LOS ROBLES (Bautulilla)
(JLR-Pepe)



El manantial nace en el suelo casi plano, pero inclinado, del mismo valle, sin más, y la erosión de la misma agua ha hecho un hoyo no profundo que señala su ubicación. Como en casi todos los manantiales, a este también se le ha ido poniendo alrededor piedras rodadas que lo fijan más y ayudan a que se mantenga su agua un poco retenida para mejor beber. Luego, sale por un surco y desemboca en el primer pozo o tojo. Y de este va al siguiente… hasta que se encauza en un arroyo por el que baja hasta el camino del Indiviso. Allí, en la orilla izquierda, saliendo de Micieces, es retenida en una charca, balsa o represa hecha con piedras, céspedes y maderos. Cuando esta rebosa, atraviesa el dicho camino por un surco hecho por encima y va a parar al primer pozo o tojo de las adoberas de abajo. Lo rellena y pasa a otro…, y a otro…, y no me acuerdo a cuántos más, y, por fin, desemboca en el río.
Aquel valle, de grama verde
cuando la hierba está verde, reseco cuando llegan los calores, rico en flor de
manzanilla en la época propicia, fue utilizado durante algún tiempo como
adoberas. De ahí que hubiera pozos producidos al sacar la tierra para hacer el
barro de los adobes.
La charca, balsa o represa
de la orilla izquierda del camino del Indiviso tenía su sentido y su utilidad.
En primer lugar servía para beber los animales: durante muchos años el güicero sesteó en el altozano vecino.
Pero además, aquella balsa se utilizaba para regar las dos o tres tierras
vecinas, a la derecha del camino. No daba la fuente un gran surco de agua, pero
al almacenarse, se podía usar para riego. Por otra parte, aquella charca tenía
sus propios manantiales, no muy grandes, pero los tenía. Y, por último, el agua
se almacenaba también para uso de las adoberas. Porque el resto del valle,
desde el camino hacia abajo, limitado ya
por tierras de labor a sus lados, arriba por el camino, y al final por unos terrenos llamados parcelas, se convirtió en adoberas. Para
muchos en las adoberas, cuyos pozos iban aumentando en profundidad y en
cantidad conforme se iban haciendo más adobes. Y, dándole tiempo e inviernos,
todos se rellenaron del agua que bajaba de la fuente, de la charca y del valle
de los Robles.
Esto es lo que fue en
tiempos, que ahora ya no es así. Todo ha cambiado. La fuente ha ido secándose y
casi desapareciendo, y solo la buena voluntad del agua, llámese gravedad o de
otra forma, hace que todavía mane algo y mantenga un signo de humedad en lo que
fue su emplazamiento. Modernamente se intentó recogerla, encementarla y
entubarla para llevarla a una pila para que bebieran las vacas: se había
cercado una zona de esos montes y valles como de pasto para el ganado
vacuno. Mas parece que esa solución no
ha dado resultado y la fuente está prácticamente seca.
Y los pozos de arriba
desaparecieron totalmente, de forma natural o ayudados por la mano humana. La
charca que estaba a la orilla del camino del Indiviso desapareció: el camino
fue trazado de nuevo y rehecho por las máquinas de la concentración parcelaria;
se hizo una alcantarilla para que el agua atravesara el camino, ya sin
posibilidad de riego para las tierras que la habían aprovechado, a no ser con
motor y desde el río…, y se la dirigió por una de las cunetas derechita hacia
el río. La tierra de cultivo límite de aquella charca fue alargada unos metros.
Pero el agua es una fuerza dura y constante: en su lindera y en la cuneta
izquierda del camino surgieron varios manantiales, pequeños, pero surgieron a
pesar de todo y ahí siguen humedeciendo lo que pueden y corriendo cuando pueden
hacia el desagüe de la alcantarilla que atraviesa el camino.
Como ya no se hacían adobes
(no se necesitaban, el ladrillo suplía todo), las adoberas desaparecieron. Las
riadas, la erosión natural, los escombros de casas viejas… fueron rellenando
los pozos de las de abajo. Y por fin, esto ya muy acá en el tiempo, el
ayuntamiento allanó todo el terreno que fueron adoberas y lo preparó para campo
de fútbol, con sus vestuarios y
todo. Lo malo es que está un poco
alejado del pueblo, y lo peor de todo: que quedan ya pocos jóvenes que quieran
jugar al fútbol.
Y lo demás quedó olvidado, a
no ser en la memoria de los que lo habían vivido. Recuerdo con agrado y
añoranza cuando, de niños o adolescentes, íbamos a pescar ranas (¿o sería a cazar ranas?) a los pozos de las
adoberas de arriba y a los de las de abajo. Incluso alguna vez nos metimos a
bañarnos en los de las de abajo y recuerdo que el agua estaba caliente, mucho
más que la del río, pero había mucho lodo y barro y todo se ensuciaba enseguida
con un color rojizo que no nos gustaba.
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