POR SAN BLAS, LA CIGÜEÑA VERÁS...
Y si no la vieres, año de nieves… Es lo que dice el refrán castellano. Pero esto ya
hace tiempo que no se da en Micieces, porque Micieces no tiene cigüeña.
Desde los tiempos más remotos en que la Micipedia viva
pueda recordare, hubo cigüeña en Micieces. Pero ni su canto ni su crotoreo eran del cielo, que diría Alberti:
nunca vinieron de arriba, del campanario. La cigüeña de Micieces era un tanto
laica: se había acostumbrado a hacer su nido, sus nidos, en olmos desnudos
cercanos al pueblo, quizá porque la torre de la iglesia estaba en un alto alejado.
La cigüeña ─siempre la cigüeña blanca o común, que así es como se la conoce vulgarmente─,
es un ave que ha evolucionado a lo largo de los siglos hacia la civilización
humana y se ha acostumbrado a la presencia de los hombres, y anida en los
lugares altos, como las torres de las iglesias, pero en el entorno de los
pueblos y ciudades, o en la misma zona urbana.
En nuestra zona no abundan en exceso, como suele ocurrir
en algunas de Extremadura, de la Rioja o de la ribera de Madrid: no hay
humedales suficientes para muchas parejas y sus crías.
Porque la cigüeña es una zancuda que vive, caza, pesca
y busca su comida, sobre todo, en
humedales. Aunque en esto también ha evolucionado modernamente: ha aprendido a
alimentarse de los desperdicios y desechos propios de la civilización humana.
Sigue siendo un ave migratoria: cuando comienza el
otoño, o a finales del verano incluso, se ven grandes bandadas que se juntan
para formar una especie de grupo o equipo que se va preparando para emigrar al
África. Y, luego ─“por san Blas”, 3
de febrero, cuando ya el invierno da sus últimos coletazos─ aparece otra vez.
Si en su peregrinaje no ha muerto, vuelve al mismo nido. O sus hijos lo
heredan. Pero hoy día hay muchas cigüeñas que se han civilizado, es decir, se han acostumbrado a comer de los
desperdicios y basuras que producen los humanos y prefieren pasar el frío del invierno
en nuestro entorno a tener que realizar un viaje migratorio tan largo. Esto
sucede sobre todo con las cigüeñas que viven al sur del Sistema Central. Incluso
hay cigüeñas del norte que invernan en las zonas más templadas del sur de
España.
Mi recuerdo más antiguo del nido de la cigüeña es que
estaba en lo alto de un olmo viejo, semiseco, que formaba una especie de
barrera o seto con otras plantas y zarzas siguiendo la línea de las casas de la
calleja en la que ahora se levantan los dos pabellones que hizo recientemente
el ayuntamiento. En alguna época hubo dos nidos en sendos olmos similares y de
la misma fila de árboles, y cercanos ambos entre sí. Entonces Micieces tenía
dos parejas de cigüeñas. Hubo un tiempo en que se mudó de casa a otro olmo,
también viejo y semiseco, de la zona del Ruyal. Siempre escogía olmos viejos,
grandes y en el entorno del pueblo, muy cerca de las casas.
Cada año volvía la cigüeña, nuestra cigüeña, a su
nido. Cada año lo arreglaba, cada año lo iba aumentando de volumen. En una ocasión
una tormenta de invierno tiró uno de ellos, el más grande. Recuerdo que aquella
noticia corrió rápidamente por todo el pueblo, y los niños, en cuanto salimos
al recreo, o quizá cuando salimos de la escuela, fuimos a ver e inspeccionar el
suceso. Alguien calculó enseguida la cantidad de leña y palos que había
acumulado la cigüeña en su nido: ¡un carro de leña! ─Era una medida que se
calculaba a ojo para cantidades grandes─. Y dentro del entramado de palos del
nido, había otros nidos más pequeños de gorriones ─pardales los llamamos en el pueblo─.
Las cigüeñas no son mudas: tienen un canto, poco
sonoro, que entonan a su pareja o a sus hijos, los cigoñinos. Pero lo que más se les oye es el ruido que hacen al
chocar las dos partes de su pico: es el crotoreo.
Popularmente lo llamábamos machacar el
ajo, por el ruido tan similar al del machacar el ajo, o cualquier otra cosa,
en el mortero de cocina.
Cuántas veces habremos levantado la vista, no solo los
niños, sino también los mayores, para mirar el vuelo pausado y majestuoso de la
cigüeña por encima de nosotros. Si llevaba algo en el pico, adivinábamos qué
era: un palo para el nido, una culebra para sus crías, un sapo… vete tú a
saber.
En Castilla la cigüeña siempre ha sido respetada y
tenía un cierto halo de sacralidad: a la cigüeña se la respeta y se la deja en
paz. Y si no era tan sagrada como la golondrina, era algo por el estilo. Y esto
se debía a que estos animales eran considerados beneficiosos para los hombres.
─¿Y no le
pican las culebras?
El hecho de que se alimentase de sapos, animal
repugnante; de culebras, ─culebra y serpiente coinciden en el lenguaje popular
y son animales no solo repugnantes, sino malos, malignos, peligrosos y
asquerosos─; de ratones, lagartos, reptiles en general y otro tipo de animales
considerados como desagradables, le daban una categoría de animal bendito y beneficioso.
Y en estos conceptos no influían las teorías de los ecologistas sobre los
beneficios que pudieran hacer la culebra, el sapo y otros animales a la
agricultura… Por eso, a la cigüeña había que respetarla y dejarla tranquila.
Venía a ser algo así como un bien comunitario del pueblo.
Había cosas características de la cigüeña cuando
estaba en el nido. ¿Nunca habéis oído el dicho de que “estás cara al viento como la cigüeña”?
─Es que ─nos explicaban a los niños─ puesta cara al viento no le despeina las plumas, ni se las estropea…
¡Y cuántas veces nos habrán señalado a la cigüeña y
nos habrán dicho que se le había roto una pata! Y es que en el nido, con mucha
frecuencia, estaba de pie sostenida por una sola pata. La otra la guardaba entre
las plumas del cuerpo… Era la broma propia para decirse a los niños.
─¡Pues nunca
la he visto yo con una carta, o con un niño…! ─más de una vez se le oía decir a algún niño.
─Es que eso
lo trae de noche, cuando nadie la ve… ─Estos
mayores tenía explicación para todo.
Pero un mal día un niño, más bien un adolescente, mató
a la de Micieces. Dicen que si con la escopeta de aire comprimido, dicen que si
subió al olmo y le quitó y rompió los huevos, dicen que si… El caso es que la
cigüeña de Micieces apareció muerta. Y desde entonces nunca más Micieces ha
tenido cigüeña. Así de simple.
Los olmos en los que estaban los nidos se secaron del
todo: aquella enfermedad mató a los que todavía quedaban vivos. Llegó la
concentración parcelaria e igualó todas aquellas tierras y derribó los que
quedaban en pie y hasta la cepuda que
había también por allí. Apareció un campo de fútbol… ¡Todo aquel hábitat
desapareció!
Sí hubo gentes que se acordaron de la cigüeña y, a
imitación de otros pueblos, pusieron un palón de los de la luz ─poste del
tendido eléctrico─ en un sitio cercano al pueblo y muy visible, con un entramado
de varillas de hierro para sostener el posible nido… Alguna vez parece que la
cigüeña quiso posarse en él, pero nunca más volvió a Micieces.
Quizá, no sin ironía y con mucha guasa, los
miciecenses, cuando llega febrero, suelen decir:
─Por san
Blas, la cigüeña verás. Y si no la vieres, año de nieves… Pues este año no la
hemos visto en el pueblo: seguro que vamos a tener grandes nevadas todavía…
Y la mayoría de los años nos quedamos casi sin nieve…
¡Si es que no tenemos ni cigüeña que nos anuncie el fin del invierno! ¡Esperaremos
a las oscuras golondrinas, que esas sí, todavía, volverán!
Otros temas:
- ROMANCE DEL MOLINO DE PALAHIERRO.
- SANTA BRÍGIDA Y LAS CAMPANAS.
- LA FUENTE Y EL COLECTOR.
- LOS PLIEGOS DE CORDEL.
- LOS PUENTES DEL ARROYO.
- EL RELOJ DE MICIECES.
(JLR)
A lo largo de la tapia de la derecha (en el Ruyal), había olmos muy grandes. Ahí estaba "el otro" nido de cigüeñas. |
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