Se
solían sembrar patatas tempranas y
patatas… tardías. Lo de tardías es porque de alguna forma había
que llamarlas. Estas eran la gran cosecha. Las tempranas se sacaban de mediado
el verano en adelante. Pero eran las menos, y se sembraban casi exclusivamente
para uso familiar.
¿Cuándo
era la mejor época para sacar las patatas? Ellas mismas te lo decían. Si la
parte externa de la planta se secaba, ya se podían sacar, y mejor cuanto antes
para que no fuese autoconsumiéndose ella misma. Algunos otoños que venían un
tanto retrasados, o en algunos patatales que no terminaban de secar las
plantas, empezaron a echarles un líquido que secaba lo exterior de la patata
sin perjudicar para nada al tubérculo subterráneo. Y, cuando ya estaban secas
ramas y hojas, significaba que la parte tapada por la tierra, los tubérculos,
no iban a engordar más: era la hora de comenzar la operación del sacado de
patatas.
El
verano y todas sus labores ya habían terminando. Ya era otoño, o se estaba
acercando. Y el otoño en Micieces no suele ser cálido. Pues en este tiempo, con
mañanas frías, tardes más que frías, frecuente lluvia y, por tanto, barro en
las tierras, había que recoger la cosecha de patatas. Y en aquellos tiempos
todo era manual.
Por
aquellos tiempos las patatas se sacaban a horcón. Se atropaban y se iban
echando en cestos de mimbre o de lamas de madera, y de ahí iban a una bolsa de
patatas, que solía ser siempre de arpillera. Pero no era saco, que el saco es
más grande y, por tanto, más pesado y mucho más difícil de mover.
Para
las grandes tierras, o por mejor decir, para las tierras grandes y para sus
propietarios, se formaban cuadrillas de atropadores de patatas. Y en la
cuadrilla se incluían los sacadores, en masculino casi siempre, y las atropadoras,
la mayoría mujeres, pero no exclusivamente.
¿Y
cómo se procedía a esta labor? En los tiempos más remotos ─me refiero a los
tiempos más remotos de los que mi memoria se acuerda, o sea, cuando yo no era
más que un niño de los primeros años de escuela y que iba al patatal más bien
con desgana por el frío y porque a ver con quién y cómo ibas a jugar allí… Y si
encima te hacían atropar patatas…─ pues eso, que iban delante los sacadores de
las patatas. Se ponían en fila, vertical al trazado de los surco y cada sacador
se hacía cargo de un surco, de dos, o de tres… Clavaban con estilo y sabiduría
el horcón en el surco junto al pie,
la mata, de patata, hacían palanca en la tierra y sacaban lo que había en el
interior. Y repetían la operación hasta que estaban seguros de que no quedaba
ninguna patata enterrada y quedaban todas encima del surco, sobre la tierra y
bien a las claras, todas las que podía tener ese pie… Trabajaban de espaldas a
lo sembrado y de cara a lo que estaba sacado ya y a lo que iban sacando. Y
pasaban a otro pie de otro surco, o del mismo… Y así los demás, si los había,
que solía haberlos en las tierras grandes, hasta que llegaban al final de la
tierra. Allí daban media vuelta y la misma operación en sentido contrario. Y,
más o menos, todo el grupo de sacadores, a la vez… Los sacadores tenían una
ciencia muy especial: apenas había patatas pinchadas por el horcón. Esto era
conocer dónde estaban los tubérculos de ese pie y saber pinchar el horcón el
sitio justo.
Pues
detrás de los sacadores, y cara a ellos, iba el grupo de atropadoras con varios
cestos de mimbre o de lámina de madera. Se recogía todo lo que fuera patata,
porque toda patata sirve independientemente de su forma, color o tamaño. Pero
se hacía una primera selección: las pequeñas en un cesto, el resto en otro. Y
las pequeñas no se recogía para siembra (esa especialización vino después),
sino porque no valían para venderlas: se aprovechaban en casa, normalmente para
los animales. Se tenía como honor de la tierra y del agricultor el haber
cosechado patatas gordas y grandes. Hoy día la gente no compra patatas grandes
para el consumo diario: será porque no las terminan de una vez, y todo el mundo
sabe (y si no, lo aprende al segundo día) que una patata empezada, o pelada, se
pone negra por fuera, se oxida al contacto del aire y pierde frescura, se queda
lacia.
Pues
eso, que las atropadoras, casi siempre las mujeres, pero no en exclusiva, iban detrás
de los sacadores recogiendo las patatas… Quien no sepa lo que es ese trabajo, a
lo mejor recuerda aquello de las espigadoras de la zarzuela La rosa del azafrán … Pues no se le
ocurra pensar: “¡Qué bonito! ¡Qué
campestre! ¡Qué vida tan sana…!” Si, claro: ¡y un…cuerno! Todo el día con
el lomo doblado, que terminaban con un dolor de riñones, de espalda, de manos,
de dedos…, de todo. La alegría
estaba en la llegada de la comida, de la merienda y… del final del día. ¡Con
decir que muchas veces se prefería ir a vaciar el cesto, aunque pesase, a
seguir con el espinazo doblado atropando patatas…! Y toda esta labor se hacía
ya en otoño, de sol a sol, cuando salía. Y si no salía, se hacía el día más…
eterno. Con frecuencia la tierra estaba moja, o llovía o lloviznaba, o estaba
helada o medio helada, y el viento (cierzo, gallego o burgalés), siempre frío y
con anuncio de un invierno cercano… En el jornal del día solían ir incluidas la
comida y, a veces, la merienda… ¡Duro trabajo aquel de atropar patatas para tan
poco sueldo! ¡Pero es que las mismas patatas tenían un precio miserable
vendidas por el labrador! ¡Aquellas gentes eran duras y admirables de verdad!
Un poco más acá en el tiempo, para sacar las patatas se metía ya el arado ─el arado llamado romano, el de madera con reja de hierro, o uno similar─ y desaparecieron los horcones. Siempre hay algún agorero que predice que aquello no puede salir bien, que va a partir la mitad de las patatas, que va a dejar dentro de la tierra la otra mitad, que… Hay que dejar que el tiempo, al fin, imponga las novedades. Y las impuso. Aunque los grupos de atropadores o atropadoras siguió detrás del arado atropando las patatas que sacaba. Quizá con una desventaja: el arado no liberaba la patata del terrón de tierra ni del barro que se le había pegado: había que hacerlo con la mano.
Un poco más acá en el tiempo, para sacar las patatas se metía ya el arado ─el arado llamado romano, el de madera con reja de hierro, o uno similar─ y desaparecieron los horcones. Siempre hay algún agorero que predice que aquello no puede salir bien, que va a partir la mitad de las patatas, que va a dejar dentro de la tierra la otra mitad, que… Hay que dejar que el tiempo, al fin, imponga las novedades. Y las impuso. Aunque los grupos de atropadores o atropadoras siguió detrás del arado atropando las patatas que sacaba. Quizá con una desventaja: el arado no liberaba la patata del terrón de tierra ni del barro que se le había pegado: había que hacerlo con la mano.
¿Y
quedaría alguna sin salir a la superficie? También con los horcones quedaba
alguna. Como aquellas espigadoras de la zarzuela, también había algunas veces
buscadoras o buscadores de patatas en lo que habían sido patatales. Pero, la
verdad, nunca quedaban demasiadas. Un año, vete tú a saber cuál, los niños, más
bien chavales ya, decidimos que queríamos un balón de reglamento: alguien había
visto uno en un comercio de Alar o de Herrera y nos convenció fácilmente, eso
sí, de que era barato y de que buscando patatas en las tierras en las que ya se
habían atropado, podíamos llenar unas cuantas bolsas de patatas olvidadas y
venderlas para comprarnos el balón… ¡Y conseguimos comprar un balón de
reglamento! Yo tengo idea de que cada uno añadimos algunas patatas de las de
casa…
Conforme
el pueblo iba perdiendo gente, sobre todo juventud, la agricultura no tenía más
remedio que modernizarse y mecanizarse. (¿O sucedería al revés? ¿O, quizá, a la
vez?). El caso es que llegaron los tractores, las máquinas para el verano, para
la siembra, para todo… Y siempre, es lo más lógico, con la perspectiva agorera
de los de siempre.
¡La
patata pequeña y redonda se convirtió en la más cara! ¡Era patata de siembra!
¡Y, para colmo, había que comprarla fuera como algo extraordinario! Ya no había
que cortar patatas: las sembraba una máquina unida a un tractor, y todas a la
misma distancia de pie a pie y de surco a surco, todas igualitas, como recién
salidas de fábrica. ¿Dar la cavada? ¡Qué atraso y qué trabajo! Metemos el
tractor y lo llevamos todo seguido: como se habían sembrado con el tractor y a
máquina, el escavado con el tractor no tenía problema… Se acabó aquello de
sulfatar a mano, llenándote de polvo, de veneno, ojo, ¡de veneno! ¡El tractor
lo hacía ya todo! Ahora los escarabajos, los bichos, morían envenenados
igualmente, pero la muerte les llegaba por medio de una máquina… Posiblemente
habría algún caso de envenenamiento de personas con aquel sulfato, aunque nunca
debió de ser demasiado grave: yo no tengo ni idea ni noticia de ningún suceso
grave, de envenenamiento de personas, motivado por el veneno de matar
escarabajos patateros.
¿Y el sacar y atropar patatas? Casi no queda gente para cuadrillas de atropadores de patatas. Pero para eso inventaron máquinas. Hubo en un principio una especie de rastrillo que se unía al tractor y le daba un continuo movimiento de criba. Su hundía un poco en la tierra, la cribaba, caía la tierra y las patatas iban resbalando todas hacia atrás y quedaban en fila. Esta fila de patatas se atropaba a mano, y ya era un adelanto en tiempo, en descanso, en número de gente necesaria. En otras partes más industrializadas, la misma máquina las recogía y las almacenaba en un depósito ad hoc.
─¡Sí, claro, con piedras y todo…! ─decía el agorero. Y otro más socarrón añadía:
─Mejor,
así pesan más…
Es
que también en la agricultura las
ciencias avanzan que es una barbaridad…
(JLR)
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