Un
capítulo aparte, o por lo menos un punto y aparte, merece el campanario de
Micieces.
Es
una construcción atípica, única, achaparrada, artísticamente independiente, con
su propia belleza escondida… Es una torre adosada a la pared oeste de la
iglesia parroquial y construida fuera de los órdenes arquitectónicos que
rigieron la construcción de su iglesia. La
parroquial se terminó cuando y como se puedo y llegó en su largura hasta donde
el presupuesto o dinero llegó, y allí se cerró el edificio con una pared de mampuesto
de calicanto sin más, aunque reforzada en sus esquinas con piedra labrada de
cantería, de caliza blanca, blanda y porosa, como lo es toda la piedra de
cantería labrada de la última época de la construcción de la iglesia.
¿Y dónde colocar las campanas?
Porque a una iglesia que no tenga campanas le falta algo que los fieles siempre
han considerado como importante, y más en un pueblo donde las campanas tenían
también funciones civiles. Una espadaña no pegaba en el conjunto de lo que es
la iglesia parroquial, y ya había en el pueblo otras dos ermitas con espadaña.
Así que decidieron hacer una torre que sirviese de auténtico campanario y
estuviese adosada a la pared occidental de la iglesia. Y aprovecharon todos los
restos de piedra que pudieron encontrar de la obra de la iglesia y de otras
construcciones, y toda cuanta pudiese salir en cualquier tierra, casa, arroyo o
campo del pueblo.
Sería
interesante ver los planos originales de la tal torre campanario. Dudo que los
hubiera; y más, que los siguiese el constructor. Existe una explicación popular
de cómo se hizo la torre campanario de la iglesia. Los vecinos habían recogido
todo tipo de piedras y cantos rodados o de arenisca aglomerada −son las únicas clases
de piedra que existen en el campo de Micieces− y lo habían amontonado cerca del
lugar de la construcción. Pues… se pusieron en fila desde el montón de piedras
hasta la misma pared de la obra, se fueron pasando de uno a otro las piedras y
el último de la fila tiraba −que no colocaba− la piedra con su mejor estilo
sobre la pared en la que previamente otro vecino había echado unas paletadas de
argamasa, que era mortero. Y así fue subiendo la torre poco a poco hasta que se
terminaron las piedra y cantos, o se cansaron los vecinos, o alguien dio la
orden de que ya era bastante alta y ya se podían oír las campanas…
De
todos modos parece que el arquitecto o jefe de la obra empezó con ganas y buen criterio
constructor, apoyándose en la pared occidental de la iglesia, con una portada de
arco de medio punto, tipo románico, en piedra caliza de cantería, sencillamente
elaborada, pero elaborada, mas poco a poco se fue desviando de su propia norma
y aquello que empezó y siguió en principio como plano cuadrado y líneas rectas,
se fue redondeando, de forma que según se alejaba de la fachada que da al
pueblo, la norte, perdía su línea recta y se iba doblando en redondo, en
circunferencia: fachada norte de la torre es pared plana casi en su totalidad, pero
el resto de la edificación es redondo. Más todavía: a nivel de la tercera
altura −su tercer piso, en el que están campanas y campanillos− la torre es ya
redonda del todo. A partir de lo que viene a ser la divisoria del piso de las
campanas, la pared pierde grosor en su parte redonda, como si imitase a hombre
de pueblo cuya cintura se ciñe y aprieta con una faja. En la fachada recta, que
es la que da al pueblo, al norte, lleva dos trozos de imposta de piedra de cantería, labrada y sin adornos, a modo de
separación de pisos −el primero del segundo, y este del tercero−, pero no se
alargan al resto de la torre, a lo que es pared redonda. Los vanos para las campanas
van enmarcados por arcos de ladrillo, que desaparecieron en las ventanas de la
fachada norte al hacerlos más grandes para colocar en ellos las campanas
nuevas. El resto de la construcción es
de mampuesto de calicanto, piedras y
cantos rodados y unidos con mortero de cal. Y las paredes por dentro y por
fuera están trulladas −es decir,
lucidas− recogiendo las piedras y cantos con el mismo tipo de mortero, pero sin
llegar a tapar del todo los elementos duros más grandes.
Termina
la torre en tejado redondo sostenido en su punto central por una viga que sube
recta y vertical desde el suelo, empalmada a otras donde fue necesario el
empalme: en su cima se apoyan los machones que sostienen las tablas del techo,
sobre el que van las tejas. Y marcando exactamente el centro exterior del
tejado lleva una cruz de hierro, relativamente visible.
Tiene cuatro vanos o huecos para
campanas: dos están orientados hacia el norte, hacia el pueblo; y los otros dos
miran hacia el sur. Además de estos, tiene otra ventana a la altura del tejado
de la iglesia por la que se puede acceder a él y de ahí, a las bóvedas de la
misma. Abiertas al oeste tiene una ventana cuadrada a la altura de la situación
de las campanas y otra ventana saetera y pequeña que da luz a la escalera a
nivel de la altura equivalente a su primer piso.
Las campanas iban colocadas en el
interior de la torre, en lo más alto, a nivel de lo que podría definirse como
su tercer piso ─contando el suelo─, sobre vigas que la atravesaban en dirección
noreste suroeste. Eran tres vigas, sólidas, macizas, de madera de olmo bien
curado. La central, más gruesa, servía de apoyo al eje de giro de las dos
campanas, que apoyaban su otra punta del eje en sendas vigas laterales e
independientes.
Quizá pueda llamar la atención el
hecho de que las campanas estén dentro de la torre y no en ventanas o que den
hacia a fuera. Pero tiene su buena lógica. Las que van dentro eran
suficientemente grandes como para no estar seguras apoyándose en los marcos de las
ventanas campaniles, aunque estos fueran de piedra y fuesen preparados y
reforzados para campanas: el volteo siempre sería un peligro. Y en cuanto al
sonido, la misma torre hace de caja de resonancia, al estilo de los
instrumentos musicales, y el sonido del toque se multiplica. De hecho las
campanas de Micieces siempre se han oído desde cualquier punto del pueblo y de
su campo, cosa que no sucede con las de otros pueblos vecinos, a no ser que el
viento venga a favor. La experiencia es la madre de la ciencia, como en el caso
del sonido de las campanas.
El subir a tocar las campanas a
nuestro campanario siempre fue una aventura. Hoy lo veo como una aventura
bastante peligrosa. Todos los maderos, machones y vigas eran o de roble o de
olmo, pero escuadrados con hacha y zuela (azuela).
Los peldaños de la escalera eran igualmente maderos apenas desbastados y
clavados con ese tipo de clavos medievales que se fabricaban en las fraguas. Y
la escalera iba apoyada por su derecha, según la dirección de subida, en la
pared, y por su izquierda en aquella viga vertical que subía desde el centro
del suelo hasta sostener el tejado. Podría decirse que era de caracol, por la
estructura arquitectónica, pero cada tramo era recto. ¡Arte arquitectónico, o
de ingeniería, que combinaba lo curvo del caracol con lo recto de los machones
que sostenían los peldaños! No tenía barandilla de seguridad, sino unos maderos
más finos, palos o tablas temblorosos. De manera que había que subir con mucho
cuidado y mirando bien donde pisabas y donde ponías las manos… Las tablas del
piso en que se situaban las campanas y campanillos estaban torcidas, no
asentaban, con respiraderos por los que se veía claramente el suelo terroso de
la torre allá abajo… Y solo estaba tableado la mitad, que el resto del piso no tenía
suelo. Alguna vez alguien ponía o cambiaba alguna tabla o clavaba otras, pero
eso sucedía muy de cuando en cuando.
Los
monaguillos, con o sin miedo, o disimulándolo, subíamos sin más… El guardián
del campanario debía de ser un ángel muy eficaz, o quizá fuese más de uno,
porque nunca hubo accidentes graves a pesar del peligro continuo que había. Recuerdo
que en una primera época se tocaban campanillos y campanas desde arriba, o sea,
que había que subir al campanario. Luego ataron una cuerda al badajo de una
campana y ya se podía tocar desde abajo, sin necesidad de subir. Las de ahora −son
más bien lo que el habla popular llama campanillos−
hasta pueden voltearse desde abajo.
Aunque repicar las campanas según el DRAE es tocar las campanas repetidamente, en el habla miciecense no se llama repique a cualquier toque de campana, sino al golpeo repetido del badajo contra la pared interior de la campana. La otra forma de tocarlas es el volteo. Y en tiempos, ambos toques solo se podían hacer desde el entablado bastante inseguro de la altura en que estaban las campanas. El repique no tenía problemas, aunque tenías que tener cuidado de no darte en la mano con el mismo badajo. Alguien lo solucionó atándole una cuerda. El volteo era más complicado, incluso muy difícil para los niños si se trataba de las campanas, no tanto si eran los campanillos. Los mozos lo hacían moviendo la campana hasta que daba la vuelta; luego, cada vez que pasaba la maza frente al que tocaba, le daba un empujón, y la campana iba cogiendo velocidad según la fuerza de empuje que se hacía sobre la maza. Pero los había más atrevidos y se subían a la viga en la que se apoyaba el eje de la campana y, con el pie haciendo fuerzo sobre la maza, conseguía que voltease y cada vez que pasaba la maza junto a él, le daba otro empujón y mantenía o aumentaba la velocidad. Esta forma de tocar era muy expuesta y peligrosa: se podía quedar sin pie, sin pierna o caerse de la viga… Tocando de esta forma estaba aquel mozo al que se le cayó la boina en la copa de la campana y esta se rajó inmediatamente…
Estando dentro del campanario, en el
piso donde estaban las campanas, si se volteaban todas, campanas y campanillos,
a uno se le encogía el corazón: era impresionante por el sonido y por la
sensación de inseguridad que daba toda la estructura del campanario. Si es que
parece que se movía todo, no solo maderas y vigas, sino hasta las paredes y el
tejado… Yo creo que lo raro y milagroso es que no se hundiese todo el tinglado
y terminase el campanario derruido… ¡Pues todavía sigue en pie! ¡Y todavía hay
animosos que suben a tocar las campanas desde allá arriba!
(JLR)
Puedes ver también:
- LAS CAMPANAS DE MICIECES.
- CAMPANILLOS Y CAMPANILLAS.
- EL GALLO DEL SACRISTÁN.
- "LA PERTINAZ".
Y más en:
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