DE PEDRISCOS Y LLUVIAS (II)
(JLR)
Era a la salida de la misa. En el pueblo se notaba la sequía. Más, se padecía. Hacía meses que no llovía. Seguro que todos, o al menos más de alguno, había rezado para que llegase ya de una vez la lluvia. Salía, pues, la gente de la ermita, más que menos serios y preocupados… Si no llovía a tiempo, las cosechas se perderían, las patatas serían simples gallaritas, la mala hierba se apoderaría de los sembrados…
-Espérate, G…, que la G… va a cantar a la Virgen de la Calle la oración de la lluvia, -decía la de la otra G. ¡Qué casualidad, las tres llevan en su respectivo nombre una “g” característica!
Y las tres entran decididas en la ermita. Otros que lo oyen, se quedan esperando sin saber qué hacer: ¿entrar o no entrar en la ermita?
Y se oye la voz fuerte, potente, de la que canta dentro:
Virgen de la Calle,
Madre de piedad,
danos, por Dios, agua
que hay necesidad:
los ríos se secan,
las fuentes no manan,
moriremos todos
Y todos los presentes, dentro y fuera de la ermita, quedan en silencio, haciendo suya la oración. Cuando ha terminado, todos han quedado un poco sobrecogidos, como si un algo sobrenatural les hubiera tocado con su dedo.
Y, silenciosos, se van a sus casas...
Cuentan los que lo vivieron que a media tarde empezó a llover… ¡Un diluvio benéfico cayó sobre el campo reseco! Si hubiera habido hombre o mujer del tiempo, lo hubiera explicado recurriendo a borrascas, a isobaras, a bajas presiones, a ciclogénesis… Mas para los que vivieron aquel episodio, rigurosamente histórico, fue un milagro de la Virgen de la Calle que escuchó aquella oración y cumplió los deseos de aquellas tres buenas miciecenses que le pedían, sin rubor y sin darles vergüenza, simplemente agua porque la necesitaba su pueblo.
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Pero nunca llueve a gusto de todos. Cuando las calles del pueblo -sin encementar todavía- eran ya barrizal y arroyos, y cuando el arroyo que cruzaba el pueblo de sur a norte era ya casi un río difícil de atravesar, se comentaba en las familias y en la cantina el diluvio que estaba cayendo sobre el pueblo. Y, desde luego, se hacía referencia al canto y oración de aquellas mujeres miciecenses que habían pedido lluvia a la Virgen de la Calle. Pues en una de esas familias, creyente como todas, pero no más que las demás, el jefe de familia comentaba:
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