viernes, 6 de octubre de 2017

Historias de Berzosa. EL GALLO DEL SACRISTÁN.




Iglesia de Berzosa de los Hidalgos.



La Olma.


EL GALLO DEL SACRISTÁN

El sacristán de Berzosa
tenía un gallo en su casa
que le habían regalado
nada más perder la cáscara.
Aquel pollito indefenso
su amigo se hizo del alma
y le hacía compañía
en su vida solitaria.
Le cuidaba con tal mimo
que pan en sopa le daba
hasta que pudo comer
granos de trigo y cebada.
¡El pollito aquel se hizo
dueño y señor de la casa!
Y se hizo hermoso gallo
que era reloj de mañana,
de las horas de comer
y de la noche cercana.
─¡Pronto irás a la cazuela:
es tu requiem lo que cantas…!
Y cual a amigo querido
sus soliloquios le daba.
El gallo se acostumbró
a su sonido y su habla
y, quedándose sentado,
con atención le escuchaba.
A la hora en que se abregan
las gallinas en las cuadras,
el gallo subía orondo
a la barra que la cama
del sacristán tiene al pie
y allí mismo se abregaba
y dormía vigilante
toda la noche hasta el alba.
Con los albores del día,
y siempre muy de mañana,
un quiquiriquí gangoso
al sacristán despertaba:
          es que aquel hermoso gallo
          era de garganta mala
          y sonaba su cantar
          más a réquiem que a diana.

El sacristán berzoseño
solo el réquiem dominaba
y repetía constante
la melodía de marras.
Y aquel gallo solitario
no pudo ir a las aulas
de los congéneres suyos
a aprender cómo se canta.
Y el sacristán le decía
con su sorna acompasada:
─¡Pronto irás a la cazuela:
es tu requiem lo que cantas…!
Y el gallo, que no entendía,
con más ahínco cantaba.

Mas un día el sacristán
enfermó de cosa mala
y no volvió a levantarse
nunca más de aquella cama.
Y el gallo, apenado y triste,
canta que canta en la barra.
De vez en cuando da un salto
hasta el suelo o la ventana
como invitando al enfermo
a que se levante y salga.
Mas el enfermo no tiene
ni pocas fuerzas ni ganas.
Con un hilito de voz
La fuente.
muy débil y entrecortada
le dice al gallo que escucha
como siempre que le hablaba:
─No es tu réquiem sino el mío
aquello que siempre cantas.
¡Es el mío, que ya veo
a la muerte en la ventana!
El gallo escucha en silencio
como siempre acostumbraba
y un quiquiriquí muy triste
al aire con fuerza lanza.
─A ver si vas a morir
antes del que está en la cama...
¡Huye al monte o donde sea,
pero márchate de casa,
porque si me hacen velorio,
en una cazuela acabas…!
El quiquiriquí del gallo
suena a notas desgarradas.
─A ver quién muere primero
y quien al otro le canta
el requiem que se acostumbra
cantar por los que la palman…

El sacristán se murió
y lo enterraron en caja
en el cementerio que hay
resguardado tras la tapia
a la vera de la iglesia
en que él sacristaneaba.
Y el gallo del sacristán
como comida adobada
terminó en una cazuela
de rojiza porcelana.
En el velatorio dieron
carne de gallo guisada.
Y la gente del velorio
decía mientras brindaba:
─¡Que en el cielo los veamos…!
(tras un lejano mañana…)

Un remolino de viento
en el patio se levanta,
da vueltas sobre sí mismo
y lo que pilla, lo arrastra…
El patio quedó barrido
y el remolino se marcha.
Los que están de velatorio
lo ven desde la ventana.
Recorre el diablillo el pueblo
y en el cementerio para:
en una tumba reciente
deja parte de su carga.
Luego, salta por encima
y se disuelve en la nada…
Al día siguiente, el cura
ve aquella tumba adornada
con unas hermosas plumas:
─¡Son plumas de gallinácea!─.
Ráscase tras de la oreja
pensando la adivinanza…
─¡El gallo y el sacristán
por siempre ya se acompañan…!
Y con voz  queda  y devota
un requiem les reza y canta…

                                  (JLR)


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