

DÍA DE HACER
PAN
(JLR)
El día de hacer pan mantenía ocupados,
y bien ocupados, a varios miembros de la familia. Casi siempre la panadera jefa
era la madre de familia, aunque este oficio no era exclusivo de mujeres. No se
cocía pan, o sea, no se hacía pan, todos los días. Cada familia solía cocer cada
quince días, más o menos: es que aquel pan duraba quince días y, según decían, el
pan reposado, sin llegar a duro, tenía más alimento. Pero no significaba que el
pan había de hacerse en días prefijados, sino que cuando se iba terminando el
pan de la cocción anterior, se hacía la siguiente.
A veces se calculaba mal, o se comía más
de lo calculado, y faltaba pan para la comida ─¿Comida sin pan? Ni es comida ni es na. / Comida sin pan, ni al perro le dan─, o
quizá para la merienda de los niños, o de los mayores. Pues existía una costumbre inveterada de buena
vecindad entre las gentes del pueblo que siempre solucionaba ese problema: se
le pedía prestado a la vecina, o a un familiar, que siempre prestaba medio pan
o el pan entero, dependiendo de las existencias de esa casa. Luego, se devolvía
y todos en paz. Esta costumbre de buena vecindad ha seguido, y sigue, a pesar
de los panaderos que venden pan en el pueblo.
¿Y cómo se hacía el pan en el pueblo? No
vamos a dar la receta del pan ni nada por el estilo. Eso es fácil encontrarlo
en internet, pero si lo buscas, te aseguro que sonreirás con alguna de sus
páginas, si es que has hecho pan alguna vez o has visto y vivido cómo lo hacían
nuestros mayores. Haz la prueba. Sí que voy a decir mis recuerdos y vivencias
de cuando hice pan in illo témpore ─bueno, mejor, ayudaba y estorbaba a mi
madre, que era quien lo hacía─. Con aquella misma receta ─en tanto en cuanto─
lo he hecho con los niños de mi escuela: siempre me salía, nos salía, pero al
cocerlo o quedaba duro como un ladrillo, o crudo por dentro, o se quemaba… El
profe siempre encontraba un es-que:
es que cocerlo al microondas no es lo mismo, es que se enfrió al llevarlo a
casa, es que no fermentó bien porque hubo que cambiar de clase y profesor, es
que… Pero era pan, y se lo comían con gusto y ganas, como si nunca hubieran
comido pan… Es que era su pan.
Pues voy a seguir los pasos que dábamos en
mis tiempos para hacer el pan en el pueblo y cocerlo en el horno casero de pan.
Quien haya vivido aquella experiencia de
hacer el pan y lea lo siguiente, seguro que le vendrán a la mente recuerdos
que, aunque pudieran ser duros y desagradables por el mucho trabajo e incomodidades,
le traerán un deje de añoranza. Seguro.
1.
De
mañanita, o quizá en la tarde anterior, se preparaba el material en la hornera
y, si era necesario, se le daba un barrido. Todo listo para que se pudiese
empezar a la hora debida. Tampoco se necesitaba reloj: yo no sé cómo sabían el
tiempo y la duración del fermentado, de la cocción y de todo lo demás, pero el
tiempo era el tiempo, y siempre salía justo. Vayamos por partes.




2. Había que hacer la masa, es decir, amasar. Se echaba la harina en la artesa. ¿Cuánta? Pues… la justa para hacer el número de panes que se querían a hacer. ¿Y cómo se medía? Si es que no se necesitaba medir: la madre ya sabía cuánta harina se necesitaba. ¿Y si echaba de más, o de menos? Pues saldría algún pan más o algún pan menos, pero eso no era problema. La harina formaba en la artesa un montón picudo: pues se le quitaba el pico y se iba haciendo un hueco en su centro, al estilo de los volcanes de los juegos de niños, tan grande cuanto lo permitieran la artesa y la harina y que pudiera admitir toda el agua, o casi, necesaria para el amasado.
3.
En
un pocillo o cazuela se mezclaba el reciento, la levadura, con agua
templada, se deshacía bien y, luego, se la echaba a la herrada del agua. La
levadura, es masa sin cocer, se guardaba de una cocción para otra en lugar
fresco, para que no terminase de fermentar y no se estropease. O también, y era
lo más común, se pasaba un trozo de masa de una familia a otra: la que había
cocido el día anterior, o hace pocos días, daba a la siguiente, y esta se lo
devolvía, o se lo daba a otra familia… Siempre había reciento para cocer todos.
¿Y si no se conseguía el reciento? Se hacía nuevo: la noche anterior se amasaba
un puñado o una almuerza de harina y
se dejaba fermentar. A la mañana siguiente era ya una buena levadura. Si esta masa o reciento ya estaba hecha y era
prestada, la noche anterior se la ponía
sobre la trébede, por ejemplo, y se la cubría con un paño para que guardase el
calor y fermentase mejor.
5.
Se
vertía, pues, el agua de la herrada sobre el hueco de la harina que lo estaba
esperando en la artesa. Y se comenzaba a amasar. Se empezaba como hacíamos los
niños con las cazolitas (cazuelitas) de
barro: de fuera hacia adentro, hasta que
toda la harina estuviera empapada, mojada y formara una pasta o masa. ¿Y cuánta
agua había que echar? Pues… la justa. Por aquel entonces las medidas iban a
ojo, ¡y nunca fallaban! Y se daba vueltas y vueltas a la masa… Con las manos,
claro, que no había máquina amasadora. Quedaba bien amasada cuando ya no tenía
grumos de harina y no se quedaba pegada a las manos. Si salía muy acuosa, se la
espolvoreaba harina hasta que cogiese la consistencia debida: no había de
pegarse ni a las manos ni a la artesa. Terminaba el amasado cuando toda la masa
era moldeable, elástica y no pegajosa. ¿Fácil, verdad? Si no lo has hecho
nunca, prueba: al principio, hasta que aprendas, te va a dar la sensación de
que tus dedos y manos son parte de la masa.
6.
Ya
bien amasada, se hacía en la artesa un único montón redondeado, se lo tapaba
con un paño para que guardase el calor y se lo dejaba en paz hasta que fermentase.
Ah, y se cortaba un trozo de esa masa para que sirviera de reciento, de levadura, para la próxima masa, o para devolvérselo a
quien te había prestado el de esta cocción. ¿Cuánto tiempo tenía que estar la
masa fermentando? Dependía de la cantidad de masa, de la cantidad y calidad de
la levadura y, sobre todo, del calor o frío del ambiente. El reloj era muy
bueno para medir el tiempo, lo que pasaba
era que en estas operaciones el tiempo era muy relativo, y quien hacía el pan
se guiaba más que por el reloj, por los síntomas y señales de la masa, del
horno o del pan.
7.
Se
decía que la masa de la artesa estaba fermentada cuando alcanzaba el doble del
volumen que tenía antes de fermentar. Era una medida. La otra, más real y medible era el dedo: metías el dedo en
la masa, si el agujero se cerraba rápido, no había fermentado; si se iba
cerrando poco a poco, estaba para terminar; y si quedaba el agujero marcado sin
apenas cerrarse, era el momento justo de pasar a la siguiente operación.
8.
En
el entre tanto, el horno se preparaba y cargaba con leña. Y se encendía. La
leña es lo que siempre se ha llamado leña,
es decir, en principio la que se trae del monte para el fuego del hogar, y
cualquier otra madera que arda y dé llama y calor. Para prender la leña servía
el papel, pero sobre todo el brezo. Los brezos eran muy buenos porque sus
llamas revoloteaban por todo el espacio interior del horno y calentaban todas
sus paredes. En Micieces había buenas breceras
y abundantes. También eran muy buenas para caldear el horno las ulagas, aunque más complicadas de coger
y había menos. Siempre me admiró el que algunos hombres, aprovechando que iban
al campo y pasaban por terrenos de ulagas, venían con una carga o pisada de ellas
al hombro, enganchadas unas a otras alrededor del mango de una pica o azada, y
ni se les caían ni se pinchaban: ¡qué maestría, o qué práctica! Una vez
encendido el horno, ya no se lo dejaba apagar. Se atizaba el fuego y se colocaba
la leña donde conviniera con el hurguero.




9.
Cuando
la masa estaba ya fermentada, se la iba partiendo en trozos y cada trozo había
que amasarlo de nuevo sobre la mesa. Este era el momento de hacer pasar cada
trozo de masa por la brega, una o varias veces. Cuanto más se lo amase, o se lo
pase por la brega, más suave quedaría el pan, porque esta operación de amasado
y bregado tenía por finalidad el sacar la mayor cantidad posible del aire que
tenía la masa en su interior: el pan
resultaría más fino después de la cocción. Luego, se le daba la forma de pan: redondo,
como lo que hoy llamamos hogaza. No se solían hacer panes de otra forma, ni
siquiera de barra, a no ser por algún motivo muy especial. Se espolvoreaba un
poco de harina sobre la mesa y se iban dejando en filas, esperando que terminase
la fermentación. Y cuando ya se habían amasado todos los trozos de masa, que
serían los futuros panes, y se les había bregado, si se los bregaba, y el horno estaba en su punto, comenzaba la
operación de meterlos en el horno.
10.
La
temperatura de cocción del pan está entre 180 °C. y 200 °C. ¿Cómo saber la
temperatura del horno? Había varios indicadores. El primero y principal era el
sentido del panadero o de la panadera. O un poco de masa que se metía como
prueba. O la forma de hervir del agua de una cazuela que ha de estar dentro
para que no se reseque el ambiente interior del horno. O un trozo de papel que
se metía en el horno: si ardía por sí mismo, estaba a 233 °C. o más; si solo se
chamuscaba lentamente, era buena
temperatura para meter el pan. Si el horno tenía demasiado calor, se le abría la
boca o puerta para que respirase y se enfriase un poco. Si no llegaba a la
temperatura ideal de cocción, se metía más leña y se le daba más tiempo.
11.
Lo
de los grados de cocción del pan, yo lo he sabido después. Termómetros
conocíamos los del tipo de esos que se ponían al enfermo, o nos lo ponían cuando
decíamos que estábamos malos, y esos no servían para el horno. Y, la mayoría de
las veces, las madres ni siquiera lo necesitaban: una mano en la frente y ya
sabían si tenías fiebre o no. Los hornos de entonces no llevaban ningún reloj, manómetro o artilugio que midiese el calor, la humedad y no sé cuántas cosas
más. Tampoco sabía yo entonces por qué con meter un papel en el horno se sabía
su temperatura: no sabía el porqué, pero sabía que sucedía. Luego, ya estudié y
aprendí el porqué de aquella acción: el papel empieza a arder por sí mismo a la
temperatura de 233 °C. Y en esto del pan, indicaba que, si ardía, el horno
tenía más grados de los necesarios y, dependiendo de lo que tardaba en arder,
indicaba también los grados aproximados que estaba por encima de la temperatura
adecuada para cocer el pan. Y es que el hacer el pan no era un trabajo
mecánico, cuadriculado y automático. La experiencia del panadero o panadera
valía más que los relojes del tiempo, que los termómetros y que cualquier otro
tipo de manómetro.
1
12. El fuego del horno calentaba el horno, claro, pero a través de los adobes: estos, cuanto más refractarios fueran, mejor lo hacían, recogían el calor del fuego, lo mantenían y lo iban cediendo poco a poco. Por eso el horno mantenía la temperatura durante mucho tiempo, y, al menos, durante todo el que duraba la cocción del pan. Si ya se estaba seguro de que el horno tenía la temperatura ideal, se utilizaba el rastrillo para recoger, correr, sacar, limpiar la cernada, ceniza, palos mal quemados, los rescoldos… Convenía dejar el rescoldo a un lado, dentro del horno, para que no se enfriase de repente, pero separado de los panes a cocer. Y con la trapa se limpiaba el suelo interior para que el pan siempre saliese limpio. Esto en los hornos de una sola planta. En los de dos, se apartaba el fuego a los lados, se amortiguaba, se limpiaba el piso del cocedero… Y, en ambos, se seguía con la siguiente operación.
12. El fuego del horno calentaba el horno, claro, pero a través de los adobes: estos, cuanto más refractarios fueran, mejor lo hacían, recogían el calor del fuego, lo mantenían y lo iban cediendo poco a poco. Por eso el horno mantenía la temperatura durante mucho tiempo, y, al menos, durante todo el que duraba la cocción del pan. Si ya se estaba seguro de que el horno tenía la temperatura ideal, se utilizaba el rastrillo para recoger, correr, sacar, limpiar la cernada, ceniza, palos mal quemados, los rescoldos… Convenía dejar el rescoldo a un lado, dentro del horno, para que no se enfriase de repente, pero separado de los panes a cocer. Y con la trapa se limpiaba el suelo interior para que el pan siempre saliese limpio. Esto en los hornos de una sola planta. En los de dos, se apartaba el fuego a los lados, se amortiguaba, se limpiaba el piso del cocedero… Y, en ambos, se seguía con la siguiente operación.
13.
Se
comenzaba a meter el pan en el horno. Esto se hacía con la pala. Pero antes de meterlo, se le hacían unos cortes ─generalmente
cuatro o cinco o más, pero sin abusar en la cantidad─ que marcaban lo que llamamos
corruscos, cuscurros u orillos. Y, además, se le hacían varios
pinchazos con una aguja de las de hacer punto o similar. ¿Para qué? Para que con
el crecimiento que iba a tener en la cochura, no reventase de cualquier forma
afeando su presentación, sino que la masa pudiese respirar y quedase un pan bonito y presentable.




14.
¿Cómo
se sabía si el pan estaba ya cocido o no? Pues con el reloj. Lo que pasaba es
que no siempre lo había a mano y nunca era tan fiable como el sentido práctico
de quien hacía el pan. Para una hogaza de un kilo y estando el horno en su
punto, entre 180° y 200°, con 45 minutos de cocción era más que suficiente. Este
tiempo siempre era aproximado y la experiencia de quien hace el pan lo sabía
calcular bien. Un pan grande y grueso necesitaba más tiempo de cochura que una
torta o que un pan pequeño. Y si el horno estaba bajo de calor, se le daba más
tiempo. Es como el hacer la comida: si el puchero hierve poco a poco, se le
deja más tiempo, pero, al fin, la comida está cocida. El color dorado del pan era
otro signo de bien cocido. Y otro era el comprobar el sonido: se le daba unos
golpecitos al pan y tenía que sonar a hueco. Y la máxima prueba, pero te cargabas
la presentación de un buen pan, era partirle y comprobar que la miga estaba
cocida. El pan claramente mal cocido tiene un aspecto blancuzco y le solían
salir en la corteza unas ampollas medio reventadas y medio quemadas ─pan con
lunares, se le decía─. Y, claro, la miga estaba cruda, como masa. La pala del
pan no solo servía para meter y sacar el pan del horno, también para
moverlos dentro del horno, colocarlos de
forma diferente, acercarlos al rescoldo o separarlos…
15.
Para
que la corteza del pan no quedase demasiado dura ni gruesa, el horno tenía que
tener un cierto grado de humedad. Esto se conseguía metiendo en él una cazuela
con agua y manteniéndola durante toda la cocción, o solo en parte. Los hornos
modernos tienen un vaporizador que funciona cuando el panadero lo cree
necesario. Algunos dan a la superficie externa del pan, al meterlo en el horno,
unos brochazos suaves de aceite: consiguen que la corteza, al cocerse, quede
brillante y llamativa, pero son añadidos que no son propio del pan-pan.
16. Las tortas se hacían con la misma masa que el pan, redondas también, pero planas, no gruesas. No llevaban cortes de orillo o corrusco, pero sí se les pinchaba para que respirasen al cocerse y no reventasen. No subían con la cocción, apenas un poco, quedaban planas con algún que otro abultamiento. Además, la torta admitía un recubrimiento de aceite, de manteca, de azúcar…
17. Una vez cocido el pan, se sacaba con la pala del horno, se procuraba no tocarlo para no quemarse, se dejaba enfriar despacio y se llevaba a su lugar. El propio, y de ahí el nombre, era la panera. Que, además del local o sala, podía ser un armario, un cajón, un arcón u otro tipo cualquiera de recipiente suficientemente grande y que produjese un ambiente adecuado para que el pan reposara y no endureciera. Se le solía tapar con una tela llamada macera. Cuando el pan ya había cerrado sus agujeros, había mermado en relación a cuando salió del horno, se decía que estaba posado ─se había asentado, madurado─.
18.
El
pan recién hecho nos gustaba más, quizá por eso nos decían que tenía que
posarse porque era de más alimento. ¿De más alimento o porque ya posado se
comía menos? Quizá las dos cosas. Un buen pan bien fermentado, bien hecho y
bien cocido tiene agujeros por
dentro, es suave y tierno y es de
buen comer, aunque esté reposado y hayan pasado días desde la cocción. Dice el
refrán: el pan con huecos; el queso sin
ellos.

19. A los niños nos solían dar un trozo de masa para hacer una figura, nuestro pan, que vete tú a saber lo que salía. Luego nos la metían en el horno y nos la comíamos tan a gusto.
20.
A
veces, sobre todo en vísperas de fiestas o de algo que celebrar, a la vez que
se hacía y cocía el pan, se hacían y cocían dulces, sobre todo galletas.
Próximamente:
- LA HORNERA.
- CÓMO SE HACE UN HORNO DE PAN CASERO.
Puedes ver también:
-LISTADO DE HORNOS DE PAN EN MICIECES.
- EL HORNO DE PAN.
- VOCABULARIO DE "HORNO DE PAN".
- LAS OREJUELAS.
- LAS HORAS Y NOMBRES DE LAS COMIDAS.
Próximamente:
- LA HORNERA.
- CÓMO SE HACE UN HORNO DE PAN CASERO.
Puedes ver también:
-LISTADO DE HORNOS DE PAN EN MICIECES.
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- VOCABULARIO DE "HORNO DE PAN".
- LAS OREJUELAS.
- LAS HORAS Y NOMBRES DE LAS COMIDAS.