Y VOLVIÓ LA CIGÜEÑA A MICIECES.
Hace
casi medio siglo
y el congénito instinto
cicónido
impidió que volvieran.
Pasaban otoños e
inviernos,
samblases y primaveras,
y solo de tarde en muy tarde
alguna errática vuela
por el cielo azulado del pueblo
sin posarse siquiera.
¡Es que en sus genes grabada
la ciencia de la vida
llevan!
Pero la gente sencilla del
pueblo,
a pesar de todo, la espera:
─Si vuelven las oscuras golondrinas,
las codornices regresan,
los vencejos, pájaros y
aves
se van y los vemos de
vuelta,
¿por qué va a ser imposible
que el pueblo no tenga cigüeña?
Y un alto poste-palón
plantan del pueblo muy
cerca
copiando estructura de
nido
Alguna voló por encima
y miró la cosa allí
puesta.
Hubo otras curiosas
que al nido supuesto se
acercan
volando bajito en redondo
y dando en su entorno la vuelta.
Mas, luego y sin más,
se marchan solemnes y
prestas.
¡Y Micieces siguió como
antes
sin tener su cigüeña!
─¡Ya llegó
la cigüeña a Micieces!
─decía una vieja.
─¡En la ermita, junto a la campana,
hay dos posadas, muy
quietas!
Lejos quedó ya san Blas
de febrero
y está florecida la
primavera.
¿Qué importa ya el
refranero?
los niños, escasos, las miran,
y todos, muy pocos,
comentan
lo que fueron en tiempos
pasados
y son las cigüeñas.
Y miran pasmados arriba,
y con la boca abierta,
y ven a las dos posaditas,
muy juntas,
formando amorosa pareja,
en la altiva y humilde
espadaña
de la ermita que ejerce
de iglesia.
Y allí, en lo más alto,
amorosas,
las dos crotorean
─o machacan el
ajo al mortero,
según el pueblo se
expresa─.
Y la gente se alegra y admira
su figura elegante y apuesta,
su pico tan rojo,
sus alas tan negras,
sus patas tan largas y rojas
y, en fin, su estampa tan bella,
que parece vestida de
frac
para una gran fiesta.
En el nido y a la pata
coja
siempre mirando hacia el
viento:
en esa postura no las
despeina.
¡Y aquel mal agüero de en
tiempos,
el tiempo se lleva!
¡Ya tiene Micieces
pareja de blancas
cigüeñas!
Y
en los días siguientes
Micieces contempla
un ir y venir muy
constantes
de las ambas cigüeñas
portando ramas y palos
del campo,
y picotadas de paja y de
hierba
para el nido que en la
misma espadaña
van haciendo con arte y
presteza.
Prisa han de darse,
porque el tiempo apremia:
san Blas quedó lejos
y está muy avanzada la
primavera.
Desde la espadaña, allá
arriba,
al pueblo vigilan
serenas;
miran a sus dos cigüeñas.
Y ya de mañana,
en el campo, el río o
praderas
se las ve buscando comida
cual señoras y dueñas.
Con vuelo solemne y pausado,
a la atardecida regresan
y, para posarse en su nido,
elegantes planean.
En la espadaña toca la campana:
en la ermita hay fieles que rezan,
y las cigüeñas arriba
su rezo las dos crotorean.
Aquellas
cigüeñas de antaño
no es que fueran ateas,
quizá solo laicas,
porque huyeron de torres e
iglesias
y pusieron sus nidos
en los olmos y olmedas
que el pueblo tenía en su entorno
Ahora sí podemos decir,
según albertiano poema,
que su canto baja del cielo
y sirve de nana muy buena
para las gentes mayores y niños,
si niños hubiera.
Dicen
que, después de días,
una en el nido se queda,
agachada, quieta y silenciosa,
para que nadie la vea.
─¡Eso es que ha puesto los huevos,
o que los ahuera!
Dicen que la otra recorre
buscando abundante comida
para ella y su compañera.
Cuando nazcan los cigoñinos,
quizás dos o tres sean,
todas las horas del día
ocuparán en la empresa
de criar a sus hijos
y enseñarles a ser aves
buenas.
Pero
esa ya es otra historia
que por san Blas, cuando venga,
quizás les podremos contar,
si nadie lo impide ni
veda.
Y si emigran del pueblo,
que al menos algunas de
ellas
regresen cada año
y el rito y refranes
mantengan.
¡Y Micieces podrá ya
decir
que tiene cigüeña!
José Luis Rodríguez Ibáñez
−Julio, 2018−
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