lunes, 19 de julio de 2021

Micieces de Ojeda. RECUERDOS DE VERANO. EN LA ERA: LOS TRILLOS.

 








EN LA ERA: LOS TRILLOS




En verano las eras de Micieces eran el centro de la vida del pueblo. Todas estaban situadas al norte o al sur de la carretera, que las separaba en dos zonas, las de arriba y las de abajo. O concretando más: las eras limitaban con el camino de  Praolaseras (al norte); una línea imaginaria vertical a la carretera que,  pasando por Fuentesoñas, iría desde la presa del río al camino de Praolaseras (al este); el río (al sur); y los caminos a Olmos y a los huertos (al oeste).  La única que estaba fuera de estos límites era la del señor Pepín, situada junto a su caseta en el camino del Indiviso.



Todas eran de piso de césped y daban hierba que se segaba y se aprovechaba para los animales. Cuando llegaba el tiempo, se segaba, se acomodaba y sobre su césped se trillaba.

En este pueblo nunca hubo eras empedradas: para un miciecense eso es un contrasentido. ¡Pues solo faltaba eso, trillar sobre empedrado! ¿Cómo terminarían las piedras del trillo en cuanto pasasen varias veces sobre un suelo de piedras?

Los trillos de Micieces siempre fueron de tablones en cuya parte inferior se incrustan las piedras de pedernal o similares, agudas y cortantes. Esos trillos con ruedas cortantes u otros artilugios, nunca los vi en el pueblo. Claro, si a este tipo de trillos de piedras se los arrastra por la carretera, por ejemplo, se quedaría el trillo romo, sin piedras con corte, y la trilla sería imposible. Ya se escapó alguna vez algún animal, sobre todo caballería, y vimos lo que pasaba al trillo: o lo empedraban de nuevo o al retiro.

Los animales de labranza en Micieces siempre fueron las vacas y los bueyes. Y alguna pareja de mulas en alguna época determinada. Pero para la trilla, cada labrador aprovechaba lo que tenía en casa: otros vacunos, jóvenes o viejos, la yegua, el macho, incluso los asnos, solos o uncidos con una vaca, mula o yegua. Ya preparaban el yugo adecuado. Y el trillo era del tamaño conveniente al tipo de pareja. Alguna vez trillaba una vaca sola, con su yugo individual y su trillo más pequeño.


Cada año, antes del verano, se acercaban a los pueblo, y a Micieces, los trilleros. Eran trabajadores ambulantes cuyo oficio era empedrar los trillos. Su trabajo parecía fácil, pero había que saber hacerlo: con un golpe en una especie de clavo gordo sacaban la piedra rota, y con otro empotraban en aquel agujero otra piedra similar que traían ellos de no sé dónde. Y aunque se descascarillasen las nuevas, siempre les quedaba el corte. ‒Claro, son piedras de pedernal ‒nos explicaban a los niños que todo lo queríamos saber‒. La primera vez que pasé por la autovía de los Pinares, ya en la provincia de Segovia, vi el cartel del pueblo Cantalejo. En mi memoria se removió algo: ¡era el pueblo de aquellos trilleros!


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