EL "PICIAS" DE TÍO EVARISTO
En la feria de Cervera
compró tío Evaristo al Picias,
un burrito a lo Platero,
pero con más rebeldía,
que mala leche y carácter
Contento cuenta la compra
el padre a la su familia,
mientras se queja del hombro,
del brazo y la pantorrilla.
‒El burro nuevo en la cuadra
me hizo la primera picia…
‒¿Y cómo se llama el burro?
Y la madre sin pensarlo
responde: ‒Llamadlo “Picias”.
Y con Picias de
bautismo
se quedó para su vida.
Y el bueno del burro aquel
a su nombre honor hacía,
y rara era la semana,
incluso raro era el día,
en que en honor de su nombre
alguna no les hacía.
Al pobre tío Evaristo
le había cogido tirria:
lo desmontaba el tal Picias,
y lo arrastraba buen trecho
por calle, tierra o campiña;
o rozaba en la pared
su nalga, pierna y rodilla;
o escogía su camino
sin obediencia a la brida…
Así que tío Evaristo
de fresno o zalce tenía
una vara preparada
para darle en las costillas
varazos, nunca sangrientos,
de acuerdo a sus fechorías.
No sé yo si doblegó
o domesticó algún algo
del burro la burrería,
pero se volvió más dócil
y amistoso en sintonía.
Si la burricie le daba,
le volvía su ojeriza
y hacía otra travesura,
faena, maldad o picia.
Estaban las dos hermanas
montaditas en el Picias
cual amazonas felices
Pero cruzar aquel río
el burro no lo quería
por el vado del molino:
por su cuenta se encamina
hacia el sendero del cuérnago
sin hacer caso a la brida,
ni obedecer al ronzal,
ni a las dos mozas que gritan.
Y coge, para más inri,
un trotecillo cainita
con el que las amazonas
rebotan en sus costillas.
Luego, agacha su cabeza
y… ¡parada repentina!
Y entre gritos y palabros
a rebozarse en el barro
del cuérnago derechitas.
Si en dibujos animados
se hiciese la escena dicha,
riéndose a carcajadas
el Picias
las miraría
con rebuzno de garganta
burlándose de ambas chicas…
Cuando lo cuentan en casa,
aquello es cosa de risa.
la picia perdona al Picias:
la vara de fresno o zalce
queda en su sitio tranquila.
Y el burro se come el pienso
pensando en próxima picia.
Camino del Indiviso,
a la izquierda de la ida,
pasado lo de la Reina,
en ladera seca y lisa,
el güicero sesteaba
en época de la trilla:
los animales de era
la gente allí recogía.
montado en el burro Picias
a recoger del güicero
otro animal para trilla.
O porque mucho le arrea,
o porque la sangre le hervía,
o porque honor a su nombre
la picia querer hacía,
del trote pasó al galope
ya muy cerca de donde iba.
Y Marianín, que era niño,
montado se mantenía
agarrado a brida y crines,
y asustado, grita y grita…
Los que van por el camino,
miran y lo visto admiran.
Mas dos niños imprudentes,
en el medio se ponían
con gritos fuertes y gestos
para que se pare el Picias.
otro de la cola tira
‒el del cuello es quien lo cuenta;
el otro, amigo de quinta‒:
sorprendido y asustado
el burro se detenía.
Temblando baja el jinete
más blanco que leche hervida,
y se sienta en el ribazo
porque de pie se caía.
‒No se lo digáis a nadie,
que me prohíben al Picias.
Todo el pueblo al poco rato
lo que pasó ya sabía.
Si es que en el pueblo los chismes,
En casa de los abuelos
luto y silencio tenían:
la abuela se había muerto
en su cama a mediodía.
Silenciosas y llorosas
las mujeres se movían
preparando quisicosas
que el negro luto imponía.
Hay que comprar medias negras,
y ropa en negro teñida.
En Micieces no lo venden,
ni tinte para teñirlas…
–En la tienda de Olmos hay:
que alguien lo traiga de prisa…
Y allí están aquellos primos,
nietos de la fenecida,
oyendo sin comprender,
suponiendo qué querían.
–Vosotros dos vais a Olmos
y compráis lo que os digan.
escrito en caligrafía.
–Y no perdáis el dinero…
–Y no compréis chucherías…
–Y para que no os canséis,
os lleváis al burro Picias.
Las caras de los dos primos
cambian hacia las sonrisas:
una aventura nos da
la abuela ya fenecida.
El asno espera en la calle
con el ronzal como brida,
una manta como albarda,
las alforjas pequeñitas,
y la clásica paciencia
de la raza de burricia.
Los dos primos con cuidado
y con saltos esforzados
se sientan en sus costillas.
‒¡Arre, Picias,
adelante,
que vamos a la conquista!
Y a grito pelado entonan
una canción muy redicha
de las de días de fiesta,
de los bailes o cantinas.
Tan fuertes eran los cantos,
o trinos de los que trinan,
que las nubes asustadas
dejan la atmósfera limpia.
De la casa funeraria
‒¡Que está de cuerpo presente
la abuela aquí todavía…!
Mas los jinetes se alejan
al trote del burro Picias
camino de la aventura
que nunca solos harían…
Enfilado ya el camino,
recuerdan que alguien decía
que es mejor Quintanatello,
que allí más cosas había.
Y deciden decididos
alargar la travesía.
Para que el burro descanse,
turnan la jinetería:
y el otro va en sus costillas.
Quintanatello recorren
y no ven la mercería:
‒¡Qué sabrá tío de lutos,
si es de mujeres la lista…!
Enfilan la carretera
y hacia Olmos se encaminan.
En Olmos sí que la encuentran
y compran lo que debían.
Lo meten en las alforjas
y los tres con alegría
vuelven contentos a casa
y llegan siendo de día,
y dan lo comprado y cuentas
A la cuadra a que descanse
se llevan los dos al Picias,
que a pesar de ser quien era,
ni le asomó la malicia.
Para algunos enlutados,
los que hicieron la gran picia
fueron aquellos dos primos
que a gritos cantan y trinan
y no guardan el gran luto
por la abuela fenecida.
Pero el día del entierro,
enlutados todos iban:
es que los primos aquellos
Con el pasar de los años,
se pierde en la historia el Picias.
Lo vendió mi tío Evaristo
a tratante de allá arriba,
y se trajo bien domada
y apañada otra borrica,
que nunca llegó a borrar
el recuerdo de aquel Picias.
Y más sobre Micieces en CONTENIDOS.
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