martes, 8 de agosto de 2023

Micieces de Ojeda. LA MUERTE DE LA "ROCADIA". Asnos de Micieces.




Aclaratoria: en las Historias de Micieces aparece de vez en cuando la palabra "tío/tía", unas veces
 escrito así, con tilde, y otras sin tilde (pronunciado "tió/tiá"). Cuando se usa "tío/tía" suele ir acompañado con el adjetivo "mi" ("mi tío, mi tía") Y cuando se usa sin tilde se acompaña con el artículo "el/la" (el tió, la tiá"). Con el permiso, o sin él, de la RAE, en muchos pueblos de Castilla tienen  significado distinto: "tío/tía" es el hermano del padre o de la madre, o sea, un familiar. Y "tio/tia" (tió/tiá), es una forma de referirse a otras personas del pueblo que no son familia, equivalente más o menos a "señor/señora". En el DRAE no aparece la palabra "tio/tia" pero en el diccionario histórico de la RAE sí aparece la palabra "tió/tiá" con tilde (que según las reglas actuales ya no debe de llevarla) con el significado  dicho.



LA MUERTE DE LA "ROCADIA"


LRocadia se murió

en Las Harrenes cercanas,

en tierra que ya surquean 

verdean las patatas,

donde el arroyo Ruyal,

se convierte en una charca

y, luego, cruza el camino

que de Berzosa se llama.

Era una tarde brillante,

ya el verano se acercaba,

la Rocadia hacía surcos 

a los surcos de patatas,

y en un giro muy forzado

va y se le rompe una pata: 

al suelo cae quejumbrosa,

dando coces y patadas,

y solo un leve rebuzno

de su boca se le escapa.

El labrador hace esfuerzos

por si puede levantarla,

pero la pobre no puede

y cae de nuevo en la arada.

Mira y remira a su burra,

su boina negra levanta,

ráscase tras la su oreja,

piensa y valora la hazaña

y decide decidido:

¡Ni se arregla ni se apaña…!

Pues llamaré al carnicero

que haga buen RIP a Rocadia

La noticia se ha corrido

por el pueblo a toda marcha:

ni la radio, ni la tele,

ni los media, ni más nada:

el boca a boca en el pueblo

es cual mecha empolvorada.

‒¡En Las Herrenes arando

se ha matado la Rocadia!

Y Bernardo, el carnicero,

allá se va con sus armas.

Y detrás, cual procesión,

las gentes a ver qué pasa.


Era dueño el tio Emiliano

de la burra, la Rocadia,

y con ella mercancías

traía a su bar o tasca,

o trabajaba en el campo

según se necesitara.

Pelinegra por arriba,

y por debajo aburrada,

tamaño más que mediano,

de la raza zamorana

con genes indefinibles

mezclados de otras asnadas.

Un poco incivil y bronca,

seria, dura, reservada,

con pocas ganas de bromas

y de caricias extrañas:

mejor era no acercarse

a su boca o a sus patas

porque te daba un mordisco,

o doble coz te endilgaba.


Y el carnicero llegó

y vio a la burra tumbada,

sufriente y muy dolorida,

y con la pata quebrada.

¿Para qué hacerla sufrir

si el remedio no la alcanza?

La mesa de operaciones

será la tierra sembrada;

el mantel, por la limpieza,

su negra piel aburrada;

la sangre, que corra libre

por el surco de patatas…

Con el cuchillo afilado,

la yugular le cortaba,

y a borbotones la vida

hacia el patatal se escapa…

¡Y muerta la burra fue:

se nos murió la Rocadia!


El carnicero Bernardo

da comienzo a desollarla.

La piel le sale completa

y es un mantel en la arada.

Con arte empieza a cortar,

trozo a trozo la destaza,

y va dejando la carne

en la hierba alinderada,

mas el dueño, generoso,

le dice que lo reparta.

Dudan en cogerlo algunos,

pero ya hay fila formada:

los aprensivos lo llevan

con gestos de pocas ganas;

otros piensan ya en cecina

buena, sana y bien curada;

o quizá en un buen cocido

del mediodía, mañana;

alguno más remilgado

pide la mejor tajada

con la excusa de sus perros

que tienen hambre atrasada,

y otros miran de soslayo

con ironía callada.

¡Y todos se llevan algo

de aquella burra Rocadia!

Huesos mondos y lirondos,

tripas y las partes blandas,

los desechos y residuos

y todas las piezas vanas

van a parar en montón

a la cárcava cercana…


Tras el Cucuruto, el sol

se esconde en marcha pausada

y las gentes miciecenses

tranquilas vuelven a casa.

En las tertulias de calle,

en la cantina y la tasca,

la burra del tio Emiliano,

sus anécdotas y hazañas,

son el tema de aquel día

y es de lo que todos hablan…


Mas nadie quiso cantar

la canción avinagrada

del burro aquel popular:

¡no rimaba con Rocadia!

A la mañana siguiente,

ya pasada la del alba,

media docena de buitres

en la cárcava posaban,

y en menos que reza el cura

la misa de la mañana,

arrebañaron los restos

tirados de la tal asna.


Esto cuenta un ochentón,

que venía con su hermana

de un quiñón de Cotorrillos

de escavar unas patatas.

Era un niño de diez años

cuando los hechos que narra.

Al venir de su trabajo,

nada más llegar a casa

se enteran de lo ocurrido

y van a ver lo que pasa

porque todo aquel jaleo

era cerca de su casa.

Y vieron la burra muerta,

y cómo la destazaban,

y a mucha gente con carne

que, sin pagarla, llevaba.

No recuerdo si nosotros,

este hermano y la su hermana,

cogieron algo de carne

de aquella miciecense asna.

Pero me acuerdo muy bien

de sus hígados y entrañas,

sus güétagos y asaduras:

tal repulsión me causaban

que, a pesar de los pesares,

los veía y vomitaba…

Pero la vida es la vida

y tiene mucha enseñanza:

y la vida religiosa

me curó las zarandajas.

                                       

                                     José Luis Rodríguez Ibáñez.   




Puedes ver también:


Y próximamente " EL MINUTO Y EL SEGUNDO DEL TIO PEPÍN".

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