MICIECES siempre
presumió de tener campanas grandes, además de los campanillos y de las campanillas.
En el habla miciecense hay diferencia
entre unas y otros. Las campanas son
grandes y están colocadas dentro del campanario. Los campanillos son campanas más pequeñas que también están, o
estuvieron, colocados en el campanario parroquial, en sendas ventanas que dan
al exterior, de dos en dos: una pareja de cara el pueblo, y la otra en el lado
opuesto, es decir, de cara al cementerio. Y las campanillas son de tamaño similar a los campanillos, fueron dos y su
sitio eran los vanos de las espadañas de las ermitas de la Virgen de la Calle y
de la de San Lorenzo. Esto siempre fue así hasta que alguna campanilla y algún
campanillo desaparecieron por razones que nadie sabe explicar y que deben de
ser inexplicables y, desde luego, incomprensibles.
LAS CAMPANAS DE MICIECES
Llamamos campanas a las grandes
que están, que estaban, colocadas dentro de la torre
La "Campana Gorda" de Toledo. |
Se
cuenta que estas dos campanas se fundieron aquí mismo, en Micieces, en el Ruyal, en lo que hoy es la huerta de la Teya,
y antes lo había sido de otros dueños. ¿Y por qué ahí, en ese preciso lugar?
Pues sencillamente porque allí funcionaba una fragua y de esa forma se
aprovechaban herramientas, útiles, aperos, quemadores de carbón, fuelles y
demás cosas propias de una fragua. Hoy esta finca no tiene salida a la calle
principal, pero por aquel entonces se entraba directamente desde la calle que
va de la fuente al Cucuruto.
La huerta de la Teya (actualmente). |
No es raro ni
imposible hacer este tipo de fundición fuera de una fábrica, aunque sea más
fácil hacerlo en un sitio preparado para ello. El arte de la fundición del
bronce proviene de la prehistoria, y seguro que, al fundirlas aquí, se buscaba
un ahorro de gastos en la materia prima, en el material productor del calor, en
los moldes y, de seguro, en el personal técnico: había gentes, más o menos trashumantes,
dedicadas a este tipo de trabajos que recorrían los pueblos ofreciendo y
ejerciendo su profesión. Esto de la fundición de aquellas campanas de Micieces debió
de suceder en la última década del siglo XIX o en la primera del XX.
El caso es que en aquella finca del Ruyal se aprovecharon los quemadores de
leña y carbón propios de la fragua, se cavaron dos hoyos y en ellos se
construyeron los dos moldes de las futuras campanas hechos a base de la arcilla
de los alrededores. La materia prima fue principalmente los restos de antiguas
campanas desechadas ya por pequeñas o por rotas. Y a esto se le añadió la
materia básica del bronce, cobre y estaño. Desde la prehistoria se sabe que la composición del bronce en básicamente una aleación de cobre y estaño,
pero los artesanos y fabricantes de campanas suelen guardar en secreto, cual si
fuera un tesoro, que lo es para ellos, la proporción en las mezclas, así como los
otros componentes que podían incluir en la aleación del bronce de sus campanas.
Pues Micieces quería dos campanas más
grandes que las que hasta ese entonces había habido en el campanario y, además,
con un buen sonido. La Micipedia oral
cuenta que los abuelos y los bisabuelos contaban… que los técnicos querían
echar en la fundición plata porque decían que las campanas daban un sonido más
limpio y claro. Científicamente es verdad que la plata en la aleación del
bronce da una mejor sonoridad a la campana. Y las autoridades del pueblo
pidieron a los miciecenses que contribuyeran con objetos de plata a la
fundición de sus nuevas campanas. Y parece que consta que cada cual dio lo que
pudo, y lo que pudo dar el pueblo no era otra cosa que los objetos de plata que
tenía como bienes de familia: adornos femeninos, cuadros, monedas, medallas,
rosarios… y similares, pero nunca en exceso porque no es que abundase la plata
en el pueblo. El material se fundía en una especie de ollas especiales que
traían los orfebres y se conseguían los grados de calor necesario con la leña
del monte, roble y encina, con la que existía en aquella finca, olmos, que
entonces abundaban en las linderas y alrededores −aún no había llegado la grafiosis a nuestras tierras− y con el
carbón de piedra que procedía de las minas de allá arriba, de la zona de la montaña
palentina. Hay que recordar que el bronce empieza a fundir a los 830º y que,
por lo tanto, no era tan difícil conseguir la fusión. Y el pueblo colaboraba y
ayudaba en todo lo que podía y los técnicos orfebres les indicaban. Así que
aquellas campanas fueron realmente del pueblo porque el pueblo las hizo y cada
cual contribuyó directamente a su fabricación.
Terminado
el trabajo de fundición, allí mismo se les hicieron las mazas de madera de olmo,
se les colocaron a cada una como contrapeso para poder voltearlas fácilmente,
se las subió al campanario y se dieron los primeros toques de repique y de
volteo… Y aquel día Micieces celebró una gran fiesta.
Pues
aquellas dos campanas, fundidas en Micieces, estuvieron en funcionamiento hasta
la década de los sesenta (1960). Y tenían buen sonido y los miciecenses
conocían por su sonido qué campana tocaba y lo diferenciaban de las campanas de
otros pueblos.
Un día
cualquiera de esa década, la campana grande parece que perdió su bonita voz:
empezaba a sonar a hierro viejo y oxidado. ¿Qué había pasado? Tenía una raja
desde el borde hasta más allá de su media altura. Pero esa raja se iba
agrandando cada vez que se la tocaba: ¡mejor no volverla a tocar y dejarla en
paz! ¿Explicación? Era muy sencilla para
las mentes de los niños y de muchos mayores. Se dice que una noche de
volteo de campanas −¿quizá la noche de Santa Brígida?− los mozos volteaban las
campanas con tanto valor y entusiasmo que a uno de ellos, al que volteaba la
campana grande, se le cayó la gorra y fue a parar al interior de la copa de esa
campana: esto bastó para que se rajara. Siempre nos habían asegurado que, si
algo caía dentro de una campana a la que se estaba volteando, esta se rompía,
se rajaba… Efecto de las ondas sonoras, decían. A lo mejor nos lo decían para
que no nos acercásemos a ellas cuando se volteaban por el peligro de que nos
rompiese la crisma… El caso es que se dijo aquello de la boina caída dentro de
la campana y no necesitamos más explicación. Es que las campanas no son eternas, el uso las raja y
las rompe. El badajo golpea internamente, a veces con mucha fuerza, la pared de
la campana y el broce no es un metal que resista lo indecible: es duro, pero
relativamente frágil.
Ya
no valía la pena tocar aquella campana rajada porque daba un sonido
desagradable y lastimero y, además, se podía terminar de romper. La otra sí que
seguía tocando y se la podía voltear y todo. Pero tocar las dos en conjunto era,
al menos, un dolor de oídos. Y el toque de muertos, una pena.
La autoridad competente, religiosa o
civil, o ambas concordadas, decidió que había que solucionar el problema de las
campanas y encargaron a una empresa de fundición unas nuevas. Y las antiguas, y
quizá algún campanillo, se reutilizaron como materia prima y para aminorar
gastos como pago en especie. Con el tiempo aparecieron dos campanas nuevas y
relucientes, sin la pátina del tiempo, recién salidas de fábrica, más grandes
que los campanillos, pero mucho más pequeñas que las antiguas campanas.
Las vigas sobre las que habían estado
asentadas tantos años las antiguas campanas, dentro del campanario, no perecían
ya seguras y decidieron que lo mejor era sacarlas hacia fuera y colocarlas en los
viejos huecos de los campanillos que
daban al pueblo. Pero hubo que acondicionar aquellos vanos y hacerlos un poco
mayores. Y ahí están, de cara al pueblo, en sus huecos que llegan al alero y se
ensanchan un poco más que los antiguos. Y los otros dos campanillos emigraron al lado contrario, hacia el sur, mirando hacia
el cementerio, que, en el decir antiguo, cuando se los tocaba era para que los
de Berzosa se enterasen… Dentro del campanario ya no hay campanas y, como es
ciertamente peligroso subir hasta el nivel donde estaban, se suelen tocar desde
el suelo halando de una cuerda o cadena con la que, como están tan bien
equilibradas, incluso se pueden voltear con facilidad.
(JLR)
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