Hoy encontramos un Micieces limpio, aseado y
arreglado, pero no fue siempre así. Y sus calles tampoco fueron siempre así.
Bueno, para ser más exactos diremos que el suelo, el piso, de las calles. Ahora
están todas encementadas, que no asfaltadas. Yo quiero dar un paseo por
sus calles de antes, tal y como yo las recuerdo. Ese antes me remite a inicios
de la segunda mitad de los años cuarenta (1940). Pero todavía hay ─y sea por
muchos años─ quienes las recuerdan de mucho antes, y la fotografía que de ellas
guardan en sus memorias no es tan diferente a la que yo guardo de mis tiempos
más antiguos.
Por
aquellos tiempos, las calles de Micieces eran de tierra y de cantos, o de
cascajo y de arena en el mejor de los casos. De polvo, en épocas secas, y
levantado, si hacía viento. De barro, en épocas lluviosas, no importaba la
estación que fuese. Y el arroyo, nuestro arroyo del medio del pueblo, seguía el
ritmo del tiempo atmosférico: seco o casi, con algo de corriente o con mucha,
nunca demasiada, menos cuando descargaba una gran tormenta, que entonces
rebosaba y saltaba a la calle, la inundaba ─¡calle en banda!─ y se iba
libremente al río.
Por mor del desgaste natural del suelo,
por las pisadas de los animales, por las roderas de los carros, o por lo que
fuese, en cada calle, en unas más que en otras, se formaban ondulaciones,
hoyos, desigualdades, que la tierra reseca pretendía igualar haciéndose polvo y
que la lluvia sí igualaba convirtiendo las honduras en charcos.
De vez en cuando ─yo creo que era cuando
acababa el invierno, de cara a la primavera y al buen tiempo─ había huebra y
se traían unos cuantos carros de arena y cascajo de la orilla del río y se
echaban en las calles más necesitadas, las más desigualadas por los efectos
del invierno. Y recuerdo que siempre era
agradable pisar aquella arena ─no tanto el cascajo o la tierra─ y jugar en ella
y con ella.
En el invierno sucedía también que en algunas calles
se esparcían carros de paja por el centro de la calzada. No creo que se hiciera
esto en todas, pero sí que recuerdo de
forma especial que se hacía en la que va de la fuente hacia arriba, al río y al
molino. Y tengo idea de que alguna vez se hizo en otras, al menos en la parte
más embarrada o encharcada. ¿Para qué? La paja absorbía el agua, la humedad, desaparecía
el barro, se descomponía la paja y… se transformaba en estiércol. El continuo
paso de carros y de animales hacía que se mezclase totalmente agua, barro y
paja. Luego se recogía y se llevaba al abonero para que terminase de fermentar
y de convertirse en estiércol natural, o se esparcía directamente por la tierra
de cultivo. Para los niños era una nueva diversión: ¡jugar en la paja sin
mojarse! Eso creíamos, pero siempre terminábamos con las alpargatas empapadas y
llenas de agua y barro. Cuando consideraban que la paja aquella estaba ya en su
punto, se la recogía y, con frecuencia, se echaba otra nueva. Esta operación se
podía hacer varias veces cada invierno. Pero al recoger la paja, se llevaban
también el barro, es decir, la tierra de la calle, y, cada vez que se hacía
esta operación, más hondo se hacia el lecho mismo de la calle. Había que
solucionarlo trayendo más carros de tierra, de arena y de cascajo. Tengo el
recuerdo de niño de que, en esta calle, el desnivel entre la orilla izquierda,
partiendo de la fuente, y el de la derecha era muy grande, y entre la izquierda
y el fondo de la calle, más: como que todo el centro de la calle formase una
hondonada y las puertas de las casas de la izquierda estuvieran mucho más en
alto que las de la derecha. Y siempre me ha admirado que, ahora que hay aceras
y la calle está encementada, están casi al mismo nivel. Solucionaron el
problema y la calle quedó llana en horizontal. Quizá solo fuese la percepción
de mi mente infantil, digo yo.
(JLR)
Puedes ver también:
Y todo en:
www.miciecesmipueblo.es : "Micieces es mi pueblo" (CONTENIDOS).
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