sábado, 9 de junio de 2018

Micieces de Ojeda. TOQUE DE VIÁTICO. (Las campanas de Micieces, XIII).









             TOQUE DE VIÁTICO

Cuando alguien estaba enfermo, ya con previsión de muerte próxima, se llamaba al cura para prepararle a bien morir. Y le llevaba el viático, la última comunión. Que no tenía por qué ser matemáticamente la última, sino una de las más próximas a su muerte. Y cuando se llevaba el viático, se tocaba la campanilla de la ermita para avisar a todo el pueblo que aquel enfermo se estaba preparando para el viaje a la eternidad. Viático significa comida para el camino. Esto no era chismorreo, ni dar de qué hablar, ni ninguna otra cosa que pudiera interpretarse de mala forma. Esto conllevaba una teología mucho más profunda: el moribundo, o moribunda, había formado parte de la iglesia y era, por lo tanto, miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Lo lógico era que todos los fieles, sobre todo sus vecinos, que habían compartido su fe en Dios y su vida de cristiano, supiesen que estaba en el trance decisivo y rezasen por él. Y le acompañasen, incluso con su presencia física, en esos momentos.

Y la campanilla de la ermita tocaba mientras el sacerdote llevaba el viático al moribundo.
Y se organizaba una pequeña procesión acompañando al Santísimo que iba, en manos del sacerdote, desde la ermita hasta la casa de enfermo. En esa procesión que se organizaba al momento, los monaguillos tocaban una pequeña campanilla, la de la misa; personas mayores llevaban unos faroles encendidos; las gentes se paraban en la calle y dejaban lo que estaban haciendo; algunos se ponían de rodillas, se descubrían la cabeza, miraban con respeto y otros se unían a la procesión, si sus labores se lo permitían. Y la campanilla de la espadaña seguía tocando, y la campanilla de los monaguillos seguía avisando de que quien iba por la calle era el Señor, Cristo en la Eucaristía como viático para aquel vecino moribundo. En muchos pueblos había hermandades o cofradías encargadas de dar solemnidad al viático. En Micieces, si no cofradía, sí había vecinos siempre dispuestos a acompañar procesionalmente al sacerdote cuando llevaba el viático. Hoy diría algún pastoralista que la iglesia que peregrina en ese pueblo, en esa comunidad cristiana del pueblo, se unía, rezaba y acompañaba al hermano que emprendía el gran viaje hacia la eternidad.

Todo esto se ha perdido, incluso aquellos faroles, que eran más grandes que los que usábamos en las casas, han desaparecido por inútiles ya. Y el viático, cuando se lleva, se hace de forma privada. La profundidad de la teología ya no llega al pueblo fiel.

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