EL ALTO DE LAS VIÑAS Y EL SESTIL
Son dos topónimos de Micieces situados al sur y sureste
del pueblo. Mirados desde el mismo pueblo, y con visión muy optimista y
benevolente, podríamos decir que es una humilde y fallida imitación de
cordillera, que se extiende por el sur y gira luego hacia el este, y se va
perdiendo suavemente en llanura, ya en
el terreno de Villavega. La primera
parte, la que da cara al pueblo, es Las
Viñas, y, sin solución de continuidad, le sigue El Sestil, que se dirige hacia el este y termina suavemente casi al
mismo nivel del valle y río.
Pero no es cordillera ni montaña. Tampoco es otero o
cerro ─no es altura aislada en un llano─; ni es un teso, ni altillo, ni
colina…, aunque tenga algo de todo, dependiendo mucho del lugar desde el que se
lo contemple. Para los miciecenses, que no somos habitantes de montaña, pero
tampoco de las llanuras de la Tierra de Campos, estas protuberancias
orográficas son simplemente, y aplicando el DRAE, altos, altozanos, lomas o
montes, cuyas alturas máximas no son geográficamente significativas. O sea:
humilde imitación fallida de una cordillera. Sin más pretensiones. Además, la
altura que se les nota está de cara al pueblo y hacia el norte y el noreste,
pues por el sur y suroeste desciende suavemente hacia el arroyo de los Argañales y se va abajando al nivel del valle para dejar
amplio paso a ese arroyo y un camino, esto ya en terreno de Villavega.
El alto Las
Viñas, en su cara noreste, en la que da al río, es muy vertical y,
precisamente por eso, no se cultiva, salvo alguna vaguada cuya inclinación no
es tan marcada. El Sestil es la
continuación natural del alto Las Viñas: no es tan vertical y tiene
cultivadas más tierras en su falda.
El río Micieces pasa a los pies de ambos altos: las cimas de estos vienen a estar a unos 54 y
66 metros sobre el nivel del río. Seguramente hace millones de años este
pequeño río llevaría mucha más agua y erosionaría y labraría la ladera cercana.
Geológicamente ambos altos son de arcilla roja, tierra
fuerte para el cultivo, pero muy apta para labores de tejería, aunque no consta
que haya habido tejerías en esta zona. Abundan los cárcavos y son frecuentes
las piedras de arenisca y cascajos conglomerados, en forma de lajas más o menos
gruesas o de rocas redondeadas de no gran tamaño.
En cuanto a la vegetación: en las laderas que dan al
norte abundaba el roble melojo, el brezo y el malruyo ─variante del brezo común, pero de tallos más alargados y finos─.
Y en la del Sestil también había matas
de encina. En lo incultivable podían verse cardos, hierbajos y ullagas (ulagas, aliagas). De toda esta flora queda algo como testimonio de
lo que pudo ser el monte autóctono, nunca bosque cerrado porque este tipo de
tierra no se distingue por su feracidad. Pero la tala y la necesidad de
aprovechar cualquier trozo de tierra para el cultivo, ha disminuido
notablemente la flora original.
El alto Las
Viñas, antes de doblarse hacia el este y por la cara que da al pueblo, deja
pasar el camino de Berzosa: soñando
un poco, y utilizando no poca imaginación, podríamos decir que ese paso es algo
así como un puerto de montaña que se abre para permitir un camino. En tiempos
de los carros de vacas, el tal camino no dejaba de ser bastante problemático,
sobre todo para los carros cargados de nías u otros productos o cosas
agrícolas. Y es que entre la tierra barrial roja y la cantidad de sitios por
los que rezumaba agua, incluso había manantiales que corrían al exterior, se
solía hacer un barrizal en el que vacas y bueyes tenían que hacer mucho
esfuerzo para pasarlo. Todos los años, o casi, había huebra para arreglar el
tal camino: se echaba arena, cascajo, piedras, más tierra, pero no había
solución duradera. A veces se buscaba otro junto al tan pisado y batuqueado por
carros y animales, pero, al final, pasaba lo mismo: pronto se convertía de
nuevo en barrizal intransitable… Parece que la concentración parcelaria lo
solucionó con un camino nuevo, por terreno más elevado y más pindio, aunque eso
ya no importaba porque solo se pensaba en tractores y máquinas, no en carros de
vacas, y quedó uno de los antiguos como recuerdo del ayer, que sigue rezumando
agua por algunos sitios, incluso manando en ciertas épocas del año, y da vida a
algunas plantas típicas de humedales.
Más de una vez los niños-adolescentes, la cuadrilla de
chiguitos o chavales, quisimos subir por lo más pindio, lo más vertical, del
alto las Viñas. Era un desafío, algo así como resguilar por un árbol. Nos
agarrábamos a los brezos, a los malruyos, a las hierbas, a los retoños de roble
que nacían a ras de tierra… Pero eso era tan difícil como una cucaña. Y
volvíamos a caer al camino que pasaba al pie del monte. Yo creo que, en muchas
ocasiones, no temíamos tanto el caernos y hacernos alguna herida, cuanto el
presentarnos en casa con el pantalón roto… Siempre había alguno que conseguía
subir, y quien no lo conseguía y se cansaba, ¡y se hartaba!, daba la vuelta al
monte y buscaba un sitio más fácil para subir… O volvía con viento fresco, y
con algún otro amigo, al pueblo y el grupo quedaba dividido.
(JLR)
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