viernes, 3 de febrero de 2017

Micieces de Ojeda. MICIECERÍAS: Por san Blas, la cigüeña verás...








POR SAN BLAS, LA CIGÜEÑA VERÁS...


Y si no la vieres, año de nieves… Es lo que dice el refrán castellano. Pero esto ya hace tiempo que no se da en Micieces, porque Micieces no tiene cigüeña.
Desde los tiempos más remotos en que la Micipedia viva pueda recordare, hubo cigüeña en Micieces. Pero ni su canto ni su crotoreo eran del cielo, que diría Alberti: nunca vinieron de arriba, del campanario. La cigüeña de Micieces era un tanto laica: se había acostumbrado a hacer su nido, sus nidos, en olmos desnudos cercanos al pueblo, quizá porque la torre de la iglesia estaba en  un alto alejado.
La cigüeña ─siempre la cigüeña blanca o común, que así es como se la conoce vulgarmente─, es un ave que ha evolucionado a lo largo de los siglos hacia la civilización humana y se ha acostumbrado a la presencia de los hombres, y anida en los lugares altos, como las torres de las iglesias, pero en el entorno de los pueblos y ciudades, o en la misma zona urbana.
En nuestra zona no abundan en exceso, como suele ocurrir en algunas de Extremadura, de la Rioja o de la ribera de Madrid: no hay humedales suficientes para muchas parejas y sus crías.
Porque la cigüeña es una zancuda que vive, caza, pesca y busca su comida, sobre todo,  en humedales. Aunque en esto también ha evolucionado modernamente: ha aprendido a alimentarse de los desperdicios y desechos propios de la civilización humana.
Sigue siendo un ave migratoria: cuando comienza el otoño, o a finales del verano incluso, se ven grandes bandadas que se juntan para formar una especie de grupo o equipo que se va preparando para emigrar al África. Y, luego ─“por san Blas”, 3 de febrero, cuando ya el invierno da sus últimos coletazos─ aparece otra vez. Si en su peregrinaje no ha muerto, vuelve al mismo nido. O sus hijos lo heredan. Pero hoy día hay muchas cigüeñas que se han civilizado, es decir, se han acostumbrado a comer de los desperdicios y basuras que producen los humanos y prefieren pasar el frío del invierno en nuestro entorno a tener que realizar un viaje migratorio tan largo. Esto sucede sobre todo con las cigüeñas que viven al sur del Sistema Central. Incluso hay cigüeñas del norte que invernan en las zonas más templadas del sur de España.
Mi recuerdo más antiguo del nido de la cigüeña es que estaba en lo alto de un olmo viejo, semiseco, que formaba una especie de barrera o seto con otras plantas y zarzas siguiendo la línea de las casas de la calleja en la que ahora se levantan los dos pabellones que hizo recientemente el ayuntamiento. En alguna época hubo dos nidos en sendos olmos similares y de la misma fila de árboles, y cercanos ambos entre sí. Entonces Micieces tenía dos parejas de cigüeñas. Hubo un tiempo en que se mudó de casa a otro olmo, también viejo y semiseco, de la zona del Ruyal. Siempre escogía olmos viejos, grandes y en el entorno del pueblo, muy cerca de las casas.
Cada año volvía la cigüeña, nuestra cigüeña, a su nido. Cada año lo arreglaba, cada año lo iba aumentando de volumen. En una ocasión una tormenta de invierno tiró uno de ellos, el más grande. Recuerdo que aquella noticia corrió rápidamente por todo el pueblo, y los niños, en cuanto salimos al recreo, o quizá cuando salimos de la escuela, fuimos a ver e inspeccionar el suceso. Alguien calculó enseguida la cantidad de leña y palos que había acumulado la cigüeña en su nido: ¡un carro de leña! ─Era una medida que se calculaba a ojo para cantidades grandes─. Y dentro del entramado de palos del nido, había otros nidos más pequeños de gorriones ─pardales los llamamos en el pueblo─.
Las cigüeñas no son mudas: tienen un canto, poco sonoro, que entonan a su pareja o a sus hijos, los cigoñinos. Pero lo que más se les oye es el ruido que hacen al chocar las dos partes de su pico: es el crotoreo. Popularmente lo llamábamos machacar el ajo, por el ruido tan similar al del machacar el ajo, o cualquier otra cosa, en el mortero de cocina.
Cuántas veces habremos levantado la vista, no solo los niños, sino también los mayores, para mirar el vuelo pausado y majestuoso de la cigüeña por encima de nosotros. Si llevaba algo en el pico, adivinábamos qué era: un palo para el nido, una culebra para sus crías, un sapo… vete tú a saber.
En Castilla la cigüeña siempre ha sido respetada y tenía un cierto halo de sacralidad: a la cigüeña se la respeta y se la deja en paz. Y si no era tan sagrada como la golondrina, era algo por el estilo. Y esto se debía a que estos animales eran considerados beneficiosos para los hombres.
─¿Y no le pican las culebras?
─No, ¿no ves que tiene el pico muy largo y las patas son puro hueso?
El hecho de que se alimentase de sapos, animal repugnante; de culebras, ─culebra y serpiente coinciden en el lenguaje popular y son animales no solo repugnantes, sino malos, malignos, peligrosos y asquerosos─; de ratones, lagartos, reptiles en general y otro tipo de animales considerados como desagradables, le daban una categoría de animal bendito y beneficioso. Y en estos conceptos no influían las teorías de los ecologistas sobre los beneficios que pudieran hacer la culebra, el sapo y otros animales a la agricultura… Por eso, a la cigüeña había que respetarla y dejarla tranquila. Venía a ser algo así como un bien comunitario del pueblo.
Había cosas características de la cigüeña cuando estaba en el nido. ¿Nunca habéis oído el dicho de que “estás cara al viento como la cigüeña”?
─Es que ─nos explicaban a los niños─ puesta cara al viento no le despeina las plumas, ni se las estropea…
¡Y cuántas veces nos habrán señalado a la cigüeña y nos habrán dicho que se le había roto una pata! Y es que en el nido, con mucha frecuencia, estaba de pie sostenida por una sola pata. La otra la guardaba entre las plumas del cuerpo… Era la broma propia para decirse a los niños.
─¡Pues nunca la he visto yo con una carta, o con un niño…! ─más de una vez se le oía decir a algún niño.
─Es que eso lo trae de noche, cuando nadie la ve… ─Estos mayores tenía explicación para todo.
Pero un mal día un niño, más bien un adolescente, mató a la de Micieces. Dicen que si con la escopeta de aire comprimido, dicen que si subió al olmo y le quitó y rompió los huevos, dicen que si… El caso es que la cigüeña de Micieces apareció muerta. Y desde entonces nunca más Micieces ha tenido cigüeña. Así de simple.
Los olmos en los que estaban los nidos se secaron del todo: aquella enfermedad mató a los que todavía quedaban vivos. Llegó la concentración parcelaria e igualó todas aquellas tierras y derribó los que quedaban en pie y hasta la cepuda que había también por allí. Apareció un campo de fútbol… ¡Todo aquel hábitat desapareció!
Sí hubo gentes que se acordaron de la cigüeña y, a imitación de otros pueblos, pusieron un palón de los de la luz ─poste del tendido eléctrico─ en un sitio cercano al pueblo y muy visible, con un entramado de varillas de hierro para sostener el posible nido… Alguna vez parece que la cigüeña quiso posarse en él, pero nunca más volvió a Micieces.
Quizá, no sin ironía y con mucha guasa, los miciecenses, cuando llega febrero, suelen decir:
─Por san Blas, la cigüeña verás. Y si no la vieres, año de nieves… Pues este año no la hemos visto en el pueblo: seguro que vamos a tener grandes nevadas todavía…
Y la mayoría de los años nos quedamos casi sin nieve… ¡Si es que no tenemos ni cigüeña que nos anuncie el fin del invierno! ¡Esperaremos a las oscuras golondrinas, que esas sí, todavía, volverán!
(JLR)








A lo largo de la tapia de la derecha (en el Ruyal), había olmos muy grandes.
Ahí estaba "el otro" nido de cigüeñas.


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