EL TRONCO DE CIRUELO Y SAN PEDRO
(PARTE II)
¡A CONCEJO!
(El merino cumplía funciones que, en la actualidad, desempeñan los jueces).
Pasaron meses y años,
y las gentes se acordaban
del santo aquel, su san Pedro:
se perdió la procesión
y se perdían los rezos…
Y todo el mundo sabía
que san Pedro es muy san Pedro,
que con llaves o sin ellas
abre las puertas del cielo…
Así que un día cualquiera
de cualquier año del tiempo,
pero en un siglo pasado,
se convoca a los vecinos,
por grave causa, a un concejo.
Bajo la olma reunidos
según tradición del pueblo,
practican la democracia
hablando todos a un tiempo.
Hasta que el merino, harto,
manda que guarden silencio,
que así no se arregla nada
si seguimos discutiendo,
y que el señor cura diga
con sermón breve y concreto
lo que tenemos que hacer
y lo daremos por hecho.
Carraspeó el señor cura
hace tiempo hacia su cielo:
o nos quedamos sin santo,
o compramos uno nuevo.
Desde el fondo del gentío
una voz levanta el vuelo:
-No queremos otro santo,
que queremos a san Pedro.
Un silencio sorpresivo
se apodera del congreso.
Después, un leve murmullo
que se convierte en voceo…
y que el santo sea san Pedro…!
La multitud entusiasta
grita con el alma y cuerpo
(el pueblo entero está allí,
no llegan a ciento y medio):
-¡Que sea un Pedro san Pedro…!
¡Que san Pedro sea un Pedro…!
Y lo repiten cual mantra
para que llegue hasta el cielo.
Las autoridades dudan
con semejante revuelo;
el merino mira al cura,
el cura mira hacia el cielo;
el pueblo sigue gritando
y pidiendo su san Pedro…
Y el merino, puesto en pie,
manda que guarden silencio:
¡Que me escuchéis en silencio…!
Y les explica que ya
tiene aprobado el decreto
para comprar otro santo
guapo, milagroso y bueno…
-Y ese será –añade el cura-
por siempre el san Pedro
nuestro…!
Y toda la gente grita
con alegría y contento:
-San Pedro el nuestro, san Pedro;
san Pedro, san Pedro el nuestro,
…!
(JLR)
(Continurá...)
Puedes ver la primera parte de esta historia en :
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