jueves, 3 de mayo de 2018

Micieces de Ojeda. ¡A ATROPAR PATATAS! Micieces, pueblo patatero. (XI).









¡A ATROPAR PATATAS!


Se solían sembrar patatas tempranas y patatas… tardías. Lo de tardías es porque de alguna forma había que llamarlas. Estas eran la gran cosecha. Las tempranas se sacaban de mediado el verano en adelante. Pero eran las menos, y se sembraban casi exclusivamente para uso familiar.
            ¿Cuándo era la mejor época para sacar las patatas? Ellas mismas te lo decían. Si la parte externa de la planta se secaba, ya se podían sacar, y mejor cuanto antes para que no fuese autoconsumiéndose ella misma. Algunos otoños que venían un tanto retrasados, o en algunos patatales que no terminaban de secar las plantas, empezaron a echarles un líquido que secaba lo exterior de la patata sin perjudicar para nada al tubérculo subterráneo. Y, cuando ya estaban secas ramas y hojas, significaba que la parte tapada por la tierra, los tubérculos, no iban a engordar más: era la hora de comenzar la operación del sacado de patatas.
El verano y todas sus labores ya habían terminando. Ya era otoño, o se estaba acercando. Y el otoño en Micieces no suele ser cálido. Pues en este tiempo, con mañanas frías, tardes más que frías, frecuente lluvia y, por tanto, barro en las tierras, había que recoger la cosecha de patatas. Y en aquellos tiempos todo era manual.
Bueno, una precisión semántica: en las tierras de Micieces las patatas no se recogen: se atropan.

Por aquellos tiempos las patatas se sacaban a horcón. Se atropaban y se iban echando en cestos de mimbre o de lamas de madera, y de ahí iban a una bolsa de patatas, que solía ser siempre de arpillera. Pero no era saco, que el saco es más grande y, por tanto, más pesado y mucho más difícil de mover.
Para las grandes tierras, o por mejor decir, para las tierras grandes y para sus propietarios, se formaban cuadrillas de atropadores de patatas. Y en la cuadrilla se incluían los sacadores, en masculino casi siempre, y las atropadoras, la mayoría mujeres, pero no exclusivamente.

¿Y cómo se procedía a esta labor? En los tiempos más remotos ─me refiero a los tiempos más remotos de los que mi memoria se acuerda, o sea, cuando yo no era más que un niño de los primeros años de escuela y que iba al patatal más bien con desgana por el frío y porque a ver con quién y cómo ibas a jugar allí… Y si encima te hacían atropar patatas…─ pues eso, que iban delante los sacadores de las patatas. Se ponían en fila, vertical al trazado de los surco y cada sacador se hacía cargo de un surco, de dos, o de tres… Clavaban con estilo y sabiduría el horcón en el surco junto al pie, la mata, de patata, hacían palanca en la tierra y sacaban lo que había en el interior. Y repetían la operación hasta que estaban seguros de que no quedaba ninguna patata enterrada y quedaban todas encima del surco, sobre la tierra y bien a las claras, todas las que podía tener ese pie… Trabajaban de espaldas a lo sembrado y de cara a lo que estaba sacado ya y a lo que iban sacando. Y pasaban a otro pie de otro surco, o del mismo… Y así los demás, si los había, que solía haberlos en las tierras grandes, hasta que llegaban al final de la tierra. Allí daban media vuelta y la misma operación en sentido contrario. Y, más o menos, todo el grupo de sacadores, a la vez… Los sacadores tenían una ciencia muy especial: apenas había patatas pinchadas por el horcón. Esto era conocer dónde estaban los tubérculos de ese pie y saber pinchar el horcón el sitio justo.


Pues detrás de los sacadores, y cara a ellos, iba el grupo de atropadoras con varios cestos de mimbre o de lámina de madera. Se recogía todo lo que fuera patata, porque toda patata sirve independientemente de su forma, color o tamaño. Pero se hacía una primera selección: las pequeñas en un cesto, el resto en otro. Y las pequeñas no se recogía para siembra (esa especialización vino después), sino porque no valían para venderlas: se aprovechaban en casa, normalmente para los animales. Se tenía como honor de la tierra y del agricultor el haber cosechado patatas gordas y grandes. Hoy día la gente no compra patatas grandes para el consumo diario: será porque no las terminan de una vez, y todo el mundo sabe (y si no, lo aprende al segundo día) que una patata empezada, o pelada, se pone negra por fuera, se oxida al contacto del aire y pierde frescura, se queda lacia.


Pues eso, que las atropadoras, casi siempre las mujeres, pero no en exclusiva, iban detrás de los sacadores recogiendo las patatas… Quien no sepa lo que es ese trabajo, a lo mejor recuerda aquello de las espigadoras de la zarzuela La rosa del azafrán … Pues no se le ocurra pensar: “¡Qué bonito! ¡Qué campestre! ¡Qué vida tan sana…!” Si, claro: ¡y un…cuerno! Todo el día con el lomo doblado, que terminaban con un dolor de riñones, de espalda, de manos, de dedos…, de todo. La alegría estaba en la llegada de la comida, de la merienda y… del final del día. ¡Con decir que muchas veces se prefería ir a vaciar el cesto, aunque pesase, a seguir con el espinazo doblado atropando patatas…! Y toda esta labor se hacía ya en otoño, de sol a sol, cuando salía. Y si no salía, se hacía el día más… eterno. Con frecuencia la tierra estaba moja, o llovía o lloviznaba, o estaba helada o medio helada, y el viento (cierzo, gallego o burgalés), siempre frío y con anuncio de un invierno cercano… En el jornal del día solían ir incluidas la comida y, a veces, la merienda… ¡Duro trabajo aquel de atropar patatas para tan poco sueldo! ¡Pero es que las mismas patatas tenían un precio miserable vendidas por el labrador! ¡Aquellas gentes eran duras y admirables de verdad!

Un poco más acá en el tiempo, para sacar las patatas se metía ya el arado ─el arado llamado romano, el de madera con reja de hierro, o uno similar─ y desaparecieron los horcones. Siempre hay algún agorero que predice que aquello no puede salir bien, que va a partir la mitad de las patatas, que va a dejar dentro de la tierra la otra mitad, que… Hay que dejar que el tiempo, al fin, imponga las novedades. Y las impuso. Aunque los grupos de atropadores o atropadoras siguió detrás del arado atropando las patatas que sacaba. Quizá con una desventaja: el arado no liberaba la patata del terrón de tierra ni del barro que se le había pegado: había que hacerlo con la mano.
¿Y quedaría alguna sin salir a la superficie? También con los horcones quedaba alguna. Como aquellas espigadoras de la zarzuela, también había algunas veces buscadoras o buscadores de patatas en lo que habían sido patatales. Pero, la verdad, nunca quedaban demasiadas. Un año, vete tú a saber cuál, los niños, más bien chavales ya, decidimos que queríamos un balón de reglamento: alguien había visto uno en un comercio de Alar o de Herrera y nos convenció fácilmente, eso sí, de que era barato y de que buscando patatas en las tierras en las que ya se habían atropado, podíamos llenar unas cuantas bolsas de patatas olvidadas y venderlas para comprarnos el balón… ¡Y conseguimos comprar un balón de reglamento! Yo tengo idea de que cada uno añadimos algunas patatas de las de casa…

            Conforme el pueblo iba perdiendo gente, sobre todo juventud, la agricultura no tenía más remedio que modernizarse y mecanizarse. (¿O sucedería al revés? ¿O, quizá, a la vez?). El caso es que llegaron los tractores, las máquinas para el verano, para la siembra, para todo… Y siempre, es lo más lógico, con la perspectiva agorera de los de siempre.  
¡La patata pequeña y redonda se convirtió en la más cara! ¡Era patata de siembra! ¡Y, para colmo, había que comprarla fuera como algo extraordinario! Ya no había que cortar patatas: las sembraba una máquina unida a un tractor, y todas a la misma distancia de pie a pie y de surco a surco, todas igualitas, como recién salidas de fábrica. ¿Dar la cavada? ¡Qué atraso y qué trabajo! Metemos el tractor y lo llevamos todo seguido: como se habían sembrado con el tractor y a máquina, el escavado con el tractor no tenía problema… Se acabó aquello de sulfatar a mano, llenándote de polvo, de veneno, ojo, ¡de veneno! ¡El tractor lo hacía ya todo! Ahora los escarabajos, los bichos, morían envenenados igualmente, pero la muerte les llegaba por medio de una máquina… Posiblemente habría algún caso de envenenamiento de personas con aquel sulfato, aunque nunca debió de ser demasiado grave: yo no tengo ni idea ni noticia de ningún suceso grave, de envenenamiento de personas, motivado por el veneno de matar escarabajos patateros.
           
 ¿Y el sacar y atropar patatas? Casi no queda gente para cuadrillas de atropadores de patatas. Pero para eso inventaron máquinas. Hubo en un principio una especie de rastrillo que se unía al tractor y le daba un continuo movimiento de criba. Su hundía un poco en la tierra, la cribaba, caía la tierra y las patatas iban resbalando todas hacia atrás y quedaban en fila. Esta fila de patatas se atropaba a mano, y ya era un adelanto en tiempo, en descanso, en número de gente necesaria. En otras partes más industrializadas, la misma máquina las recogía y las almacenaba en un depósito ad hoc.


─¡Sí, claro, con piedras y todo…! ─decía el agorero. Y otro más socarrón añadía:
─Mejor, así pesan más…
            Es que también en la agricultura las ciencias avanzan que es una barbaridad

(JLR)

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