo que pasaba por el centro del pueblo. Y entonces sí era problema: se saltaba a la calle, inundaba el pueblo y, quien estuviese al lado contrario de su casa, más le valía esperar a que escampase y bajase la crecida… Pero yo recuerdo que nos gustaba ver cómo corría el agua, siempre roja, la fuerza que traía, las cosas que arrastraba… Y al día siguiente teníamos que comprobar cómo había descarnado las orillas y, no pocas veces, la misma calle, y se tenía que volver a hacer las presas para poder recoger su agua.

¿Y por qué no
hicieron un puente, algo que facilitara el paso del arroyo? Micieces era, y
siempre fue, un pueblo agrícola y ganadero. Y un puente o se hace bien,
profundizando el cauce y con material resistente, o no vale la pena. Y se
conoce que no valía la pena tanto gasto para poco servicio… Había de resistir
el paso de carros cargados y de los animales sueltos o en rebaño… Y el cauce
era muy llano. Así que era más sencillo y fácil, y menos trabajoso y costoso,
utilizar el tipo de vado natural.
(Continuará)
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