A PROPÓSITO DE LA HISTORIA DE LA CACHAVA
Ahora se puede contar la historia de la cachava, con
su final y todo, sin que nadie se ofenda. Los protagonistas murieron hace
tiempo. Sus hijos, y desde luego sus nietos, nunca supieron nada de esta
historia. Ni sabrán más de lo que en ella se cuenta.
¿Qué por qué sé yo el final? Pues… Resulta que el hijo
de aquel de la cachava, un buen hombre por otra parte, era amigo mío. Yo había
entrado cantidad de veces en su tinada, en la cuadra, en la cocina… Siempre era
bien recibido en su casa.
Pasó el tiempo, mucho tiempo… Estamos ya jubilados y
nuestro tiempo da para contar nuestras batallitas y muchas cosas más cuando
alguna vez, rara vez, coincidimos en el pueblo. Aquella antigua tinada de su
casa, donde antes se guardaban el carro de vacas, los arados y otros aperos de
labranza, está ahora muy cambiada: es el garaje de un flamante coche… Este mi viejo
amigo ha ido colgando en sus paredes cosas viejas, eso dice él. A mí se me
fueron los ojos tras una cachava colgada en el centro de una de las paredes.
─¿Y esa cachava?
─Era de mi padre. La tenía mucho cariño, tanto que no
la usaba ni dejaba que nadie la usase. Pero siempre me decía: “Guárdala bien, es un recuerdo muy querido
de alguien que me la regaló. Cuando la mires, recuerda que siempre hay alguien
mejor que tú, aunque no lo parezca…“
Yo, la verdad, nunca supe a qué se refería. Pero me dijo que la cuidara
y ahí está, ni molesta, ni hace gasto… Y es el recuerdo de mi padre.
─¿Puedo cogerla? ─le pregunté con aprensión.
─Sí, claro. ─Y él mismo me la bajó de la pared y me la
dio.
En cuanto la toqué, me di cuenta que era la cachava de
la historia.
─¿Sabes de qué madera es? ─le pregunté.
─Alguna vez le oí a mi padre que creía que era de
ciruelo, pero después creo que averiguó
que era de fresno. La verdad, yo no lo sé, porque fresnos por aquí no creo que
haya…
─Es de fresno ─afirmé yo─. ¿Has visto la letra que
tiene marcada aquí?
─Sí, mi padre me la enseñó. Siempre he creído que era
una eme mayúscula, la inicial de su
nombre. Pero un día se me ocurrió preguntarle y me dijo que no, que era una uve doble, también inicial de un nombre.
─No, no es una eme
mayúscula, es una uve doble ─le
aseguré─. Gira la cachava, dale la vuelta y verás que hay diferencias entre la eme y la uve doble.
─La verdad es que esa eme siempre me pareció un poco rara. En una ocasión le pregunté a mi padre y me dijo
que era la inicial de un nombre, pero nunca llegó a decirme ni de quién ni de
qué nombre. No sería del pueblo, porque aquí no hay nadie cuyo nombre comience
por uve doble.
Puse cara de póquer, disimulé como pude mis sentimientos. No obstante, algo
debió notar, porque me dijo:
─Si tanto te ha gustado, te la puedo regalar, total
aquí…
─¡No! ─casi grité. Luego, modulé mejor mi voz─. Era de
tu padre y la debes tener tú siempre… Yo ya tengo otra…
Y se la di para que la volviera a colocar en la pared.
La colgó y se me quedó mirando fijamente:
─Quizá algún día me quieras contar la historia de esa
cachava…
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