HISTORIA DE
LOS PENDONES
(JLR)
El pendón nace en la edad media como
insignia militar identificativa de un grupo de guerreros. En aquella época los
ejércitos no estaban organizados como los actuales, y cada grupo, batallón o
similar tenía su propio jefe y su identidad propia porque dependía de un señor,
de su jefe, del concejo, de un obispo…, aunque todos estuvieran bajo el mando
del rey o de un solo general. Y, desde luego, cada grupo llevaba su propia
indumentaria, de forma que era difícil diferenciar a amigos de enemigos y,
dentro del mismo ejército, a los distintos grupos que lo componían. Y esta
distinción se hacía mucho más complicada debido a que muchos jefes guerreros cambiaban
de bando con suma facilidad y, claro, se llevaban a sus soldados. Pues por eso
nacen los pendones: una bandera colgada, en principio, de una lanza que
señalaba a los suyos la posición en que debían estar, reunirse, acampar, formar
grupo, actuar en la batalla, luchar… El sentido práctico obligó a hacer más
grande esa banderola o pendón y a darle unos colores muy visibles y llamativos.
Y ese mismo sentido práctico aconsejó colgar la tela de un mástil más alto que
una lanza para ser visto mejor y desde más lejos. En un principio la tela va
colgada de un travesaño horizontal que forma cruz con al asta o mástil. O solo
media cruz: colgada de un palo horizontal que sale del vertical, del mástil.
Pero pronto se dieron cuenta de que no
se veía bien y, con viento o sin él, el pendón no flameaba. Se pasó, pues, a
poner la tela en el mástil vertical, alargándola en el sentido horizontal para
que tuviera más vuelo: así con el viento flameaba por sí misma; y si no hacía
viento, era el pendolero quien la hacía flamear. De esta forma era más fácil de
ver y las señales y órdenes eran más comprensibles.
El perder una ciudad o un ejército su pendón, o su bandera, significaba una ignominia, la derrota y, como consecuencia, un drama y, en no pocas ocasiones, una tragedia. Y quien lo ganaba lo llevaba en triunfo y lo guardaba como un tesoro, casi como sagrado si había sido en lucha contra los no creyentes. Entonces, su lugar era una iglesia o un monasterio. Y el de la propia ciudad se solía guardar en alguna iglesia hasta el momento de tener que usarlo. El folklore español guarda memoria de todo esto en múltiples fiestas que recuerdan conquistas y reconquistas de pendones o banderas.
Con el paso del tiempo las guerras, o aquel tipo antiguo de guerra, van desapareciendo, y el pendón fue creciendo en tamaño y perdiendo su utilidad como instrumento bélico: pasó, entonces, a ser signo y señal de identificación de una persona, sociedad, grupo… Por los siglos XVI y XVII el pendón pierde ya su sentido exclusivo militar y se transforma en signo identitario de concejos, ayuntamientos, pueblos y entidades religiosas.
Durante el siglo XIX, debido a las funciones
administrativas y representativas adquiridas por diputaciones y ayuntamientos,
los concejos perdieron importancia. Y con ello, sus pendones. Asimismo
desapareció buena parte de las celebraciones religiosas en las cuales
participaba el pendón concejil: por eso entraron en desuso y muchos de ellos se
perdieron. Por otra
parte, los pendones de los pueblos se hicieron tan grandes, tan enormes, que el
único sitio adecuado para poder tenerlo sin desdoro y sin estropearlo eran las
iglesias, y de estas, las que fueran acordes al tamaño del pendón. De ahí a
hacer del pendón un símbolo religioso exclusivamente, solo hay un paso. Y en
muchos pueblos se ha dado. Por eso el pendón solo se saca en procesiones o
actos de carácter religioso.
Sin embargo, a principios del siglo XX se produjo un
resurgimiento de algunas tradiciones, sobre todo en Castilla y en León, como
elemento identificador regional, del pueblo o de alguna entidad. Y, entre esas tradiciones, resurge también la
del pendón.
Hay que recordar que Castilla nunca tuvo bandera como seña de identidad propia. Lo que tuvo fue pendón. Y, además, fueron los reinos de León y de Castilla los primeros reinos, incluso de Europa, que tuvieron un signo propio de identidad al estilo de lo que es una bandera actual: y fue su pendón. Cada señor, o cada jefe que podía reunir soldados tenía el suyo propio. El rey concedía el derecho a tener pendón a particulares, a concejos o a quien, a su juicio, se lo mereciese o hubiese ganado tal derecho. Y el rey, lógicamente, tenía el suyo. Al de Alfonso VII (1006-1157) ya se lo consideraba símbolo del reino y se usaba en las proclamaciones de los reyes de León y, posteriormente, en los de España. Alfonso VIII, al ser proclamado rey de Castilla (el año 1170), tomó el símbolo de los condes castellanos, el paño rojo ─gules─. Se cuenta que fue su esposa, Leonor de Plantagenet, la que le bordó y regaló un pendón con motivo de la batalla de las Navas de Tolosa (año 1212). Y la elección de colores y motivos no fue al azar: influenciada por los colores y motivos de su familia inglesa, conocía también la historia de Castilla y la heráldica de los condes castellanos: en campo de gules (rojo) castillo de oro. A partir de ahí, la bandera de Castilla será unívoca y reconocida: ¡el pendón real pasa a ser pendón del reino de Castilla! Cuando Fernando III el Santo une definitivamente los reinos de León y de Castilla, mantiene en su escudo y en su pendón los símbolos y los colores de ambos reinos, y el pendón del rey pasa a representar al reino de Castilla.
Son
datos de la historia en los que se basa la realidad del pendón de Micieces y de
otros muchos pueblos de Castilla y de León.
No es correcto decir que los pueblos de Castilla y de
León suelen sacar una bandera que preside sus procesiones. Lo que preside la
procesión del pueblo es un pendón, el
propio de cada pueblo. Y no solo abría y presidía procesiones de carácter
religioso, sino otras concentraciones del pueblo como tal, aunque no tuviese el
carácter sagrado o religioso de procesión. El pueblo se reunía y su símbolo de
identidad era su pendón, y significaba que era el pueblo quien se reunía o
procesionaba.
Había un cierto pique entre pueblos
vecinos en relación al pendón. Y todos querían y presumían de que el suyo era
el más grande y el más guapo. Por eso no era raro que se cambiase en el
transcurso de los años: al anterior se lo consideraba viejo y se cambiaba.
Tampoco importaba mucho que los colores fuesen diferentes a los del anterior,
con tal de que fueran vistosos y llamativos, y permaneciesen los esenciales.
Cuando se cambiaba el pendón ─esto sucedía muy de tarde en tarde y no en todos
los pueblos─, el nuevo se convertía en signo de identidad y símbolo del pueblo.
Y no había más que hablar.
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