lunes, 20 de febrero de 2017

Micieces de Ojeda. Miciecerías: EL SESTIL...Y LAS CACHAVAS.



El sestil.




EL SESTIL...Y LAS CACHAVAS

El nombre de SESTIL viene del latín: (hora) sexta > siesta. Es el lugar donde se suele sestear, pasar o echar la siesta durmiendo  o descansando. Referido al ganado significa que se recoge durante el día, en la hora de la siesta, en un lugar del campo, con sombra y adecuado para descansar y librarse de los rigores del sol. Es el lugar donde se arría el ganado. ─Arriarse el ganado es descender la vitalidad, descansar, aflojar, juntarse el ganado sesteando y para sestear─.
SESTIL es un topónimo que da nombre al alto o monte miciecense que sigue a las Viñas hacia el este en esa humilde y fallida imitación de cordillera del sur y sureste de Micieces. Su altura máxima es de 966 msnm, y se eleva unos 66 m. sobre el nivel del río que pasa por el fondo del valle en su noreste. La cara sur va descendiendo suavemente hacia el arroyo de los Argañales, y hacia el este va disminuyendo suavemente también hasta casi el nivel del valle para dejar pasar, ya en el término municipal de Villavega, al dicho arroyo y a un camino.
        A los pies de ambos altos, Viñas y Sestil, y siguiendo las mismas curvas que sus estribaciones, va un camino hacia Villavega, pero antes de llegar a ese pueblo, gira y, aprovechando un bajón del monte, se vuelve por la ladera sur y empalma con el camino de Berzosa, el que atraviesa el alto de las Viñas.


        En otros tiempos el Sestil tuvo arbolado de roble y encina, aunque nunca llegaría a ser bosque cerrado porque este tipo de tierra, arcilla roja, no se presta a tener vegetación exuberante. No obstante, entre las talas y las tierras de cultivo que se fueron extendiendo hasta aprovechar todo lo aprovechable para labranza, casi desaparecieron  totalmente arbolado y monte y solo quedaron algunas matas sueltas de roble y de encina, hoy más disminuidas aún, testimonio muy simple de lo que pudo ser en el pasado.  Y, como el alto las Viñas, tampoco este terreno es el más apropiado para cultivos. Ni siquiera en sus vaguadas, más húmedas y erosionadas de por sí, es un lujo la agricultura.


        En las estribaciones del Sestil salen al exterior lajas de conglomerados de arenas y cascajos, que a veces se presentan  como pequeñas rocas más o menos redondeadas: es la única clase de rocas, vulgarmente llamadas de piedra, que existe en el término municipal de Micieces. Por debajo de ellas, el agua y los animales han horadado cuevas y madrigueras. En más de una ocasión fuimos los niños, más bien ya adolescentes, es decir, los chiguitos o chavales, a intentar cazar algún raposo, que así se le llama al zorro por aquí. Ciertamente vimos sus huellas y sus madrigueras y las señales recientes de su presencia en ellas. Alguna vez hicimos fuego en la boca de alguna, a ver si conseguíamos que saliese medio asfixiado para darle caza. Y nosotros esperando allí, a la misma boca, cada cual con su palo por si salía. Nunca salió. Tenía el animal más paciencia y aguante que nosotros. Así que nos marchábamos y… ya podíamos contar la aventura.
        Otras veces, y en su tiempo, íbamos la cuadrilla a las tierras soleadas del Sestil y sus cárcavos a correr los pollos de perdiz. Siempre encontrábamos alguna pollada, pues por allí solían criar. Pero, si ya volaban, nos era imposible cogerlos: nos distribuíamos haciendo corro grande alrededor de donde habíamos visto que se habían posado, lo íbamos reduciendo y revisábamos con cuidado el terreno, hasta que volvían a volar de nuevo. Nunca cogimos ninguno: si eran volantones, no había forma de verlos, se confundían con los terrones; si ya volaban bien, imposible seguirlos; y si eran perdigones pequeños, los pisabas y no los veías… Pero echábamos la tarde o la mañana lejos del pueblo, de las madres, de los deberes escolares o de la casa…, y nos sentíamos libres y mayores. Si es que por aquel entonces todo el campo y el monte eran nuestros.


        En el Sestil quedaba, y aún queda, algún trozo de terreno que no había sido roturado ni aprovechado para el cultivo y todavía mantenía unas cuantas matas aisladas de encinas. Había también otros sitios con matas de roble, y otros en que, más o menos, convivían mezclados ambos tipos de árboles. Y seguían sirviendo para que el ganado lanar sestease a su sombra durante el verano. Era agradable y bonito contemplar desde allí arriba toda la vega de Micieces y de Villavega: la gente trabajando, seguramente regando; la carretera y algún coche que pasaba, pocos en aquel tiempo; y divisar parte de las eras desde lejos y adivinar quiénes eran, quiénes estaban trillando, qué hacían otros… Y era agradable vivir aquella tranquilidad del cielo, del aire, del campo, viendo el ajetreo lejano de allá abajo… Solo le faltaba al Sestil una fuente.

Y sucedió que a uno de los pastores que solía llevar a sestear allí su rebaño de ovejas, se le ocurrió aquel verano hacer cachavas. En la misma mata, a cuya sombra comíamos, había unos tocones: alguien había cortado algunas encinas jóvenes. Escogió, pues, dos tocones del grueso, altura y separación entre ellos adecuados al fin que pretendía, y, durante el rato de sesteo del rebaño, se dedicaba a hacer cachavas.













Buscaba el palo adecuado: los más frecuentes en el pueblo eran los de olmo, chopo, zalce o espino; el fresno hubo, pero prácticamente desapareció; el roble abunda, pero es duro, se trabaja mal y es pesado; de la encina, aunque sí hay, no salen varas muy aptas para cachavas; y en cuanto a los  frutales: haberlos, los hay, pero son árboles grandes, y solo servirían para cachavas los ciruelos que nacen salvajes, y los avellanos, que son muy escasos. El pastor aquel, que recorría con su rebaño todo el campo, siempre encontraba una vara o palo adecuado. Luego, lo iba preparando a lo largo del día y, en aquel lugar del Sestil, hacía una pequeña hoguera para calentarlo y que no se le rajara ni rompiera al hacer la curva de la cachava, lo metía entre los dos tocones y, con mucha paciencia y muy pausadamente, lo iba doblando hasta conseguir la curva perfecta. Después ataba bien el trozo curvado sin sacarlo de los tocones y… allí dejaba la cachava hasta que cogiese forma definitiva y duradera… Cuando ya había conseguido la forma y no se deformaba, la sacaba de los tocones que servían de molde, la arreglaba, la cortaba a la altura que quería, la adornaba…
Esto fue real. Y alguna de aquellas cachavas llegó a tener su propia historia…(que contaremos en la próxima entrada).

(JLR)



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