(JLR)
Arriba ya del camino del Indiviso, el arroyo se bifurca en dos, de acuerdo a los dos valles que bajan de la altura y se juntan para formar el de Palahierro. Uno de ellos, el de la derecha subiendo, recoge las aguas de la ladera este de la Tejera. El otro, el de la izquierda, recoge las que vienen del monte de los Cotorrillos. En este de la izquierda, pero mucho antes de llegar al monte, hay una fuente que da origen al arroyo y toma el nombre del valle: Palahierro. No tiene ni estética, ni profundidad: simplemente hay un manantial al principio del arroyo, sin más. Seguramente no serán muchos los miciecenses que hayan bebido de su agua. Aunque, seguro también, son más los que han bebido del mismo arroyo en su parte inferior, o se hayan mojado al pasarle cuando cruza el camino. Desde la unión del que viene de la Tejera, se hace bastante profundo, debido a que los dueños de las tierras limítrofes siempre han procurado mantenerlo más o menos bien hecho. (Hacer un arroyo consiste en cavar sus paredes laterales y suelo, limpiarlo y mantenerlo libre para que el agua corra y no entre en las fincas). Y es que, además de llevar el agua de la fuente, el tal arroyo, como los demás en su propio valle, tiene la misión fundamental de recoger la de la lluvia y guiarla hacia el río, sin que arrase las tierras de cultivo. En tiempos muy, pero muy lejanos, es posible que se aprovechara el caudal en la época de invierno para hacer funcionar un pequeño (y escondido al fisco) molino harinero.
Antes, cuando se sembraban patatas
en las tierras de este valle, se utilizaba el agua del arroyo para regarlas.
Había que hacer una presa de céspedes, esperar que se llenase y tener mucha
paciencia, porque el cauce no llegaba nunca a ser un surco de patatas, en la
medida popular de cantidad de agua para regar.
Más abajo, atravesaba el camino del
Indiviso y, finalmente, desaguaba en el
río del Valle. El camino en ese punto, pasada ya la “caseta Pepín” (que tomó
el nombre de su dueño, cuyas eran caseta, huerta y era, antes unidos en un todo
y que el nuevo camino de concentración se las separó), siempre estaba
encharcado. Y el tal dueño había hecho una huerta en su tierra adjunta y
aprovechaba el agua de Palahierro para regarla, haciendo una presa, que retenía
el agua hasta subirla a la altura de su tierra y, claro, llenaba y encharcaba
también el camino: solía dejarla guiada al sembrado ya preparado para este
sistema de riego, y sin prisas y sin necesidad de vigilarla, ella sola regaba
la finca.
La concentración parcelaria rehízo en
parte su trazado corriéndolo hacia la ladera izquierda del monte, dando más
anchura a las tierras, pero siempre por el fondo del valle. Hicieron también
una alcantarilla para que las aguas atravesasen el camino por debajo y no
lo inundasen. Desde entonces el dueño de
aquella finca-huerta tuvo que comprarse un motor y subir el agua desde el río.
Este arroyo de Palahierro siempre fue
muy cangrejero, mas la concentración y la enfermedad que vino después
terminaron con todos sus cangrejos.
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