He visto, pero no en nuestra zona, dalles con un armazón para que, al dar la dallada, la mies, la hierba o lo que se segase, quede en fila y bien colocada. Y cuando lo vi, me pareció innecesario “porque en mi pueblo los segadores sabían dejar todo en fila” sin necesidad de ese apero. Y el pasillo segado, tan limpio que no necesitaba ser rastrillado.
El segar a
dalle tiene su arte. La primera vez que se coge este apero para segar, se hace
convencido de que es muy fácil: total, es girar la cintura, los brazos y
mantener el dalle a su altura, y… ¡la punta se te pincha en el suelo! Y la segunda,
la mitad de lo que estás segando lo cortas a uno o dos palmos del suelo, de
manera que, si no ha crecido mucho y es pequeña la caña, siegas las espigas y
dejas la paja en pie… O te sucede que lo estragas con el roce en piedras y
tierra… Pero es cuestión de práctica. Yo me creo que el arte está, sobre todo,
en resistir todo el día segando y que no se te rompan los lomos. Es un trabajo
cansado y pesado… Quien sabe segar, lo hace sin más, como al desgaire, y le
sale bien: el pasillo segado, limpio; todo el bálago, enfilado; las espigas,
todas al mismo lado… Esto facilita el
siguiente trabajo: el recoger la mies en brazados, que no gavillas.
Quien lo
recoge, hace los brazados de muy similar tamaño: es la práctica la que da esa
habilidad. Ayudándose de la segadera, se enrolla la mies sobre sí misma y sale
un brazado similar a los anteriores y sin que se deshaga. Y se amontonan juntos
y bien puestos en la morena, a favor del viento y de la
posible lluvia. Estos brazados de mieses nunca se atan, ni con cuerdas, ni de
cualquier otra manera.
Las segadoras eran aquellas máquinas que, arrastradas por las vacas, bueyes o mulas, segaban las mieses, haciendo el trabajo más llevadero, fácil y rápido. Las primeras que vi en el pueblo llevaban ruedas de hierro. Como el primer tractor que vi funcionando en Micieces. Creo recordar que aquellas máquinas segadoras eran de la marca Ajuria o de la Jolpa. También había beldadoras de esas marcas. Cuando un compañero de la escuela nos explicaba que su padre había comprado una segadora con ruedas de goma, como los coches, pero que estaban llenas de agua, nos burlábamos de él y no lo creíamos. Hasta que lo comprobamos (y no diré cómo): ¡tenían agua junto con el aire, qué cosa más rara!
JLR
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