martes, 22 de mayo de 2018

Micieces de Ojeda. TOQUE DE TORMENTA. (Las campanas de Micieces, XII).




            TOQUE DE TORMENTA
(JLR)

El toque de tormenta no estaba institucionalizado. Claro que la tormenta tampoco lo estaba. El nublado −en el habla popular nublado es sinónimo de tormenta, sobre todo si es de las de mal agüero−, venía cuando venía, sin más, aunque la mayoría de las veces avisando antes de llegar con la negrura de sus nubes, con sus truenos y con sus relámpagos.
            Y cuando amenazaba en verano, o cuando ya podía hacer grave daño a los sembrados, eran muchas las familias que encendían la vela del Santísimo –la que había estado encendida en el monumento del Jueves Santo ante el Santísimo−, se encomendaban a santa Bárbara, a la Virgen de la Calle, o a cualquier santo… A veces incluso aunque de boca hacia fuera se proclamase el yo “no creo en eso”. Pero es que estaba en peligro el fruto del trabajo de un año, y con eso no se juega.
            Existe una creencia popular sobre el poder de algunas campanas contra los nublados y tormentas veraniegas. Y en Micieces se seguía teniendo, en parte al menos, esta creencia. Ya dijimos que la campana, que se perdió, de la espadaña de San Lorenzo tenía poderes extraordinarios y muy poderosos contra este tipo de nublados. La de la ermita de la Virgen de la Calle parece que también tiene alguno, pero no tantos. Y las del campanario parroquial se tocaban algunas veces, pero solo por un por si acaso.
            Ciertamente algo deben de influir las ondas sonoras en el nublado, pues son muchos los pueblos en los que existe esta creencia. Y cuentan quienes lo vivieron que, en cierta ocasión en que amenazaba uno de esos nublados negros y previsiblemente horribles, fueron a tocar la campanilla de la ermita dela Virgen de la Calle y no pudieron moverla ni entre varios: que no quería tocar y no consiguieron que tocara… Pero, aun así, el nublado pasó de largo en aquella ocasión.
            El toque de tormenta, más bien contra la tormenta o nublado, se hace volteando la campana, si se puede, o medio volteándola como la de la ermita, de forma continuada, seguida y relativamente rápida, pero no mucho. Y no vendría de más una oración para que Dios preservase los sembrados del mal que la tormenta pudiera hacer en ellos. Aunque el hecho de tocar la campana no deja de ser una oración y un acto de fe en la bondad de Dios.

lunes, 14 de mayo de 2018

Micieces de Ojeda. Miciecerías: LOS BUEYES DE SAN ISIDRO.





La historia de san Isidro es muy conocida. Y pensé que había que escribir la historia de sus bueyes, porque tanto san Isidro, tanto san Isidro y…, al final, los que trabajaban eran los bueyes… así que esta es la historia de los bueyes de san Isidro, el de Micieces.
o o o O o o o


Los bueyes de San Isidro eran de escayola. El tiempo y… el uso los estropeó  (¿sería por estar siempre arando?). Alguien del pueblo pagó la restauración: es como si hubiera ido a una feria (de esas tradicionales de compraventa de animales) de Cantabria (antes Santander) y se trajese una pareja nueva. Y, lógico, llevan los nombres de una pareja de bueyes que en tiempos hubo en su casa: GALÁN y CHATO.



Y la pareja sigue arando y arando… Y el ángel, impertérrito, les sigue arreando. Cada uno cumple con su obligación tradicional. ¡Ojalá que por siempre jamás!




LOS  BUEYES  DE  SAN  ISIDRO  (el de Micieces)


SAN ISIDRO, EL DE MICIECES,                  
figura ser campesino,
de escayola, bien pintado
y con ropaje bien limpio.
¡Al mirarlo desde lejos
parece nuevo, novísimo!
Un santo que cuida el campo
ha de estar cuidado y limpio
para que ocupe su tiempo
en lo que es su patrocinio:
las tierras y los linares,
los sembrados y baldíos,
las sequías y las lluvias,
el tiempo, el calor y el frío… 
¡Es patrón de labradores
el labrador san Isidro!
La imagen del de Micieces
mira hacia el cielo infinito,
con esa pose de santo,
sosegado, dulce y místico…
Mano derecha en el pecho,
terciado un zurrón chiquito, 
en la mano izquierda lleva
una gran reja con mimo;
las botas de media caña
y de cuero bien curtido;
pantalones y chaqueta
nuevos, brillantes y limpios;
gorguera blanca y bordada,
como si fuese de rico;
la capa casi de lujo
y recogida en el cinto.
¡Es que nuestro san Isidro
anda siempre de festivo…!

APOSENTADO EN LA IGLESIA
de Micieces, en su sitio,
alguien vio que algo faltaba
para ser buen san Isidro,
y en una de tantas ferias
de cualquier pueblo vecino
compró una yunta de bueyes
muy devoto y muy solícito,
uncida a un yugo cornal,
con melenas protegidos,
llevando arado romano
y arando en campo infinito.

Dicen que un día en que el santo
rezaba traspuesto e ido,
del cielo se bajó un ángel
y aprendió bien el oficio:
tan es así, que aquel ángel
volver al cielo no quiso
y se quedó para siempre
con la yunta de bovinos,
agarrado de la esteva
y con su vara de espino.
¡Y labrando tras los bueyes
continúa el angelito!
No es extraño que de fiesta
vista siempre san Isidro.

PASADO YA MUCHO TIEMPO,
la escena miró un vecino,
levantó el índice dedo
y estas sus palabras dijo:
─Los bueyes están muy viejos
y, además, están heridos…
¡Es hora de que compremos
otra yunta a san Isidro!
Y todos se dieron cuenta
de que era verdad lo dicho.
Los pobres bueyes estaban
muy viejos y malheridos,
con mataduras y llagas,
magullados y abatidos,
y también, quizá, cansados
de labrar siempre lo mismo.
Las melenas que sus cuellos
les habían protegido,
estaban ya tan raídas
que no hacían el servicio.
Y tenían los sus cuernos
astillados o partidos.
Varias patas enseñaban
alambres enmohecidos
haciendo veces de huesos
sin carne, mondos y limpios.
Y la pintura del cuerpo
se desconchaba a trocitos.
Quizá fuesen mala raza
la pareja de bovinos,
o fue quizá que eran viejos,
o fue quizá el tiempo mismo,
o fue quizá una caída
de las manos de algún niño…
Ni el santo pudo evitarlo,
ni el ángel pudo impedirlo.
El caso es que aquella yunta
se fue al güicero divino,
a los eternales pastos
que se ganan los bovinos.
Una mujer miciecense,
otra yunta de bovinos
prometió que compraría
con los permisos debidos.
─Que sean de buena raza
y tamaños parecidos.
─Que sean los dos muy mansos
y sepan hacer su oficio,
que no queremos que el ángel
se nos marche al cielo herido…
Quiso la mujer aquella
conseguirle a san Isidro
una pareja de bueyes
que le durasen… un siglo.
Y en Cantabria, en una feria,
de las muchas de esos sitios,
compró de muy buena raza
una yunta de bovinos,
raza que le dicen cántabra,
y ambos, los dos, muy mansitos,
emparejados los dos
y los dos bien avenidos.

CON UN YUGO YUGULAR
venían los dos uncidos,
ajustadas las gamellas,
mas sin colleras de auxilio
ni melenas que evitasen
heridas a los uncidos.
Los miciecenses dijeron
nada más haberlos visto:
─Buena pareja de bueyes,
mas van a mal yugo uncidos.
Para ganado vacuno
no valen los de este tipo:
el cornal es mejor yugo,
más seguro y productivo…
No estaba la aquella mujer
para cambiar el uncido:
─Pues mientras resista el yugo,
que sigan como han venido.
─¿Y cómo van a llamarse
los bueyes de san Isidro?
─Se llama el uno Galán,
y Chato al otro le digo,
porque son nombres de bueyes
que en la mi casa han servido.
Y voy a poner sus nombres
en una etiqueta escritos.
Alguno, por lo que fuera,
borró los nombres escritos,
y ahora todos los llaman
“los bueyes de san Isidro”.

EL ÁNGEL SIGUIÓ EN SU PUESTO:
en silencio daba gritos
a los bueyes si paraban,
¡que no perdieran el ritmo!;
en la mano izquierda lleva
la vara aquella de espino,
y con su derecha agarra
la esteva con gran ahínco,
San Isidro mira al cielo
con su cara de bendito,
y a veces mira a la tierra
para escuchar los pedidos
que los labradores hacen…
¡Y que siempre son los mismos…!       


José Luis Rodríguez Ibáñez
 Mayo/2018-






Puedes ver también:

- SAN ISIDRO LABRADOR.
- EL ARADO.
- LA BENDICIÓN DEL CAMPO.
- PARA PEDIR LA LLUVIA.


Y más sobre Micieces en:













jueves, 3 de mayo de 2018

Micieces de Ojeda. ¡A ATROPAR PATATAS! Micieces, pueblo patatero. (XI).









¡A ATROPAR PATATAS!


Se solían sembrar patatas tempranas y patatas… tardías. Lo de tardías es porque de alguna forma había que llamarlas. Estas eran la gran cosecha. Las tempranas se sacaban de mediado el verano en adelante. Pero eran las menos, y se sembraban casi exclusivamente para uso familiar.
            ¿Cuándo era la mejor época para sacar las patatas? Ellas mismas te lo decían. Si la parte externa de la planta se secaba, ya se podían sacar, y mejor cuanto antes para que no fuese autoconsumiéndose ella misma. Algunos otoños que venían un tanto retrasados, o en algunos patatales que no terminaban de secar las plantas, empezaron a echarles un líquido que secaba lo exterior de la patata sin perjudicar para nada al tubérculo subterráneo. Y, cuando ya estaban secas ramas y hojas, significaba que la parte tapada por la tierra, los tubérculos, no iban a engordar más: era la hora de comenzar la operación del sacado de patatas.
El verano y todas sus labores ya habían terminando. Ya era otoño, o se estaba acercando. Y el otoño en Micieces no suele ser cálido. Pues en este tiempo, con mañanas frías, tardes más que frías, frecuente lluvia y, por tanto, barro en las tierras, había que recoger la cosecha de patatas. Y en aquellos tiempos todo era manual.
Bueno, una precisión semántica: en las tierras de Micieces las patatas no se recogen: se atropan.

Por aquellos tiempos las patatas se sacaban a horcón. Se atropaban y se iban echando en cestos de mimbre o de lamas de madera, y de ahí iban a una bolsa de patatas, que solía ser siempre de arpillera. Pero no era saco, que el saco es más grande y, por tanto, más pesado y mucho más difícil de mover.
Para las grandes tierras, o por mejor decir, para las tierras grandes y para sus propietarios, se formaban cuadrillas de atropadores de patatas. Y en la cuadrilla se incluían los sacadores, en masculino casi siempre, y las atropadoras, la mayoría mujeres, pero no exclusivamente.

¿Y cómo se procedía a esta labor? En los tiempos más remotos ─me refiero a los tiempos más remotos de los que mi memoria se acuerda, o sea, cuando yo no era más que un niño de los primeros años de escuela y que iba al patatal más bien con desgana por el frío y porque a ver con quién y cómo ibas a jugar allí… Y si encima te hacían atropar patatas…─ pues eso, que iban delante los sacadores de las patatas. Se ponían en fila, vertical al trazado de los surco y cada sacador se hacía cargo de un surco, de dos, o de tres… Clavaban con estilo y sabiduría el horcón en el surco junto al pie, la mata, de patata, hacían palanca en la tierra y sacaban lo que había en el interior. Y repetían la operación hasta que estaban seguros de que no quedaba ninguna patata enterrada y quedaban todas encima del surco, sobre la tierra y bien a las claras, todas las que podía tener ese pie… Trabajaban de espaldas a lo sembrado y de cara a lo que estaba sacado ya y a lo que iban sacando. Y pasaban a otro pie de otro surco, o del mismo… Y así los demás, si los había, que solía haberlos en las tierras grandes, hasta que llegaban al final de la tierra. Allí daban media vuelta y la misma operación en sentido contrario. Y, más o menos, todo el grupo de sacadores, a la vez… Los sacadores tenían una ciencia muy especial: apenas había patatas pinchadas por el horcón. Esto era conocer dónde estaban los tubérculos de ese pie y saber pinchar el horcón el sitio justo.


Pues detrás de los sacadores, y cara a ellos, iba el grupo de atropadoras con varios cestos de mimbre o de lámina de madera. Se recogía todo lo que fuera patata, porque toda patata sirve independientemente de su forma, color o tamaño. Pero se hacía una primera selección: las pequeñas en un cesto, el resto en otro. Y las pequeñas no se recogía para siembra (esa especialización vino después), sino porque no valían para venderlas: se aprovechaban en casa, normalmente para los animales. Se tenía como honor de la tierra y del agricultor el haber cosechado patatas gordas y grandes. Hoy día la gente no compra patatas grandes para el consumo diario: será porque no las terminan de una vez, y todo el mundo sabe (y si no, lo aprende al segundo día) que una patata empezada, o pelada, se pone negra por fuera, se oxida al contacto del aire y pierde frescura, se queda lacia.


Pues eso, que las atropadoras, casi siempre las mujeres, pero no en exclusiva, iban detrás de los sacadores recogiendo las patatas… Quien no sepa lo que es ese trabajo, a lo mejor recuerda aquello de las espigadoras de la zarzuela La rosa del azafrán … Pues no se le ocurra pensar: “¡Qué bonito! ¡Qué campestre! ¡Qué vida tan sana…!” Si, claro: ¡y un…cuerno! Todo el día con el lomo doblado, que terminaban con un dolor de riñones, de espalda, de manos, de dedos…, de todo. La alegría estaba en la llegada de la comida, de la merienda y… del final del día. ¡Con decir que muchas veces se prefería ir a vaciar el cesto, aunque pesase, a seguir con el espinazo doblado atropando patatas…! Y toda esta labor se hacía ya en otoño, de sol a sol, cuando salía. Y si no salía, se hacía el día más… eterno. Con frecuencia la tierra estaba moja, o llovía o lloviznaba, o estaba helada o medio helada, y el viento (cierzo, gallego o burgalés), siempre frío y con anuncio de un invierno cercano… En el jornal del día solían ir incluidas la comida y, a veces, la merienda… ¡Duro trabajo aquel de atropar patatas para tan poco sueldo! ¡Pero es que las mismas patatas tenían un precio miserable vendidas por el labrador! ¡Aquellas gentes eran duras y admirables de verdad!

Un poco más acá en el tiempo, para sacar las patatas se metía ya el arado ─el arado llamado romano, el de madera con reja de hierro, o uno similar─ y desaparecieron los horcones. Siempre hay algún agorero que predice que aquello no puede salir bien, que va a partir la mitad de las patatas, que va a dejar dentro de la tierra la otra mitad, que… Hay que dejar que el tiempo, al fin, imponga las novedades. Y las impuso. Aunque los grupos de atropadores o atropadoras siguió detrás del arado atropando las patatas que sacaba. Quizá con una desventaja: el arado no liberaba la patata del terrón de tierra ni del barro que se le había pegado: había que hacerlo con la mano.
¿Y quedaría alguna sin salir a la superficie? También con los horcones quedaba alguna. Como aquellas espigadoras de la zarzuela, también había algunas veces buscadoras o buscadores de patatas en lo que habían sido patatales. Pero, la verdad, nunca quedaban demasiadas. Un año, vete tú a saber cuál, los niños, más bien chavales ya, decidimos que queríamos un balón de reglamento: alguien había visto uno en un comercio de Alar o de Herrera y nos convenció fácilmente, eso sí, de que era barato y de que buscando patatas en las tierras en las que ya se habían atropado, podíamos llenar unas cuantas bolsas de patatas olvidadas y venderlas para comprarnos el balón… ¡Y conseguimos comprar un balón de reglamento! Yo tengo idea de que cada uno añadimos algunas patatas de las de casa…

            Conforme el pueblo iba perdiendo gente, sobre todo juventud, la agricultura no tenía más remedio que modernizarse y mecanizarse. (¿O sucedería al revés? ¿O, quizá, a la vez?). El caso es que llegaron los tractores, las máquinas para el verano, para la siembra, para todo… Y siempre, es lo más lógico, con la perspectiva agorera de los de siempre.  
¡La patata pequeña y redonda se convirtió en la más cara! ¡Era patata de siembra! ¡Y, para colmo, había que comprarla fuera como algo extraordinario! Ya no había que cortar patatas: las sembraba una máquina unida a un tractor, y todas a la misma distancia de pie a pie y de surco a surco, todas igualitas, como recién salidas de fábrica. ¿Dar la cavada? ¡Qué atraso y qué trabajo! Metemos el tractor y lo llevamos todo seguido: como se habían sembrado con el tractor y a máquina, el escavado con el tractor no tenía problema… Se acabó aquello de sulfatar a mano, llenándote de polvo, de veneno, ojo, ¡de veneno! ¡El tractor lo hacía ya todo! Ahora los escarabajos, los bichos, morían envenenados igualmente, pero la muerte les llegaba por medio de una máquina… Posiblemente habría algún caso de envenenamiento de personas con aquel sulfato, aunque nunca debió de ser demasiado grave: yo no tengo ni idea ni noticia de ningún suceso grave, de envenenamiento de personas, motivado por el veneno de matar escarabajos patateros.
           
 ¿Y el sacar y atropar patatas? Casi no queda gente para cuadrillas de atropadores de patatas. Pero para eso inventaron máquinas. Hubo en un principio una especie de rastrillo que se unía al tractor y le daba un continuo movimiento de criba. Su hundía un poco en la tierra, la cribaba, caía la tierra y las patatas iban resbalando todas hacia atrás y quedaban en fila. Esta fila de patatas se atropaba a mano, y ya era un adelanto en tiempo, en descanso, en número de gente necesaria. En otras partes más industrializadas, la misma máquina las recogía y las almacenaba en un depósito ad hoc.


─¡Sí, claro, con piedras y todo…! ─decía el agorero. Y otro más socarrón añadía:
─Mejor, así pesan más…
            Es que también en la agricultura las ciencias avanzan que es una barbaridad

(JLR)

Himno a Micieces de Ojeda