EL CUCURUTO.
A la Asociación Cultural CUCURUTO, de Micieces de Ojeda, y a sus fundadores y socios.
Su nombre viene de
la palabra cocote/cogote porque es un alto, montículo o teso que se
asemeja al cocote/cogote de una persona, o sea, a la cabeza de una persona
por detrás.
Este de Micieces está situado a la salida del pueblo, al SO, como vigilante del mismo pueblo y que se ve como continuación de una de sus calles que se transforma en camino y se bifurca hacia la Isilla/Quiñones y hacia este alto y lo sobrepasa subiendo hasta la cima del monte de los Robles.
El nombre de CUCURUTO viene de una corrupción fonética y popular de la palabra “cogote”,
o “cocote”.
En
geografía se suele llamar cogote o cocote a un alto, montículo o teso que se asemeja por su configuración al cogote/cocote de una persona. Es decir,
a la parte posterior de su cuello y cabeza.
En otras partes existe el nombre de cabeza
o cabezón como topónimo de ese
tipo de alturas aisladas que se
asemejan, hasta cierto punto, a una cabeza y su pestorejo. O sea, viene a ser una altura más o menos
redondeada que se puede ver desde abajo
y que desde ella se tiene una visión determinada de un paisaje.
¿Cómo
se ha llegado a “Cucuruto”? El habla
popular ha llevado esta evolución, más
bien despacio, hasta que en algún sitio apareció escrito, seguramente para certificar
situaciones de propiedades o en mapas
más menos oficiales. Y ahí quedó hasta el ahora.
De “cogote”, nombre geográfico, pasa a
su sinónimo sin problema:
Aunque en esta zona
también canta el cuco y las creencias populares dicen que “Si canta el cuco / alguien se muere: / quizás no es verdad, / pero
sucede”, en el nombre del Cucuruto
nuestro no tiene nada que ver.
Dejémosle que cante libremente sin echarle culpas que no
tiene.
Hoy
el Cucuruto ha perdido mucho de su
antigua dignidad, prestancia y terreno
comidos por las tierras de cultivo aledañas que fueron agrandadas por la concentración parcelaria de
los años 1976 y ss.
Este cogote, cocote, cocorote, es decir, el Cucuruto nace al final de la calle
principal que arranca del centro del pueblo, (940 msnm), y va ascendiendo poco a poco, como el pestorejo o
cuello de una cabeza redondeada, con dos llanos, mesetas pequeñas desde
luego.
En el primero (a 950 msnm, 10 m. más alto que el centro
del pueblo) se hizo el depósito de agua que suministra a la fuente que está
en la plaza del centro del pueblo, y que durante muchos años proveyó de agua
potable a todo el pueblo, hasta que se introdujo la novedad del agua corriente
en las casas.
El segundo llano (a 970 msnm, 30 m. más alto que el pueblo)
está en lo que correspondería al centro de la cabeza. A alguno se le ocurrió
hacer unos asientes de construcción allí mismo que funcionan como sitio para
tomar el sol, el aire y observar el pueblo que queda a sus pies.
Desde esa segunda meseta, pequeña, se va subiendo progresivamente hasta llegar a la cumbre del Monte de los Robles (a 995 msnm y a 55 m. sobre el centro del pueblo). Antes eso era una pradera salvaje, seca en verano y poco fructífera el resto del año, pero mucho más ancha, al menos como cañada de paso de ganados, por la que iba, desde la calle hasta la cumbre, un difícil camino para carro de vacas. Ahora sigue existiendo el camino, difícil hasta para tractores, pero muy limitada la pradera por el agrandamiento de las tierras de labor de cada lado.
El Cucuruto, y las tierras adláteres son
de barrial roja, arcilla roja, poco apta
para cultivos productivos y muy a propósito para originar cárcavas.
Significativamente la parte que limita al norte del Cucuruto y roza ya con las
casas del pueblo se llama el Ruyal (o Royal) por el color
rojizo de la tierra que lo conforma. Y la parte izquierda, subiendo, apartada
de la cabeza del Cucuruto y en su
misma paralela, se convirtió en cárcava que separa este terreno baldío de una
tierra de cultivo y llega hasta desembocar en el camino de la Isilla: con el
tiempo y la dejadez se transformó en basurero.
El CUCURUTO, con sus terrenos desiguales y
diferenciados, siempre fue para los niños del pueblo un lugar de diversión,
entretenimiento, aventuras, investigaciones… Recuerdo que en la primera
llanada, la del depósito del agua, nos hicimos un campo de fútbol, marcado y
todo. Pronto lo abandonamos porque el balón, más bien la pelota, estaba más
tiempo allá abajo, en el camino o en la calle, que en el campo de fútbol.
En otra ocasión
aparecieron como por ensalmo una especie de triciclos de madera utilizando las
ruedas de alguna grada de arar. A nadie le interesó saber de dónde habían
salido. Pues en el lateral más dispuesto de la cárcava antes dicha preparamos
un algo como camino o carretera y la inauguramos… con no sé cuantas caídas:
echamos la culpa a los triciclos, que eran de mala calidad y también
abandonamos la experiencia. ¡Y no nos rompimos nada, solo las heridas del alma,
las del fracaso y… las propias de los niños!
Desde lo alto de la
cocorola del Cucuruto nos tirábamos
resbalando en sacos rotos, tablas… o lo que fuera. Cuando había nieve, no era
desagradable, pero en el resto del tiempo era más que malo: si había agua o
llovía, el barro rojo nos ponía perdidos; si estaba seco, no hacía gracia: te
tragabas el polvo y apenas resbalaba…
Ya ochentón me pongo a recordar cosas de mi niñez y me doy cuenta de que no teníamos muchas cosas, pero éramos felices. Y, a pesar de todo, los niños éramos los reyes del pueblo y todo el pueblo era nuestro. Y si íbamos a nidos, al monte o a otro sitio alejado de las casas, siempre nos daba seguridad algún vecino que estaba trabajando en el campo: sabíamos que si pasaba algo, allí estaría él, fuese quien fuese, aunque fuese el más avinagrado del pueblo.
Pero volviendo al Cucuruto: tiene otras historias antiguas que oralmente se han ido transmitiendo en aquellas veladas de las eternas y frías noches invernales al amor del rescoldo de la hornacha. Y que la inmensa mayoría de los jóvenes no las saben porque los digitales modernos no les dejan tiempo para escucharlas. Yo sí os voy a contar alguna, a pesar de todo.
José Luis Rodríguez Ibáñez.
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