A LA FUENTE DE LA MORA
José Luis Rodríguez Ibáñez.
(Julio, 2016)
La
fuente de la Mora, en el término municipal de Berzosa de los Hidalgos, pero
limitando con el de Micieces, está en el valle y zona del mismo nombre. Es un
paisaje campestre, montaraz, muy propio del páramo castellano, de brezo y algunas
matas sueltas de roble melojo, con su vallecillo, pequeño y recoleto de
pradera siempre verde, con su fuente de agua limpia y cristalina, su arroyo y
unos cuantos pozos nacidos cuando aquello ejerció de adoberas. La descripción
de la fuente que le da nombre, y la de su zona y valle como eran antes, está en
“La fuente de la Mora”.
Aquí arranca una hermosa leyenda que tiene mucho que ver con la historia: “La mora
de la fuente”, y su complemento “El hidalgo berzoseño”.
Todo
comenzó con una copia de un libro antiguo, el de Leandro, que llegó a mis manos. Yo conocía desde niño la fuente de la Mora,
su valle y su zona. Y lo recorrí muchas veces. Pero desde que releí esas
historias y se publicaron, me propuse hacer una visita al valle y a la fuente. No
había vuelto a pasar por allí… desde mis tiempos de niño o adolescente.
Y en agosto del 2014 hice una excursión a la Mora. En
coche, que mis piernas ya no daban para caminatas largas. Camino de Oteros, saliendo
de Micieces, se sube a la meseta de los quiñones y, por la segunda camera de la
izquierda, se llega al valle de la fuente de la Mora.
Reconocí
el valle, no sin dificultad y porque conocía de siempre la zona y sabía dónde
estábamos. Iba el coche despacio, yo mirando e intentando reconocer cosas…
Cuando me di cuenta de que aquello estaba cambiado totalmente, se había
terminado el valle y subíamos ya hacia el pueblo, hacia Berzosa. No vi la
fuente, ni el arroyo, ni los pozos… No vi la pradera, ni las breceras de ambos
lados del valle… ¡Qué desilusión! ¡Si estaba todo cambiado…! ¿Pero qué habían
hecho con la Mora? Ni el tiempo ni las circunstancias eran buenas para buscar
la fuente y todo lo demás, pero me prometí que el próximo verano volvería…
Y
volví al verano siguiente. Yo tenía muy claro dónde había estado la fuente y
paramos a unos metros de donde debía estar. Pero había desaparecido: ni señal
de ella, ni vi arroyo, ni agua, ni… Un bloque de cemento parecía tapar algo en
el suelo… ¡Claro, ahí estaba! Estábamos
pisándola y no la veíamos… Y es que habían recogido el manantial, lo habían
tapado y lo habían entubado para llevarlo al pueblo como agua potable para las
casas. ¡Pero ahí estaba la fuente! ¿Dónde iba a estar si no? Pero qué cambios
había en toda la zona… ¡Aquella no era la Mora que yo conocía, la que yo había
pateado tantas veces! La de antes me gustaba más, era más bonita… No volveré a
verla: aquello ya no es la Mora, es otra. “¡Qué cambiada estaba la Mora! / ¡Al mirarla, me daba pena!”. Y se me ocurrieron estos versos
elegíacos.
1.-
ESTO QUE PINOS VES AHORA
en el alto y las laderas,
no hace mucho
todo fue una paramera
con matas aisladas de roble
en una hermosa brecera.
Y eso que ves chopos altivos
que al cielo elevan sus cabezas,
hunden sus raíces en el valle
que antes fue pradera.
¡Es la Mora,
la fuente de la Mora berzoseña!
Mis versos égloga campestre
u oda alegre fueran
si los brezos humildes
ahí siguieran,
y la fuente de agua limpia,
el arroyo y la pradera
del fondo de aquel valle
vivos y visibles estuvieran.
Mas siendo lo que son en este ahora,
solo podrán sonar a lastimera
elegía de recuerdos,
nostalgias y tristezas.
¡Qué
cambiada está la Mora!
¡Al
mirarla, me da pena!
(Continuará)
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