FUENTE DE SAN
ANDRÉS
La fuente de San
Andrés, en Micieces, está situada cerca del pueblo, actualmente en el ángulo
que forman el camino de los huertos y el ramal de carretera que cruza a la de
Payo desde el puente del río. La zona se conoce con el topónimo de San
Andrés.
Siempre se ha dicho que
esta fuente tomaba su nombre del antiguo poblado o caserío que, dicen, hubo en
sus inmediaciones, (Historia de Micieces: de tres pueblos, uno) en lo que hoy son tierras y linares de cultivo. San Andrés
era un apóstol muy admirado por ser el hermano de Pedro y ser de los primeros
en seguir a Jesús. De hecho son muchas las advocaciones del santo que existen
por la región. Y, seguro, esta de Micieces no tiene nada que ver con la del
cercano monasterio del mismo nombre.
Visto el terreno, parece
lógico por dónde ha buscado el agua salir al exterior. Todas las tierras que
están por encima de la cota de la fuente son arenosas y de cascajo, tierras
sueltas, hasta la profundidad normal de cultivo, aunque no igual por todos los
sitios. Y el subsuelo es arcilloso. Lo lógico es que toda el agua que se filtra
por este tipo de tierra y no puede traspasar la arcilla vaya buscando salidas
más bajas y fáciles: y cada venero se transforma en un manantial. La fuente de
San Andrés es testimonio de este hecho.
Es curioso, quizá
lamentable, cómo ha ido cambiando la fisonomía de esta fuente a lo largo de los años en que yo la he
conocido.
Mi recuerdo más antiguo
es de cuando yo era niño. No había entonces ese camino a los huertos y a la
ermita de San Lorenzo, sino una camera semitapada por la vegetación, los
hiebajos, el barro y las roderas de toda la vida; una lindera grande, unos
álamos, zarzas sin número, un sendero y un calce. Sí estaba el camino que une
el puente con la carretera de Payo, y no era carretera ni estaba
encementado. Y la fuente estaba
protegida por un seto natural de arbolado y zarzas al lado contrario al camino
y por una lindera alta al norte, que daba remanso, y tenía una pequeña pradera
donde sentarse al frescor de su agua.
Y era simplemente un
manantial, recogido y señalado con un semicírculo de piedras rodadas, un poco
ahondado para poder llenar las botellas, botijas o botijos. Y el agua se iba
hacia abajo para formar, ahí mismo, una charca que lo retenía mediante unas
paredes de césped, piedras y maderos. Creo que parte de la charca era también
manantial. De hecho toda la zona de alrededor era bastante húmeda, hasta tal
punto que a la tierra vecina, la de abajo, separada de la charca por una
lindera de tierra y un seto natural de zarzas y árboles, se la llamaba con un
nombre definitorio y muy descriptivo: el
aguachinal.
Pues a esta charca o
laguna formada por las aguas de la fuente de San Andrés se traían a beber los
animales que trillaban en las eras vecinas. Y las personas bebían y rellenaban
sus vasijas en lo que era la fuente. Pero tenía un leve inconveniente en el
verano: estaba situada al sur, más o menos, de las eras; el cierzo, aire del
norte, prácticamente salía todas las tardes y se le solía aprovechar para
beldar. Con harta frecuencia, pues, la fuente y su laguna o charca se llenaban
del tamo y polvo de la paja. Si querías beber o llenar tu botija, tenías que
limpiar la superficie del agua, pero siempre entraba algo… Paja que no ahoga, todo engorda, era el refrán que se repetía en estos
casos.
No era muy agradable
meterse en la charca porque su fondo era de barro y no había mucha seguridad de
dónde se pisaba. Alguna vez sí que nos metimos. En verano estaba más o menos
limpia, pero el resto del año criaba muchos berros, rumiajos y todo tipo de hierbajos propios de humedales. Y en su
época, ranas.
Pasó el tiempo. En una
de aquellas huebras generales de los vecinos del pueblo le tocó a la fuente de
San Andrés el ser urbanizada. Con
toda la buena voluntad del mundo y con la idea de recoger bien los mejores
manantiales y sus veneros, se la movió
un poco de sitio, se la ahondó, quedó como si fuera un pozo pequeño, se le
pusieron piedras bien colocadas que la protegieran y diesen una salida casi bonita al agua. En
fin, que la idea era muy buena, la realización externa también…, pero el agua
subterránea tiene vida por sí misma: no pasó mucho tiempo y aparecieron fuera
de lo que se quiso que funcionase como fuente, más manantiales que dentro. Y
aún así, seguía dando agua y no mala.
Pasó más tiempo, llegó
la vida moderna, los adelantos de la agricultura… El verano cambió a marchas
forzadas, el trillar tradicional evolucionó hacia otras formas modernas, las
eras fueron desapareciendo… Y, en general, toda la vida de la gente iba
cambiando. Y llegó el no-va-más, por
ahora: la concentración parcelaria. Y esto sí que revolucionó el campo tal y
como lo conocíamos antes. Los
ingenieros, técnicos, agrimensores… solían trabajar sobre planos de
papel y en no pocas ocasiones hacían que la realidad se pareciese a sus planos,
o simplemente los planos eran para ellos la verdadera realidad. ¡Y el campo
cambió totalmente su fisonomía! ¡Si hasta a los más viejos del lugar les
parecía extraño su campo de toda la vida…!
La fuente de San Andrés
era un estorbo, y, total, por correrla un poco, no se iba a hundir el pueblo. Y
se corrió. Se la hizo un buen arroyo, eso sí, de desagüe hasta el río, y se la
metió en él. La laguna o charca desapareció; lo setos vivos, también; la
lindera quedaba como cuneta alta de un camino que llegaría hasta empalmar con
otro a la vera de la ermita de San Lorenzo, por debajo de algunos huertos que
resistían. Todos los manantiales que había en el alrededor, desparecieron; al aguachinal quedó saneado y más grande
porque se perdieron setos y linderas. Pero la fuente, ¿y qué importaba ya la
fuente si la gente tenía agua en las casas? En una orilla del arroyo quedaba
bien y así vertía sus aguas, las que le quedaran, en el mismo arroyo. Para
colmo la acequia de arriba, de cemento, alguna vez se desborda y su agua
encontraba salida en el arroyo dicho, pasando por delante de lo que es fuente y
mezclando sus aguas con las de ella. Menos mal que unas manos curiosas, y
mañosas, han puesto unas piedras y han cavado un poco la orilla del arroyo
donde está el manantial y, gracias a ello, se ve la salida del agua limpia y
hasta se puede beber allí mismo a... estilo pueblo.
San Andrés ya no es lo
que fue. Pero a los que ya hemos cumplido muchos años nos gusta recordar las
cosas pasadas y seguramente olvidamos lo malo y nos vienen a la mente, con un
dejo de nostalgia, solo los buenos recuerdos. Y los que fuimos niños entonces y
subíamos a los árboles del aguachinal,
o nos metíamos en aquella charca, con cierto miedo, o comíamos moras de
aquellos setos, seguimos teniendo recuerdos agradables de aquella época y de lo
que vivimos. Y el agua de San Andrés, sin ser milagrosa ni medicinal, llevaba
el nombre de un santo importante, que no era poco, y con él, algo así como su
bendición…
(Aguachinal, rumiajos...: ver Vocabulario de Micieces.)
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